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«No te fíes de quien hoy presume mucho de defender los cuidados»

Dice la autora que su obra tiene algo de advertencia: “Nunca te fíes demasiado de quien está hablando tanto de los cuidados. Probablemente la peor persona que conoces esté ahora por ahí explicando lo importante que es poner los cuidados en el centro y usando expresiones de ese tipo. Se muestran como los primeros abanderados, pero no se comprometen. No hay rastro de ejemplaridad moral. Y este es uno de los indicios de que estamos ante un discurso vacío, ajeno a lo que tendría que ser un contenido ético real”.

Esta especialista en la obra de Simone Weil e investigadora en la Universidad Autónoma de Madrid se pregunta y responde por qué hoy hablar de los cuidados y de su politización resulta tan revolucionario como lo era hace veinte siglos. Muchas cuestiones y posibles soluciones con el denominador común de estar formuladas siempre desde la honestidad y la claridad, con ese afán de hacerse entender que, como decía Ortega y Gasset, es cortesía del filósofo.

—Antes de adentrarnos en sus páginas leemos en la contracubierta: “Si queremos salvar los cuidados, primero tendremos que investigar su muerte”. ¿Es este un libro escrito desde el convencimiento de que asistimos a la muerte de los cuidados?

No está escrito desde ningún convencimiento, más bien desde muchas sospechas e intuiciones que son las que conforman la línea detectivesca que lo hace avanzar, por ejemplo, para averiguar por qué la vida de los cuidados en el debate político ha sido tan breve. Esta metáfora de la muerte o la resurrección —y la vinculación que tiene con lo revolucionario como supuesto sello actual de calidad de nuestro tiempo— siempre me ha parecido muy atractiva a la hora de pensar la historia de las ideas, en este caso los principios morales que a lo largo de la historia han articulado nuestros hábitos de vida en común. ¿Cómo podemos declarar la muerte de una idea ética? ¿Qué dice de nuestra sociedad el hecho de que se esté intentando resucitar algo que parecía tan obsoleto como moralmente valioso? Es un reto filosófico interesante identificar la muerte de algo tan supuestamente novedoso como este discurso de los cuidados en una época en la que creemos estar dotados de una singularidad histórica tremenda. ¿Qué pasa si pensamos que los cuidados han muerto o al menos que están en proceso de hacerlo? Desde ahí escribí el libro.

—¿Estamos ante un ensayo concebido pensando en un perfil de lector concreto?

Este fue uno de los primeros retos. Al final el discurso de los cuidados no sé si se produce en un nicho, burbuja o perfil concreto. Cuando iba al pueblo de mi madre me preguntaban por el libro que llevaba tiempo escribiendo. Me encontraba en un verdadero compromiso al tratar de transmitirles de qué iba esto de los cuidados. Ahí me di cuenta de que tenía que hacer un gran esfuerzo de traducción, de intentar provocar un diálogo intergeneracional. Muchas veces estamos hablando de lo mismo, pero simplemente nos falta alguien que haga esa traducción entre distintos lenguajes. Ahora que se usa tanto el adjetivo polarizado para hablar de nuestra sociedad, creo que, si en algo podemos entendernos y estar de acuerdo, es en que todos tenemos la necesidad y el deseo de cuidar y ser cuidados. Lo que tenemos que pensar juntos es qué hacer con esas necesidades que tienen los demás y cómo atenderlas de un modo justo. Para eso necesitamos ese diálogo común que se salga de lo generacional, de la autorreferencia, de lo propio.

—¿Por qué indagar en el origen filológico de los cuidados desde los griegos a la actualidad?

Surge de una manera muy básica en el sentido de que las palabras son la base de todo. Las palabras esconden siempre más de lo que parece. Quien crea que son únicamente un instrumento para comunicarnos, un elemento funcional, pues se está perdiendo un mundo riquísimo y fascinante. Y gracias a las palabras, si sabemos mirar, descubrimos mucho más de lo que es únicamente su significado. Podemos apreciar su propia historia, las tensiones internas que tienen, los viajes que hacen de una lengua a otra. Lo que he intentado con este libro es emplear la historia de las palabras como fuente de conocimiento para luego llevar a cabo esas reflexiones filosóficas. Es una idea muy arraigada remitirse a Atenas, Roma y Jerusalén, ciudades fundacionales de la cultura europea. Parto de la convicción filosófica de que todo lo que hoy somos se vincula a lo que un día fuimos, ya sea para reafirmarnos en ello o para rebelarnos como adolescentes contra ese pasado, pero siempre vamos a volver a esas tres ciudades para contar nuestra historia, sea la que sea.

—Está el feminismo en el subtítulo y en no pocas páginas del libro, pero también el afán de dejar claro que este no es un libro sobre cuidados y feminismo.

Están relacionadas, pero es importante diferenciarlas. La pregunta que me hago en el libro es cómo podemos vivir con otros en una comunidad y la respuesta es: cuidándonos. Pero es una pregunta por el comportamiento ético, sobre cómo articular entre todos una vida buena y deseable. Que por unas opresiones e injusticias históricas el feminismo haya tenido la necesidad de dar un golpe en la mesa y cuestionar el sujeto al que se le había asignado de modo unidireccional ese cuidado, es otro asunto, otro debate y otro libro. A mí lo que me interesa es desgranar ese principio ético para la vida en común, reflexionar sobre cómo lo propio del ser humano es cuidar y necesitar cuidados y, al mismo tiempo, sobre cuál es la vinculación entre el cuidado y el deber.

—El vínculo entre mujer y cuidados ha estado siempre en los libros, películas o series que hemos visto. ¿Se percibe un cambio en ese sentido?

Eso ha cambiado. Incluso películas muy mainstream, como la última entrega de la saga de los diarios de Bridget Jones, tratan el tema de la maternidad de una manera más perfilada, más reflexionada, más compleja. También vemos en otras que se mantienen ciertos estereotipos, como en la película Las chicas están bien, con personajes tan cándidos. Hay muchas tramas que aún se reducen a eso: a chicas con muchas emociones dentro y que es muy difícil lidiar con ellas o que es complicado cuidarse entre amigas. Se repiten tanto porque la industria tiende a reproducir lo que funciona y lo que la gente está pidiendo, con lo cual ahí hay una ligazón que no es inocente ni azarosa.

—¿Veremos el día en que un sistema capitalista no ignore los costes y beneficios de los cuidados informales (los que se prestan dentro de una familia a una persona dependiente) y lo haga remunerando esas tareas más allá de ayudas que suelen ser insuficientes?

Me temo que el capitalismo no. Espero que sí lo haga la intervención estatal que palie la lógica ciega del coste beneficio sobre la cual se sostiene ese capitalismo. Más allá de la ideología de cada cual, habría que llegar a un pacto social basado en la idea de que una comunidad política deseable es aquella que no deja en la estacada a ninguno de sus miembros más vulnerables. Una comunidad que se hace cargo, que se compromete con esa dependencia y necesidad, que al fin y al cabo es muy azarosa y mañana te puede ocurrir a ti o a mí. De ese modo sí podríamos retar esa invisibilización del cuidado de la que se alimenta el libre mercado cuando no se le limita. De ahí también esa importancia intergeneracional de comprendernos mutuamente y llegar a acuerdos; de saber que estamos hablando de lo mismo desde distintos lenguajes. Tenemos que darnos cuenta de que estamos preocupados por los mismos problemas pero que no nos estamos entendiendo porque estamos hablando desde cosmovisiones y referencias culturales distintas.

—¿Por qué cree que no funcionaría, por ingenuo, consignar un derecho al cuidado en las constituciones, en nuestros códigos jurídicos?

Nos centramos mucho en el derecho a ser cuidados en lugar de plantearnos o reflexionar sobre el deber que tenemos de cuidar al resto. Es complicado en unos códigos jurídicos que se centran mucho en el derecho y no tanto en el deber. Y más allá de esto, se establece una dicotomía que está muy presente en todo el libro, que es la tensión constante entre la lógica del cálculo y la lógica de la caridad. Los códigos jurídicos se centran en la lógica de cálculo, es decir, en cómo podemos prever o evitar algo que pueda pasar en el futuro con una serie de normas que establecemos socialmente y un cierto punitivismo detrás cuando esas normas se incumplen. Al mismo tiempo pensamos que los cuidados pertenecen a la lógica de la caridad. Tú cuidas cuando te apetece, cuando te sale de dentro, cuando te nace. Y parece que si no es así, no es del todo puro y no se lleva a la otra lógica.

Arqueología de los cuidados [1]

Mercedes López Mateo

Editorial Alianza

152 páginas

17,05 euros