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Jorge Edwards: «Trato de ser un escritor artista»

Bajo esa certeza enlaza una historia con otra. Su palabra, su «continuado discurso» te atrapa y no quieres que el desenlace llegue, aunque sepas que ese fin no es tal y se fusionará con otro principio; con otro relato.

Es así. Parece que lo que está narrando, siempre con pasión, con palabras ajustadas siempre, se desinfla, decae. Pero no, y casi sin que el escuchante sea consciente ya esta metido, –ya se ha encargado Edward de instalarlo–, en otra historia porque… «mientras se vive, la vida es un relato sin fin».



Dice usted que la vida es un cuento continuado, pero que se acaba…

«El cuento de la vida se acaba». Esa es una cita de Diderot. Yo la encontré leyendo a Machado de Asís, un gran contador que me gusta mucho. Aquel que a través de uno de sus personajes dijo: «escribo con la pluma de la broma y la tinta de la melancolía», algo que a veces me he aplicado. Es verdad que el gran cuento de la vida se acaba y cuando eso sucede… Es una frase un poco melancólica pero muy, muy real. Por eso, mientras dure, yo sigo contando.

También afirma usted que ser escritor es una aventura. ¿A qué tipo de aventura se refiere?

Para mi decidir ser escritor y cumplirlo fue una gran aventura. Procedo de una familia burguesa en la que a la hora de comer se hablaba de las cotizaciones de la bolsa de comercio, de quien se había arruinado o quien enriquecido, de que fulano era amante de mengana; cosas de esas. En ese ambiente era muy extraño que alguien fuera escritor. Sin embargo, en mi familia había un escritor, un escritor secreto que se escapó de aquel entorno. Se llamaba Joaquín Edward y era primo hermano de mi padre. Cuando se hablaba de él nunca se le llamaba por su nombre, se decía “el inútil de Joaquín”. Cuando empecé a escribir pensé que yo iba a ser el nuevo inútil. Que iba a seguir la línea de los inútiles.

Descubrir la escritura y que quería ser escritor fue una aventura pues supuso para mí el descubrimiento de un nuevo mundo. ¿Puede haber mayor aventura que esa?.

[Edward es, a sus 82 años, un ser jovial que sonríe casi de continuo e intercala en su discurso bromas y sentencias. Deja en el aire una broma o un chascarrillo para, sin solución de continuidad, ensombrecer un instante el rostro y lamentar «esta situación terrible de la que es directa responsable la codicia de algunos miserables». La sombra es un breve paréntesis porque en la frase siguiente retoma su discurso el tono relajado, socarrón, inteligente].

¿Cómo ha cambiado el Jorge Edwards escritor de Persona non grata al de sus últimos libros, La muerte de Montaigne, por ejemplo?

A veces me pregunto lo mismo. ¿Ha variado algo? No estoy seguro, pero acaso uno sea un poco más maduro. Acaso miro las cosas con una perspectiva más amplia. A veces no me tomo tan en serio algunas cosas y tomo mucho más en serio otras. Hoy en día el tema de la forma literaria, de la vanguardia estética, no lo miro con la seriedad y con la obsesión con que lo hacía antes. En cambio, el tema del tiempo, el del ser, el tema de la muerte, lo observo con inevitable seriedad. En la escritura de mis memorias me hago esa reflexión continuamente y trato de sacar conclusiones, consciente de que es muy difícil concluir. «La tontería consiste en querer concluir», decía Flaubert.

Sigo rastreando sus palabras y me encuentro aquello de que «la literatura es una causa perdida». ¿Lo sigue pensando?

Haciendo balance de las cosas creo que la aventura de la literatura es algo que ha valido la pena. No sé qué habría pasado si hubiera sido abogado o empresario o alguna de esas cosas que mi padre quería que yo fuera. A lo mejor sería más rico o, acaso, podría estar en la ruina, pero seguro que me habría aburrido mucho más. He vivido, he tenido la oportunidad de mirar y conocer muchas cosas, he viajado, he tenido muchas experiencias, he leído, me he fascinado con determinados libros. El balance es muy enriquecedor.

¿Cómo casa usted el trabajo de embajador con el de escritor?

Cuando comencé a trabajar en la diplomacia quería ser escritor y, más tarde, cuando me sentí más firme y más seguro como escritor me fui a la diplomacia. Ahora, el presidente chileno Piñera me ofreció ser embajador en Francia, a conciencia de que yo soy escritor. Lo acepté por París más que por otra cosa. Le dije al presidente, «no puedo resistir la tentación de París» y allí estoy. A veces me reprochan que actúe como escritor y no como diplomático y yo les digo, ¿pero si nombran a un escritor como diplomático, qué esperan ustedes?

[Se confiesa alejado de cualquier militancia política concreta, «nunca he estado en las filas de partido alguno» y amigo de sus amigos, «en su compañía sigo disfrutando intensamente. Me gusta mucho verlos». Ha tenido muchos, –»cuido a los que quedan, los conservo»– y de todos los colores y condiciones. Guarda un rincón especial en su recuerdo para gente como Cortázar, Onetti o Neruda, «un ser magnífico que soportó tiempos muy duros al final de su vida»]

Su libro El origen del mundo se abría con una descripción del cuadro del mismo nombre de Courbet y en su último libro, El descubrimiento de la pintura, vuelve usted al arte. ¿Qué lugar ocupa en su vida?

En mi literatura ocupa un lugar muy importante y eso es un reflejo del lugar que ocupa en mi vida. Con respecto a la lengua y a la literatura trato de ser un escritor artista. Hay que diferenciar entre el escritor y el escribidor. Un escritor artista no es un escritor puramente funcional. Es un escritor que tiene un respeto y un amor al lenguaje. Esto me lleva a tener interés y respeto por otros lenguajes estéticos y artísticos, como el lenguaje de la música.

Como he comentado, en mi casa reinaba un mundo burgués, pero de repente surgían locos que eran los tipos más interesantes. En mi familia descubrí a un pintor de fin de semana. Un tipo algo mayor que mi madre y aparentemente grotesco, ridículo, medio patético, pero que al final resultó un personaje altamente dramático. Aquel hombre, al vivir en Chile, no conocía la pintura. Era pobre y no podía viajar, pero inesperadamente se casó con una mujer que tenía algunas rentas y pudo venir a Europa y descubrió la pintura en el Louvre y en el Prado y en otros museos y no pudo volver a pintar jamás. Se quedó paralizado por el conocimiento. Se quedó extasiado frente a Las Meninas, sentado en el suelo de la sala sin poder levantarse y comprendió que lo que el hacía no tenía nada que ver con aquellas maravillas que ahora veía y, como pintor, se quedó bloqueado para siempre.

Me lo encontré en un parque de Santiago de Chile y me dijo que ya no volvería a pintar jamás y así fue hasta su muerte. Durante mucho tiempo conservé el recuerdo de esta historia y, como me pasa siempre, de pronto descubrí que eso podría ser un relato. Ese libro, el más reciente de los que he publicado, se llama El descubrimiento de la pintura y es mi novela de la vocación artística.

Una vez más añado ficción a la realidad. Por eso me dicen que escribo casi-novelas. En mis libros menos ficticios, como en mis memorias, hay ficción y en mis ficciones hay memoria y realidad. En definitiva, la literatura es una mezcla de memoria y olvido.

[Los círculos morados es el título elegido para sus memorias, «evocando el mal vino que bebíamos en la juventud. Un mejunje que me dejaba en los labios un círculo de ese color». Ese libro destila, y así lo reconoce el propio autor, la mezcla de humor, escepticismo y melancolía presente en buena parte de su obra]

¿Qué está escribiendo en este momento?

Cada uno tiene que escribir sobre lo que conoce. Viví en un mundo familiar del que me escapé, pero la memoria regresa y ahora he descubierto la historia de una pariente lejana. Era una señora frívola, una señora de sociedad a la que las circunstancias, unidas a una fuerte sensibilidad, la convirtieron en una heroína. Salvó de morir, arriesgando su propia vida, a más de ochenta niños judíos en plena ocupación de París. Fue torturada por la Gestapo y fue salvada de una manera muy curiosa. De todo ello trata la novela que estoy escribiendo.

¿Qué opinión le merece la información y la difusión de la cultura a través de Internet?

Lejos de tener cualquier tipo de prejuicio, mi opinión es muy positiva. A través de estos medios mucha gente descubre la literatura y va al libro. El libro no va a desaparecer porque como objeto es muy atractivo. El ‘objeto libro’ es fascinante. Me acuerdo de un amigo que era un gran lector. No era rico y decía siempre que su sueño era leer las obras en su edición original. Era una pasión imposible y muy cara y, como he dicho, él no era persona de dinero. Cuento esto porque eso va a suceder siempre y siempre habrá personas así. He conocido también a una costurera muy humilde que era una lectora maravillosa y recientemente en París a un taxista que siempre tiene libros cerca y aprovecha, en la calle, los breves descansos de su trabajo para leer.

Dicho esto, creo que el libro es una pasión minoritaria. Conquistar gente para el libro y para la lectura es una cuestión muy importante. Muchos editores de hoy están obsesionados con vender best-seller y eso creo que es un error completo porque lo que hay es que, a través de buena literatura, conquistar lectores de verdad. En ese sentido, en el presente y mucho más en el próximo futuro, la difusión y la información a través de Internet es esencial.

 

El autor

Jorge Edward nació en Santiago de Chile en 1931. Estudió Derecho y Filosofía en las universidades de Chile y Princeton.

Inició la carrera diplomática en 1957 y tuvo, entre otros destinos, París y La Habana, de donde el régimen de Fidel Castro acabaría por expulsarlo.

Tras el golpe de Estado del General Pinochet, «del que conviene recalcar lo ya sabido, que era un ser abyecto», se exilió en España. En 1978 regresó a su país.

En la actualidad es embajador de Chile en Francia.

Ha obtenido numerosos galardones entre los que se cuenta el Premio Nacional de Literatura en 1994; el Premio Planeta Casa de América en 2008 y el Premio Cervantes en 1999.