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La aventura fascinante de Casiodoro de Reina

Casiodoro de Reina (1520 – 1594) es un claro ejemplo de esas otras Españas que pudieron ser y no fueron «gracias» a la “Santa” Inquisición y sus artes diabólicas. Se trata de un caso singular de tolerancia en un tiempo de violencia, un hombre de fronteras para derribar fronteras de todo tipo en una época de enfrentamientos político-religiosos y de las más insufribles actitudes dogmáticas.

Se situó entre aquellas personas que creían que las ideas y las doctrinas no se pueden imponer por la fuerza, sino por el camino de la persuasión del corazón y de la razón. Su apuesta vital, dialogante y pacifista, frente a los fariseos de su tiempo, capaces de causar la muerte -y horrores más insoportables que la propia muerte- a los que se atrevían a no pensar como ellos, le llevó a que los católicos le creyesen un hereje heterodoxo; los calvinistas, un tibio reformista próximo al luteranismo, y los luteranos, un simpatizante del calvinismo.

Es uno de los grandes personajes renacentistas. Uno de los mayores impulsores de la Reforma tras su lectura de los textos de Erasmo de Róterdam y de Martín Lutero, aunque siempre con una extraordinaria independencia de criterio. Pero, al mismo tiempo, es de uno de los mejores prosistas en lengua castellana, tal y como sostienen Félix de Azúa y otros escritores de nuestro tiempo, como Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet, Andrés Trapiello, Juan Antonio González Iglesias o Antonio Muñoz Molina, quienes lo consideran una de las cimas literarias de nuestra lengua (en el ámbito hispanoamericano sostienen una opinión parecida Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Octavio Paz o Sergio Pitol, entre otros).

Persecución

Nunca podremos saber del todo la influencia y el alcance que podría haber tenido su obra entre los escritores españoles de los últimos cuatro siglos de no haber sido la Biblia del Oso el libro más perseguido en España y sus dominios desde su publicación en 1569 hasta bastante tiempo después de la abolición de la Inquisición (1834), como pudo comprobar de primera mano George Borrow, autor de la insólita La Biblia en España, deliciosa narración de lo que le sucedió en nuestro país entre 1836 y 1840, en plena primera guerra carlista, adonde le había enviado la Sociedad Bíblica británica como propagador de las Sagradas Escrituras en una de las versiones de la obra de Casiodoro.

Parece un hecho probado que la moderna literatura europea nació en el Renacimiento a partir del impulso decisivo de las traducciones de la Biblia a las lenguas vernáculas (así sucedió con Martín Lutero en Alemania, con William Tyndale en Inglaterra y con Giovanni Diodati en Italia); en cambio, en el caso de España, el nombre de Casiodoro de Reina fue raído de nuestra memoria colectiva. A pesar de ello, un experto en la historia de la literatura española como Marcelino Menéndez y Pelayo, aun siendo tan poco amigo del heterodoxo en la cuestión doctrinal, dijo que su obra era, junto con la de Cervantes, la mayor aportación a la lengua literaria española.

Como señala Doris Moreno, autora de la primera gran biografía acerca del personaje –Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI [1] (también existe una biografía inglesa de Arthur Gordon Kinder publicada en 1975)-, su vida es una novela de aventuras fascinante: “Pasó buena parte de su vida huyendo, instalado en una permanente provisionalidad, cruzando fronteras geográficas, religiosas y culturales. Su largo periplo desde Sevilla a Ginebra y, desde aquí, a Londres, Amberes, Basilea, Estrasburgo, Heidelberg y Frankfurt no le libró de ser perseguido, de un lado por la Inquisición, tanto dentro como fuera de España, y de otro, por la ultraortodoxia de calvinistas y luteranos en Inglaterra, Suiza, Francia, Países Bajos y Alemania. Le acusaron de heterodoxia, inmoralidad sexual, sodomía, antitrinitarismo, profesar la doctrina de Servet…”. Por su parte, la escritora Eva Díaz Pérez ha tratado de acercarse al personaje de una manera novelada en su libro Memoria de cenizas (publicada en 2005 y reeditada en 2020) [2], hecho en buena parte con los materiales del ensayo y la investigación histórica.

Sin intermediarios

Amante de la libertad de culto y de conciencia, Casiodoro defendió que nadie se debía interponer entre el texto sagrado y el lector. Fue una persona de gran temple que abogó por el diálogo entre los cristianos, independientemente de cual fuera su expresión religiosa, y trató de vivir hasta el último de sus días de acuerdo al lema agustiniano: “En las cosas necesarias, la unidad; en la dudosas, la libertad, y en todas, la caridad”.

Muy poco, por no decir nada, es lo que se sabe del personaje durante su infancia y mocedad, antes de aparecer como estudiante en la Universidad de Sevilla, razón por la cual él mismo se considera hispalense, aunque lo más probable es que naciera en Reina, en el municipio de Montemolín (Badajoz), entonces perteneciente al Reino de Sevilla, posiblemente en el seno de una familia de judíos conversos. Parece ser que llegó a Sevilla para completar su formación en lenguas y humanidades en el Colegio de Santa María de Jesús, donde coincidió con otros personajes como Antonio del Corro y Cipriano de Valera, con los cuales tendría después una estrecha relación. Al poco se hizo miembro de la Orden de San Jerónimo e ingresó en el monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, a las afueras de Sevilla.

No parece desatinado suponer que, al entrar en religión, Casiodoro, cuyo apellido real ignoramos, adoptara el de su localidad de origen según era habitual en la época, tal y como también sucedió con Cipriano de Valera. Para entonces, en su pensamiento se había arraigado el deseo de independencia intelectual y pronto se vio involucrado en el movimiento de reforma interna que se vivía en el monasterio (eliminación de las mortificaciones, supresión de las oraciones de difuntos, abandono del culto de los santos y de la adoración de las imágenes…).

Visión y misión

Seguramente, cuando tuvo lugar el Concilio de Trento (1545), punto de partida de la Contrarreforma, había leído ya a Erasmo de Róterdam, conocía las propuestas de Martín Lutero, había tomado conciencia de lo que las ideas de la Reforma protestante traían consigo y de la espiritualidad que desprendían los textos de Juan de Valdés, uno de los máximos representantes del alumbradismo o iluminismo (una variante del protestantismo español) y, como otros muchos compañeros de cenobio, estaba convencido de la necesidad de una visión y misión más evangélica, fundamentada en una fuerte adhesión a las Escrituras, sin intermediarios ni censores.

Pero para ello era necesario dejar atrás la versión de la Vulgata, que había dominado el orbe cristiano desde finales del siglo IV, y disponer de traducciones directas a las lenguas vulgares de los textos hebraicos y griegos, a pesar de ser una labor expresamente prohibida por el Concilio de Trento. En esta tarea jugó un papel importante Juan Pérez de Pineda, quien, establecido en Ginebra desde 1550, contribuyó a la difusión de un catecismo evangélico en español y a generar unos fondos económicos para imprimir una edición completa de la Biblia en lengua española, de los que, años más tarde, acabaría beneficiándose la obra de Casiodoro de Reina.

Mientras tanto, entre los jerónimos de San Isidoro del Campo, persuadidos por Casiodoro, cuyo número era cada día mayor, comenzaba a sentirse el cerco cada vez más estrecho de la Inquisición, que en 1546 organizó en Sevilla un gran auto de fe por iniciativa del Inquisidor Fernando Valdés del que salieron condenadas 70 personas, entre ellas 21 para el quemadero. Por eso no es de extrañar que un importante grupo de monjes se plantearan la huida al extranjero, aprovechando que la cosmopolita ciudad hispalense, convertida en puerto y puerta de Indias, era cada día más difícil de controlar.

Éxodo

Sin embargo, no fue tarea fácil escapar de la extensa tela de araña tejida por la Inquisición. Hubo que esperar hasta 1557 para que una docena de frailes, entre los que estaban Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera y Antonio del Corro, consiguieran huir por la vía de Cádiz y llegar hasta Ginebra, la mitificada ciudad en el imaginario protestante, en la que reinaba la doctrina de Calvino y en la que existía una pequeña colonia de españoles, entre ellos el mencionado Juan de Pineda, que gozaba de un cierto respeto y posición social. No se tiene noticia del camino que siguieron, pero es fácil deducir que no debieron ser pocas las vicisitudes y los peligros que tuvieron que pasar hasta llegar a la “Roma protestante”.

Ginebra solo fue la primera etapa del largo peregrinaje que esperaba a Casiodoro de Reina a través de media Europa. A pesar del buen recibimiento inicial, pronto descubriría que los calvinistas eran tan dogmáticos e intolerantes como los católicos inquisitoriales y, al poco tiempo, comenzaron sus discrepancias con el propio Calvino y el acercamiento a las tesis del erasmista francés Sebastián Castiello, que había denunciado el suplicio de Miguel Servet, teólogo y médico aragonés mandado a la hoguera por las autoridades ginebrinas a causa de sus ideas negacionistas sobre la Trinidad. Castiello sostuvo que: “Matar a un hombre para defender una doctrina no es defender una doctrina, es matar a un hombre”. Casiodoro no quiso someterse a la autoridad político-religiosa impuesta en Ginebra por el calvinismo, a través de una especie de “república teocrática”, y tuvo que dejar la ciudad tan solo unos meses después de su llegada.

Tras una breve visita a Frankfurt y un periplo por Flandes, en donde estuvo a punto de ser capturado por los espías de Felipe II, Casiodoro llegó a Londres a finales de 1558, poco después de la subida al trono de la reina Isabel I, que pronto se proclamaría cabeza de la iglesia reformista anglicana. Casiodoro se instaló en la ciudad con la idea de organizar una comunidad eclesiástica española, a semejanza de otras “iglesias refugiadas”, como la francesa, la flamenca y la italiana, para lo que redactó en latín y en castellano una Confesión de fe (1560) en la que se reivindicaba la inspiración directa del Espíritu Santo en el corazón de cada creyente y la libertad para anunciar la palabra de Dios, al tiempo que se reducía el contenido dogmático para subrayar el práctico y se abogaba por dejar al margen las disputas teológicas que a Casiodoro le parecían inspiradas por el demonio (Doris Moreno).

Huir (de nuevo)

Durante un tiempo pudo gozar de una cierta tranquilidad como responsable de la congregación española (tenía asignada una pensión como pastor de una iglesia londinense), profundizar en la traducción iniciada de la Biblia que se había propuesto realizar y casarse con Ana de León, perteneciente a una familia de Frankfurt de ascendencia española. No obstante, en el otoño de 1563, las graves acusaciones formuladas por dos miembros de su propia congregación, entre las que no faltaba la sodomía, castigada con la pena capital por los tribunales ingleses, la intensificación de las campañas de descrédito por parte de los calvinistas y las insidias formuladas ininterrumpidamente por las huestes del Santo Oficio, que hacían mella en el oscilante equilibrio político entre España e Inglaterra, dieron al traste con los planes de Casiodoro, que nuevamente tuvo que poner pies en camino y refugiarse en Amberes por un tiempo, ya que Felipe II había puesto precio a su cabeza. A principios de 1564 consiguió llegar a Frankfurt, donde la familia de su mujer tenía un negocio de seda y durante los siguientes tres años estuvo yendo y viniendo a Estrasburgo y Basilea tanto por razones comerciales como por aspectos relacionados con la futura edición de su obra.

En Estrasburgo gozó del amparo del pedagogo y reformador Johannes Sturm, y fue durante su estancia en esta ciudad cuando, tras numerosas anotaciones y correcciones, pudo dar el texto por finalizado y entregarlo a una imprenta de Heidelberg para su impresión en 1567, empresa que no acabaría concretándose. En Basilea encontró la protección del influyente banquero de origen portugués Marcus Pérez, un judío converso que puso su fortuna al servicio de la causa protestante en toda Europa y que acabaría financiando la impresión de la Biblia de Casiodoro en la imprenta de Thomas Guérin, en 1569, aunque durante años se tuvo a Samuel Biener (Apiarius) por el impresor de la obra, debido a que, por razones todavía desconocidas en nuestros días, su marca tipográfica (el oso que quiere alcanzar un panal en una palmera) apareció en la portada, y permitió identificarla popularmente como la Biblia del Oso.

La calma

Conseguido su propósito, Reina se volvió a establecer en Frankfurt en 1570, dedicándose a sus actividades pastorales y escribidoras, así como al comercio de la seda y de los libros. Durante todo este tiempo siguió contando con la amistad de Antonio del Corro y con la ayuda de Cipriano de Valera, que llegó a ser profesor de Teología en las universidades de Cambridge y de Oxford. Precisamente fue gracias a ellos por lo que pudo ver cumplido su deseo de viajar a Londres en 1578 para enfrentarse a los cargos que se le habían imputado quince años atrás, ser absuelto por una comisión real presidida por el arzobispo de Canterbury, a la sazón Edmund Grindal, y de esta manera dejar limpio su nombre. Cuando los luteranos de Frankfurt le ofrecieron ser pastor de la congregación valona aceptó; no obstante, para ejercer sus funciones, tuvo que firmar una “Fórmula de Concordia” en la que se adhería a la confesión luterana y rechazaba herejías del catolicismo y de un buen número de las múltiples corrientes protestantes. Y allí, en la “ciudad de los libros”, vivió junto a su familia hasta su muerte en marzo 1594.

A principios del siglo XVII, ante la dificultad de encontrar alguno de los 2.600 ejemplares editados de la obra de Reina, Cipriano de Valera realizó una segunda edición en la que venía trabajando desde años atrás, que es una versión revisada y corregida de la Biblia del Oso, con enmiendas no del todo acertadas en muchos casos. Fue conocida en su tiempo por el nombre de Biblia del Cántaro (1602), ya que la divisa tipográfica primera fue sustituida por un emblema en el que aparecen dos hombres: uno planta un árbol y el otro lo riega con el agua vertida de un cántaro.

A pesar de la afirmación de Valera de haberla seguido “cuanto hemos podido palabra por palabra”, las diferencias entre el texto de Reina y el de Valera son bastante notables; por otra parte, el ordenamiento de los libros bíblicos es distinto: mientras que Reina había optado por la disposición católica (Libros históricos I y II, Libros proféticos y sapienciales, Nuevo Testamento), con los apócrifos incluidos, Valera restituye el orden protestante y elimina lo apócrifos, pues, según dice, “no es bien hecho confirmar lo cierto con lo incierto, la Palabra de Dios con la de los hombres”. Además, el texto de Reina contiene una “Amonestación al lector”, a modo de introducción, que resulta impagable. En cualquier caso, la versión de la Biblia de Reina-Valera es la que ha venido circulando en el mundo hispano desde el siglo XVII hasta finales del siglo XX, y es la que que llegó a las manos de Borrow, Menéndez Pelayo, Sánchez Ferlosio y Juan Benet.