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Crimen en el lejano oeste español

El crimen de Malladas (Editorial Alrevés) [1] es el reflejo de una España rural descarnada y sangrante en sus contrastes, una fotografía en blanco y negro de ese lugar desamparado que podría denominarse el lejano oeste carpetovetónico (lo digo sin atisbo de romanticismo alguno), el conformado por Extremadura, Salamanca y Zamora. Un territorio abandonado a su suerte (buen pulso es el libro que nos ocupa), del que aún perduran ciertos retazos (el crimen de Puerto Hurraco podría ser un claro ejemplo de ello), y cuya dureza otorga a sus pobladores una característica austeridad en gesto, aliño y actitud vital, da igual que sean ricos o menesterosos.

Esta historia, la que trata de revivir el libro, es la de una injusticia nunca resuelta, ni siquiera ahora, pese al empeño de su autor. Pero la literatura puede ser cruel a veces, porque no necesita solucionar un conflicto, impartiendo justicia, para que una obra funcione. Basta la pericia de su autor para reconstruir los hechos y poner sobre la mesa las suficientes preguntas como para que su resultado sea satisfactorio para el lector. Tampoco quiero ser muy injusto: el mero hecho de rescatar del olvido lo sucedido es suficiente mérito como para reconocer a la literatura su papel en este caso.

[1]

La noche del 14 de julio de 1915, tres adultos (entre ellos, una mujer embarazada) y dos niñas son despiadadamente asesinados a hachazos en la finca de Malladas, situada en los alrededores del pueblo del autor, Moraleja (al norte de Cáceres), y que precisamente esa noche celebraba las fiestas patronales de San Buenaventura. Este crimen da comienzo a una investigación policial torticera y a una instrucción judicial cuando menos deficiente que acabará con cinco campesinos injustamente condenados a cadena perpetua. A partir de entonces, y como consecuencia del empeño del abogado Miguel Telo (padre de la afamada abogada feminista María Telo), se inicia un proceso que se prolongó en el tiempo durante años y que el autor recoge con notable destreza y detalle (fruto de una labor de investigación y documentación que se antoja bien compleja), y que involucró a personajes e instituciones tales como Miguel de Unamuno, el PSOE, la masonería, las primeras asociaciones feministas nacionales, ministros y presidentes del gobierno o al mismo Alfonso XIII.

No cabe desgranar mucho más del contenido del libro. Quizá sí sobre su forma: está escrito casi (aunque no del todo) a modo de novela de no ficción, al estilo de A sangre fría de Capote o, más recientemente, La ciudad de los vivos de Nicola Lagioia. Roso, que es un novelista reconocido del género negro, se lanzó a este proyecto sin experiencia previa en la no ficción, sin ser periodista (como lo era Capote o lo es Lagioia) y, lo más importante, sin garantías de éxito (entiéndase que me refiero a la propia investigación de unos hechos de los que era probable que no existiera mucha información). El resultado es considerable, no solo porque la obra sea absorbente, sino porque se erige como suerte de restitución de cierta memoria de las víctimas y como una crónica fehaciente de un tiempo no muy lejano de la historia de España.