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«Sin arte estaríamos perdidos»

Considerado uno de los pensadores esenciales de la Europa de las dos últimas décadas, Todorov, búlgaro de nacimiento y francés de adopción, ha sido distinguido con la medalla de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia y con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008. El jurado español destacó, a la hora de la concesión de esta última distinción, que este filósofo e historiador  que imparte ciclos docentes en las universidades de París, Yale, Nueva York, Columbia, Harvard y California, «representa el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del Oeste, y el compromiso con los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia».

¿Qué papel juega el arte en la consecución de esos ideales por los que le fue concedido el Príncipe de Asturias?

Decía el músico alemán Richard Wagner que el fin supremo del hombre es el fin artístico, que el arte es la más alta actividad del ser humano, lo que culmina su existencia en la Tierra, y que el arte verdadero es la cima de la libertad… Bueno, son palabras que para algunos pueden considerarse excesivas y que provienen de un gran artista que se significó por equiparar arte, libertad y dignidad humana. El arte es en la actualidad un fenómeno de múltiples formas y manifestaciones diversas. Ahí radica su riqueza. Creo que el arte tiene una connotación negativa cuando se observa desde un único prisma, desde una fórmula única. El arte es parte importante de la sociedad en general y del individuo en particular. La expresión artística nos acerca a la libertad, a la verdad si se quiere, pero no es sinónimo de una ni de otra. Conozco a muchos artistas que no son libres y también a no pocos que no tienen en la verdad su principal objetivo.

Desde la época romántica el arte adquiere papel protagonista, ya que se considera que proporciona un modo de conocimiento superior y representa la actividad más elevada a la que pueden dedicarse los seres humanos. Ha pasado el tiempo con todos sus vaivenes y la historia nos enseña que el sueño romántico, aunque infinitamente menos mortífero que la utopía política, también alberga una buena porción de decepción. Pero sin arte y sin artistas estaríamos perdidos.

Durante décadas ha estudiado los totalitarismos en Europa. ¿Considera que es posible que se extiendan en el próximo futuro y con carácter general posturas antidemocráticas?

Una de las características del fascismo, y del nazismo, es que tienen un componente nacionalista muy fuerte. Vemos que, en este sentido, en la Europa actual se están desarrollando de una forma inquietante algunos comportamientos y tomas de postura que podrían ser considerados como reminiscencias del pasado. Me refiero a la xenofobia y a la desconfianza hacia el extranjero y hacia el inmigrante. Esto hace pensar en la posibilidad, aunque creo que remota, de que se produzca un renacimiento de estas inaceptables posturas totalitarias. Algunos parecen defender Europa como si fuera una especie de fortaleza que preservase lo “puro” frente a lo de fuera.

El comunismo también puede llegar a constituir un riesgo en este sentido pues esta ideología adopta una doctrina de salvación que promete grandes mejoras en el plano de la igualdad de los seres humanos, aunque sepamos y la realidad haya demostrado sobradamente, su absoluto fracaso. La caída del muro de Berlín supuso el final, el hundimiento del comunismo. Nació entonces como sólida la esperanza de un nuevo orden mundial más armónico. Pero hoy, apenas 20 años más tarde, si miramos a la realidad constatamos que esa esperanza era ilusoria y que ciertos rasgos del ultraliberalismo democrático proyectan inquietantes sombras marcadas por el mesianismo y el totalitarismo. Hay que estar atentos ante estos signos.

 «El arte es libertad, pero hay muchos artistas que no son libres»

¿Qué le impulsó a estudiar los totalitarismos y sus formas de represión? 

Procedo de un país que vivió una fuerte represión. Nací en Bulgaria en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Mi país pasó a la zona de influencia soviética en septiembre de 1944. Hasta que me fui a Francia cuando tenía 24 años viví el calvario de una férrea dictadura. En Sofía, en donde nací y estudié Letras, comencé a valorar de forma cada vez más negativa el régimen en el que vivía. Sólo dentro del seno familiar y de los amigos más próximos podía expresar mis opiniones. Tras la terrible represión en Hungría en 1956, en Bulgaria la disidencia y la expresión pública de lo que pensabas era una mera utopía pues se reprimía de forma despiadada la más mínima expresión de protesta. Como he dejado escrito en mi libro La experiencia totalitaria, en un primer momento se corría el riesgo de ser expulsado de la universidad, del trabajo e incluso de la ciudad en la que uno vivía. Si se reincidía, no era difícil acabar en uno de los remotos campos de prisioneros, que eran auténticas colonias de reclusión y represión de las que a menudo no se salía vivo.

¿Qué mueve a los dictadores y a quienes los secundan?

Su finalidad es, como es obvio, conquistar y conservar el poder, y el medio del que se valen no son más que bonitas y falsas construcciones ideológicas. El fondo, sea cual sea la supuesta ideología que sustenta una dictadura, es apropiarse del poder.  Naturalmente, esto convierte a los individuos que viven en una país totalitario en personas “sin opinión”. En su momento, en la sociedad de los países de la Europa del Este la adhesión a la ideología comunista desempeñó un papel de simple ritual. Todos, o muchos, la reivindican, pero nadie, o casi nadie, cree en ella.

Por otra parte, es indispensable someterse incondicionalmente al jefe. Los que secundan al dictador, y esto es aplicable a cualquier tipo de dictadura, en general no son unos fanáticos, sino arribistas cínicos que hacen lo que hacen para acceder a una posición privilegiada y asegurarse una vida mejor. El motor de la vida social en una dictadura no es la fe y la creencia en un ideal, sino la voluntad de poder.

Ha señalado usted que a veces los intelectuales se sienten tentados por estas ideologías…

Sí, así es y es un fenómeno curioso. Cuando llegué a Francia, proveniente de un país sin libertades, me llamó la atención que no eran pocos los que defendían el régimen que a mi me horripilaba, me había privado de la libertad de expresar mis pensamientos y, por supuesto, de actuar. Era un enigma para mí. Después comprendí que aquellas personas, aquellos intelectuales que defendían aquello, lo hacían desde un plano meramente ideológico y alejado de la realidad. Las ideas eran muy atractivas, pero la realidad de una crueldad incontestable. Creo que el intelectual, como motor del pensamiento de una colectividad, tiene la obligación de no moverse sólo en el mundo de las ideas, sino de descender a la realidad, comprobarla y, después, juzgar, tomar posición y actuar.

«El arte, en cualquiera de sus expresiones y en el sentido de que implica creación, contribuye a lograr la armonía»

¿Qué piensa de la polémica sobre la reciente expulsión en Francia e Italia de gitanos procedentes de Rumanía?

Nos choca el modo de vivir de estos colectivos, distinto al de la media. No viven en el centro de las ciudades, no visten con traje y corbata, no llevan a los niños al colegio. Eso se aprovecha y utilizan como elemento arrojadizo contra ellos. Como si todos fueran violentos y pusieran a la comunidad en riesgo. Pero no hay que olvidar que son ciudadanos europeos e integrantes de la Unión. Se les expulsa a Rumania, pero ellos pueden volver al día siguiente. Tienen su derecho como ciudadanos europeos. Dicho esto, todo lo que se ha creado en torno a este tema me parece que es una forma de distraer a la comunidad de problemas mucho más serios. Se habla de esto y así no se habla de algunos de los grandes problemas que estos países viven. Desde ese punto de vista considero que lo que está pasado es una burla a la ciudadanía; una mascarada.

¿Hay medicinas frente al riesgo del sectarismo, tanto a nivel individual como colectivo? 

Creo que hay que observar la realidad desde la objetividad. La libertad de información es un elemento esencial. La función del periodismo es de una importancia decisiva. Hablamos de un periodismo libre, no encorsetado. No dependiente o sesgado. La educación en el sentido más amplio es una herramienta clave para evitar estos peligros. Por supuesto, la educación en la escuela, pero también la que pueden ejercer los informadores, los políticos, etc. Una educación basada en el respeto y en la consideración de la diversidad del mundo y de quien en el mundo vive. Que seamos capaces de abrirnos a lo de los demás, a otros mundos, y dejar de considerar lo nuestro como lo único y lo mejor.

¿Y el arte?

Como hemos comentado al principio de esta charla, el arte y lo artístico son elementos fundamentales del ser humano. Escribí hace cuatro años Los aventureros del absoluto, un libro muy centrado en la creación y en lo artístico. Recordaba en aquel texto un editorial de una revista que comenzaba: «La belleza salvará al mundo. La frase de Dostoyesvski nunca ha resultado tan actual. Porque cuando tantas cosas van mal a nuestro alrededor es cuando hay que hablar de la belleza del planeta y del ser humano que lo habita».

Belleza, escribí entonces, no implica pasarse la vida contemplando las puestas de sol o los claros de luna, ni tampoco esforzarse en enriquecerla con elementos decorativos adquiridos en un comercio. Se refiere más bien a la tentativa de ordenarla de una manera que la conciencia individual juzgue armoniosa, de forma que sus distintos ingredientes –vida social, profesional, íntima, material– constituyan un todo inteligible. El arte, en cualquiera de sus expresiones y en el sentido de que implica creación, contribuye de forma clara a logar esa armonía.