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La discreta marcha de Blanco Aguinaga

Nunca le han sobrado a España, -ni al mundo-, INTELECTUALES, así, con mayúsculas. Personas que, por encima de cualquier otra cosa, cultivan y transmiten lo mejor que el intelecto genera y destila, y sin embargo, la guerra que nos partió en dos arrojó a buena parte de ellos al otro lado del mar.

Exilio

Fue el caso del profesor Blanco Aguinaga, tenido por muchos, entre los que se cuenta quien esto escribe, como uno de los más importantes conocedores de la literatura en español del último medio siglo.

A él se debe, por ejemplo, la difusión para gloria de la narrativa de la obra del mexicano Juan Rulfo. Porque en México fue donde, huyendo de la debacle y las represalias, su familia recaló en 1939. Allí fue donde inició sus estudios universitarios antes de ser becado en la Universidad de Harvard y concluir ciclo en la de Florida.

Posteriormente, y tras viajar por el mundo embarcado como marinero, regresaría a México, donde se doctoró en la Universidad Autónoma de la capital con una tesis sobre Miguel de Unamuno.

Docencia

Muy a comienzos de los 50 publicó en la revista Presencia sus primeras obras de creación, y a partir de 1953, ya en Estados Unidos, ocuparía cátedras de literatura española en diferentes universidades, siendo muy prolongado su magisterio en las aulas de la Johns Hopkins, en Baltimore, en la de La Jolla, ciudad en la que fijaría residencia hasta su muerte, y en las de la Universidad de California, en San Diego, de la que era catedrático emérito y en donde ratificó de un modo muy especial su compromiso político con la defensa de los derechos civiles.

Entre tanto, y en sus estancias vacacionales en México, conocería, entre otro montón de literatos, a Carlos Fuentes y a Octavio Paz, con quienes fundaría en 1956 la mítica Revista Mexicana de Literatura.

Como tantas otras víctimas del exilio, nunca se olvidó de su lugar de origen y, desde que en 1963 regresase por primera vez, no eran infrecuentes sus visitas a España, siendo, a principio de la década de los ochenta, profesor en la entonces recién constituida Universidad del País Vasco.

Obra múltiple

Blanco Aguinaga es autor de un sinfín de artículos, libros y textos especializados sobre temas filológicos y de crítica literaria. Además es hacedor de poemarios y novelas como Un tiempo tuyo, Carretera de Cuernavaca o En voz continua.

Entre sus trabajos figuran estudios que han cambiado la óptica sobre obras y escritores, como El Unamuno contemplativo, La juventud del 98 o la polémica Historia social de la literatura española, realizada en colaboración con Iris Zavala y Julio Rodríguez Puértolas.

Hoy nadie se atreve a cuestionar que tras las siglas CBA se esconde el artífice de una forma distinta de acercarse y enseñar literatura. Su ojo clínico para discernir lo literariamente trascendente ha calado en varias generaciones de hispanistas y de estudiosos. “Quiero escribir de la pérdida del maestro que me enseñó a leer”, escribía hace unas horas su discípulo, el escritor Rafael Chirbes.

Esa es la imagen que de él conservan tanto quienes le conocieron como los que no tuvimos esa suerte pero sabemos de la alargada sombra de su magisterio: la del sabio afable que a tantos enseñó cómo a través de la literatura puede aflorar lo mejor del ser humano.