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Antonio Muñoz Molina: «La literatura intenta reflejar el desorden de la vida»

Como la sombra que se va… ¿Por qué ese título?

En principio y durante gran parte de su gestación, el libro iba a titularse El pasajero de Lisboa, pero cuando se lo comenté a mi mujer, Elvira Lindo, le pareció muy malo. «Desastroso», me dijo. Así que decidí cambiarlo y en la Biblia encontré el salmo: «Mis días son como la sombra que se va y yo como la hierba que se ha secado». Supe que ese era el título pues siempre he pensado que los títulos son parte esencial de lo que se narra y deben estar muy conectados al corazón de la historia que relatan.

¿Cómo surge la idea de este libro?

Police mugshot of James Earl Ray [1]Uno hace los libros y no sabe lo que está haciendo mientras lo hace. Una parte de la propia novela es el relato de ese proceso tan raro que es la propia escritura. Me gusta mucho todo eso que tiene que ver con lo previo a lo literario que entronca con los procesos del conocimiento. Cómo se forma el conocimiento en el cerebro. Cómo los relatos van cobrando forma de una manera casi inconsciente. Cómo a veces los sueños cobran forma. Hace años, leyendo un libro sobre James Earl Ray descubrí que este hombre había estado en Lisboa 10 días. Eso me produjo una emoción particular que no sabía explicar pero qué en aquel momento era tan poderosa… Lisboa tiene una conexión muy importante con mi trabajo como escritor y con mi vida personal.

Novela de estructura compleja…

A veces, el lector piensa que la construcción de una novela es algo parecido a como se hace un edificio. Se hace un plano y después eso se convierte en realidad. Pero una novela es algo muy distinto, muy azarosa. Las novelas siempre están a punto de no existir. Eso es algo que parece baladí, pero que es muy importante. Las circunstancias que tienen que juntarse para que escribas una novela son muchas. Con el tiempo he comprendido que las novelas no las escribes porque te preocupe mucho un tema. Si te preocupa mucho algo escribes un ensayo o un artículo. Pero escribir una novela es una cosa muy distinta. Es un proceso de invención y de creación muy lleno de azares y de cosas inconscientes. Lo que uno tiene que hacer, más que poner en práctica un plano, es dejarse llevar un poco a ciegas. Cuando escribes estás completamente solo y tienes que estar completamente solo. Cuanto más aislado estés, mejor. Es un placer enorme estar solo y dejarte llevar por lo que tienes en la pantalla de tu ordenador o en el cuaderno que tienes delante. Después viene esa otra parte que parece mucho menos romántica pero que es preciso resaltar, en la que se ve que la literatura es un oficio en el que participa más gente. Es ese momento en el que terminas un primer borrador y se lo enseñas a personas cercanas que pueden darte una opinión certera y que te ayudan a mejorar tu obra. Y la asistencia profesional de los editores, que no sólo te dicen cuando se publicará, etc. sino que te animan a desarrollar más tal o cual parte, o a perfilar un personaje, o…

El trabajo de todas esas personas hace mucho mejor el texto que has escrito. Hay una idea entre perezosa y romántica de lo que llamamos creación. Pero en realidad hablamos de trabajo. Del trabajo de gente que sabe hacer su oficio. Gente que te aconseja y hace que tus libros mejoren.

Afirma que escribir es una tarea de frontera. ¿En qué sentido?

Hay una frontera siempre entre lo que se ha visto y lo que no se ha visto todavía. La frontera que establece el hecho de que acabas de escribir un día y no sabes exactamente por donde va a continuar la escritura al día siguiente. Es la frontera de la incertidumbre. La frontera en la que te sientas a trabajar y encuentras algo con lo que no contabas. Este libro, por su propia naturaleza, se ha hecho en buena parte en ese espacio fronterizo. La conexión entre el viaje a Lisboa de James Earl Ray y mi propio viaje para escribir El invierno en Lisboa. Y la conexión entre el trabajo literario y la vida cotidiana.

Tres discursos narrativos que se cruzan…

Así es. Quería escribir sobre cómo inventé El invierno en Lisboa porque me parecía interesante hablar de los procesos de la creación literaria. Pero cuando me senté a escribir caí en la cuenta de que la escritura de aquella novela se interrumpió por el nacimiento de un hijo mío. Cuando se habla de literatura parece que transcurre en una especie de nave interplanetaria. Pero la realidad es que estás en el mismo mundo en el que están los demás. Un mundo en el que nacen niños y hay conflictos interpersonales, un mundo en el que las personas tienen que trabajar. Las novelas no se escriben sobre las preocupaciones que uno tiene; es algo mucho más primitivo.

Tenía que decidir si seguía por ahí o abandonaba y elegí seguir. En relación con Como la sombra que se va también tuve que elegir, pues durante mucho tiempo, y especialmente en los momentos de desánimo, tuve la tentación de escribir únicamente sobre la historia del asesino de Luther King, pero después comprendí que era mejor el camino de conexión entre varias historias; entre varios viajes, el de Ray y el mío. El último capítulo del libro no estaba previsto. Una tarde estaba en Lisboa y al terminar de escribir salí a dar un paseo. Estaba muy metido en lo que estaba escribiendo y comprendí que ese paseo también tenía que formar parte de la novela y lo integré a la historia. Esos saltos entre lo imaginario y lo cotidiano también forman parte de la novela.

En ese sentido, ¿cuánto de ficción y de verdad hay en estas historias?

Lo que convierte estas historias en una novela son varias cosas. Una de ellas es la composición. En el momento en que juntas esos materiales estás creando algo que no existe en la realidad. Estás creando conclusiones artificiales a las que llamamos novela. Afortunadamente, la palabra novela es muy laxa. Ha servido a lo largo del tiempo para designar cosas muy distintas. Las cosas no necesitan ser inventadas para ser ficción. Como he dicho en alguna ocasión, la imaginación es muy limitada, no se alimenta de lo inventado sino de lo sucedido. Pondré un ejemplo: hay un momento en el libro en el que Ray encuentra en un quiosco un ejemplar de la revista Life en el que en la portada sale una foto de cuando él era niño. Eso no es ficción. Esa revista existe y sabemos que él la vio y se enfadó mucho. Pero en el momento en que yo cuento que Ray va por la plaza del Rossio de Lisboa y ve la revista estoy novelando, porque yo no sé como vio Ray la revista y todo me hace pensar, aunque no tengo la certeza absoluta, de que eso sucedió en Lisboa. O el capitulo en el que el que se habla del estado de ánimo de Luther King. Ahí toda la información procede de la realidad pues está documentada. Desde lo que había comido ese día o el nombre de la amante con la que había estado la noche anterior, la marca de la espuma de afeitar que utilizaba o lo que tenía en ese momento en los bolsillos.  Incluso se sabe la canción que le pidió al músico cuando iba a salir hacia la cena… Ahora bien, yo invento un discurso de su conciencia, un retrato de su conciencia que, naturalmente, me lo he figurado. Si yo hubiera hecho un libro de no ficción, un reportaje por ejemplo, no hubiera tenido la libertad de meterme en la conciencia de Martin Luther King, sino que me hubiera tenido que ceñir a los datos que conocemos. Ese es el juego.

¿La documentación como algo esencial?

Es evidente que disponer de una gran documentación que, por otra parte, cualquiera puede consultar, me ha sido de enorme utilidad y me ha hecho concebir el libro de un modo distinto. Pero uno se lleva sorpresas. Por ejemplo, sabía que Ray había estado en Lisboa con una prostituta joven y me imaginé a esa mujer en una escena con él. La imaginación es, en realidad, muy pobre y me la imaginé escotada y con el pelo teñido. Pero a través de una amiga que me ayudó a recabar documentación descubrí en el periódico Sol un reportaje del año 2006 sobre esa mujer con un montón de fotos y cuando estuvo con Ray esa mujer no se parecía en nada al estereotipo que yo me había inventado. Para empezar no parecía una prostituta. Era una chica bastante atractiva y sencilla. Una vez más llegué a la conclusión de que a la imaginación, si la dejas sola, sólo inventa estereotipos muy manidos.

La transparencia y la accesibilidad de la documentación es clave. Leía ayer una cosa muy fea que había escrito alguien. Una de esas cosas que se escriben en España basadas en la mala fe y en la calumnia. Y pensaba que eso que decía ese canalla sería muy fácil comprobar que no es verdad, pero para eso es fundamental la transparencia absoluta de todo acto público y de todos los documentos públicos. Me enamora esa transparencia. Ese deseo de transparencia. Es una conquista que, aunque tardíamente, estamos logrando en España. Hasta ahora, por una parte, los que mandan han sido muy opacos y han ocultado todo lo que han podido, pero es que tampoco la sociedad les ha exigido transparencia.

Como la sombra que se va. Estamos ante un asesinato racista. Han pasado años pero, ¿sigue siendo racista la sociedad norteamericana? ¿Tiene cura el racismo?

Hay una cosa específica de la posición de los negros en la sociedad americana que es distinta a la posición de los hispanos o los chinos. El sello de la esclavitud es una cosa tan atroz que es muy difícil que se elimine. Es evidente que se han producido enormes progresos en torno a esta cuestión. Las cosas no son iguales hoy que entonces, cuando el líder negro fue asesinado. En Estados Unidos hay hoy un presidente de color y una clase media cultivada, etc. los avances han sido inmensos. Ahora bien, hace apenas unos días se publicaban los porcentajes de población negra que hay en Estados Unidos, que ronda el 13%, y los de las personas de esa raza que hay en las cárceles, que superan el 50% de la población carcelaria. Más de la mitad de los negros en las cárceles estadounidenses son negros. En los barrios negros pobres uno de cada tres varones ha tenido algún tipo de relación con el sistema penitenciario. Creo que, aparte del racismo, la pobreza es determinante. Una de las formas a través de las que los negros ascendieron socialmente, aparte de los derechos civiles, fue el hecho de que hubiera en el país muchos puestos de trabajo de obreros en las fábricas a los que ellos tenían acceso. Hoy ese tipo de industria prácticamente ha desaparecido y quien más ha sufrido la desaparición de esos puestos de trabajo dignos, de larga duración, con contratos fijos y con pensión de jubilación, han sido los negros. Eso ha contribuido al crecimiento tremendo de la desigualdad social en Estados Unidos, que es mucho peor ahora de lo que era hace veinte o treinta años. A ello hay que añadirle el carácter punitivo y clasista del sistema judicial y del sistema penitenciario, que es vengativo. La población carcelaria en Estados Unidos es mucho mayor que la que hay en cualquier otra sociedad occidental. Todo esto se junta y hace que la desigualdad aumente y la desigualdad y la pobreza son caldo de cultivo para el racismo.

¿Era el racismo el único móvil de James Earl Ray?

Mientras investigaba sobre este personaje pude ver su maleta. Al ver su cepillo de pelo de plástico de bajísima calidad y otras cosas que contenía te das cuenta de una manera táctil de la miseria de esa vida. La colcha sintética en la que envolvía el rifle o la radio cutre que tenía. Comprobé entonces físicamente la profunda miseria material de esa vida. Había vivido en una especie de chabola rodeado de hermanos cubiertos de piojos y con un padre y una madre violentos y alcohólicos que arrancaban las tablas del suelo para calentar la casa. ¿Qué pasa cuando te meten en la cárcel con 18 años?. Y, por otra parte, está el espanto del odio de los pobres hacia otros pobres. Los blancos pobres en lugar de sentir hostilidad hacia los dueños del mundo, la sienten hacia otros que son un poco más pobres que ellos, como son los negros pobres. Cuando Ray fue a Alemania destinado como soldado vio como las mujeres alemanas convivían y se casaban con soldados negros. Eso le ofendía. En el barco que volvía a Estados Unidos tras la guerra hubo un motín porque los soldados casados tenían derecho a ir en cubierta de primera clase y los que no estaban casados iban en las bodegas. Muchos de los casados eran negros que se habían casado con blancas alemanas y eso para los blancos solteros era una ofensa. Ese rencor destructivo que no sirve de nada estaba en Ray, como lo estaba una astucia mal entendida a la hora de mentir y de enredar que es a lo se dedicó los últimos treinta años de su vida. Al final de su existencia se dedicó a vender los carteles de «Se busca» firmados por él mismo. Es curioso que cuando llevaba veinte años en prisión se casase con una dibujante de los tribunales o cuando en Canadá engaña y tuvo una aventura prolongada con una mujer cultivada que no tenía absolutamente nada que ver con él. Es un personaje lleno de datos contradictorios que no concuerdan.

Con los datos de los que hoy se dispone y con la información que ha recabado para escribir Como la sombra que se va, ¿comparte la idea que algunos sostienen sobre el carácter difícil, incluso violento, de Martin Luther King?

Hay una carta que se hizo pública hace unos días que habla del carácter violento de Luther King. Conviene matizar pues hay que considerar que Hoover, el director del FBI, era muy violentamente racista. Además, Hoover estaba convencido de que había una conspiración comunista continuada y que Luther King era comunista, aunque nunca lo hubiera declarado. King tenía un asesor judío que en los años 30 había tenido alguna relación con el  partido comunista. Pero eso era todo. Luther King nunca fue comunista aunque algunos se empeñasen y lo persiguiesen, como lo hizo Robert Kennedy, que fue un claro enemigo del Movimiento de los Derechos Civiles. Esa carta iba acompañada de una cinta magnetofónica que, anónimamente, alguien envió a la mujer de Luther King en la que se oían jadeos que supuestamente eran de su marido acostándose con otra mujer. El FBI mandaba anónimos de ese tipo continuamente.

También es cierto que cuando se produjo el atentado y el asesinato, el FBI cambió de actitud, por mandato del presidente Lindon B. Johnson, e hizo un gran esfuerzo para encontrar a Ray, aunque quien acabó por localizarlo fue la Policía Montada del Canadá. Por lo tanto, lo que se ha dicho, cuando no es directamente una infamia, hay que matizarlo.

¿Y respecto al Movimiento por los Derechos Civiles?

Desde siempre me ha interesado mucho ese momento de la historia americana en general, y el Movimiento por los Derechos Civiles, en particular, porque tienen que ver con mis propias convicciones políticas. Un Movimiento que aquí no se conoce bien y que, en muchos sentidos, es ejemplar, heroico, ambicioso y práctico. Se marcaba objetivos que eran factibles y buscaba alcanzarlos mediante la no violencia, cosa que en el sur de Estados Unidos tiene su mérito, y el sometimiento creativo a la ley. Es decir, obedecer las leyes, aunque fuesen injustas, de manera creativa, buscando resquicios que permitiesen eludirlas y cambiarlas. Lograron, además, algo novedoso, como era que un movimiento religioso, la iglesia baptista, se implicase en una liberación civil y alcanzar una gran alianza con la comunidad judía.

Por último, tengo que preguntar sobre la importancia del cine y la música en la escritura de Muñoz Molina y de su generación…

No creo que sea una cosa generacional. Lo visual siempre es muy poderoso. Acaso lo que ocurrió en mi generación es que de golpe a muchos de nosotros nos llegó todo el cine que había sido inaccesible hasta entonces. Uno de los grandes momentos de felicidad de mi vida fue cuando en Granada empezaron a llegar todas las películas que no habíamos podido ver. Películas como La naranja mecánica, El imperio de los sentidos, El conformista o El último tanto en París. El gran cine italiano, francés o americano y verlo en versiones originales. Y lo mismo pasó con la música, que fue un gran acicate para nuestro deseo de libertad y nuestro sentimiento antifranquista.

 

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Antonio Muñoz Molina
Seix Barral
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