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El conejo de Updike

El conejo de Updike tiene poco que ver con un peluche y retrata como pocos, y aquellas latitudes no están faltas de inmensos cronistas, los cambios culturales y morales de una sociedad en convulsión. Lo hace de un modo directo, transgrediendo ideas, tabúes, reglas y lenguajes para instalarnos, por boca de este personaje suburbial, ante uno de los más ácidos y clarividentes análisis de los conceptos que sustentan-sustentaron un “sueño americano” con el que el autor no tuvo piedad.

De todo y de todos

Un cáncer de pulmón se ha llevado, a los 76 años, a este hombre de sonrisa perenne, fina ironía, crudo realismo y pluma reguero de la que fueron brotando 27 novelas y 45 colecciones de relatos, ensayos y poemas. Escribió de todo y de todos, a un ritmo inalterable y fértil de seis horas diarias desde que debutase como autor en 1959, sin eludir los temas más complejos y comprometidos.

Así lo sintetizó él mismo: “La ferocidad doméstica de la clase media, el sexo y la muerte en tanto que enigmas para el animal racional, la existencia social como sacrificio, los placeres y recompensas inesperados, la corrupción como una especie de evolución, estos son algunos de los temas que han llamado mi atención. He intentado alcanzar la objetividad a través y en forma de narrativa. Mi obra es meditación, no pontificación… Considero a mis libros no como sermones o directivas en una guerra de ideas, sino como objetos de diferentes formas y texturas y dotados del misterio de todo lo que existe”.

Huyendo sin resultado de focos y famas, “me parece fastidioso que el escritor se presente como una celebridad”, “ser un escritor famoso es como ser un enano alto. Siempre estás en el límite de la normalidad”. “Ser famoso es un fardo”, solía repetir quien esencialmente se definía como un simple escritor “soy mis libros, lo demás no tiene ninguna relevancia”.

Falso para quien es considerado por muchos como una de las voces-conciencia de Estados Unidos. Una especie de reverso del sueño americano. El eco del suburbio. Un cronista moral del país que en un tono directo apuntó, por ejemplo, que la semilla del terrorismo anida también entre las clases medias americanas, que la cultura no interesa porque despierta conciencias o que, a fin de cuentas, creer es mucho más fácil que pensar.

Nervio hasta el último escrito

Entre el reconocimiento, una curiosidad innata, los premios -entre ellos dos Pulitzer- y la discreción ha muerto al pie del escrito sin que el nervio y la calidad de su prosa decayese. Sin que decayese su compromiso con la humanidad en general y sus lectores en particular.

En la que acaso sea su última entrevista, publicada hace sólo unas semanas, confesaba que la palabra jubilación no existía en su vocabulario y que no podía ni imaginar el vacío existencial de las mañanas sin escribir: “Hay un placer en la escritura, entre otras cosas porque te liberas de tus malas secreciones”.

Gran aficionado al arte en cualquiera de sus vertientes -literatura, pintura y cine fundamentalmente-, remarcaba que el Estado, que escribía con mayúscula, desea que todos los días sean iguales. El Arte, también en letras capitulares, espera que cada día traiga algo nuevo, en consecuencia, “la imaginación del Estado y del Artista tienen tendencias opuestas que deben guardar, para bien del segundo, una respetuosa distancia”.

La imaginación del artista contemporáneo, señaló poco antes de marcharse, no está espoleada por la motivación de conservar, para ello están las bibliotecas y los museos, sino por la exploración y el peligro, por la voluntad de progresar.
Se ha ido el maestro, nos queda su larga y extraordinaria obra y la figura de un conejo solitario, inerme, profundamente entristecido.