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La BNE adquiere los últimos relatos de Miguel Hernández

Se trata de seis pequeñas hojas de 12 x 19 cm, escritas y con dibujos, cosidas en la parte superior por un hilo de color ocre, y con los bordes envejecidos e irregulares. Por el tamaño y la descripción se deduce que son hojitas de papel higiénico con las que se formó un pequeño cuaderno que tiene al final varias hojas en blanco.

Últimos escritos

Son por tanto estos cuentos los últimos escritos del poeta. Hernández los entregó a Eusebio Oca Pérez -maestro, periodista, dibujante- con quien se reencontró en el Reformatorio. Eusebio confeccionó con dos de ellos un libro lleno de dibujos: El potro oscuro y El conejito, para que Miguel se lo entregara a su hijo.

Como dice Jose Carlos Rovira en el capítulo Últimas ausencias de Miguel Hernández, del libro Miguel Hernández: la sombra vencida, Madrid, 2010, p. 149-153 –catálogo de la exposición celebrada en la BNE con motivo del centenario del nacimiento del escritor– los cuentos son metáforas explícitas de libertad para que las leyera su hijo.

Estos cuentos infantiles muestran que, en sus últimos años de vida, junto a la poesía, el autor desarrolló otro registro de escritura en prosa. Aunque dos de ellos se conocían, y se había realizado una publicación facsímil en 1988 –Dos cuentos para Manolillo–, no por ello la existencia del manuscrito es menos impactante.

Aportación importante

La BNE conserva algunas piezas manuscritas de Hernández: un poema perteneciente al Cancionero y Romancero de ausencias (1938-1941) y tres hojas de papeles autógrafos con versos: La espera puntual de la semilla, ¿Sigo en la sombra? y El hombre no reposa. Pero los cuentos, que representan otro aspecto de la escritura de Miguel Hernández, son una aportación importante por la singularidad del manuscrito y por su significado.

Según indica Rovira, “en estas últimas ausencias tenemos la metáfora infantil para su hijo, de lo que en otra clave estaba escribiendo para aquel inacabado libro que debía llamarse Cancionero y Romancero de ausencias, en el que decía: ‘soy una abierta ventana que escucha, por donde ver tenebrosa la vida. Pero hay un rayo de sol en la lucha, que siempre deja la sombra vencida’”.

Cuentos con mensaje

Desde junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, fecha de su muerte, el poeta vive alojado en la enfermería de la prisión, enfermo de tuberculosis. Acosado por tres sacerdotes que buscan su reconversión y la abjuración de sus ideas, el escritor resiste negando su retractación política, lo que impidió, casi con toda seguridad, su ingreso en el sanatorio antituberculoso valenciano de Porta Coeli. Desgraciadamente, la orden de traslado llegó pocos días antes de su muerte.

Su mujer, Josefina Manresa, cuenta en su libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, que “transcurrió un mes hasta que pude ver a mi marido, lo sacaban entre dos personas, que no sé si serían presos, cogido del brazo, y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para nuestro hijo… Al terminarse la comunicación, quiso darle él por su mano el libro al niño, y no le dejaron hacerlo. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí”.

Voluntad de ser libre

Rovira editó en facsímil aquellos cuentos en 1988, y explica que, aunque el poeta quiso hacer pasar los escritos por una traducción de unos cuentos ingleses al castellano, quizás para evitar que la censura de la cárcel los interceptara, al igual que había hecho con otros de sus escritos, “supuse la paternidad hernandiana de la confección material de los cuentos… Hay metáforas de encierro y libertad en los cuatro breves relatos, y por eso tengo la sensación de que no son traducciones sino mensajes como juegos para su hijo, en los que quiso plasmar una metáfora de la libertad, una metáfora ingenua de liberación”.

En definitiva, como afirma Rovira, “metáforas de alguien que, en su escritura y su vida, quiso dejar constancia, sobre todo, de su voluntad de ser libre”.

Sobre los manuscritos

Edité en facsímil aquellos cuentos en 1988, hace 26 años por tanto. Los acompañaba un pequeño volumen en donde, entre otras reflexiones, supuse la paternidad hernandiana de la confección material del libro, mediando su relación con el dibujo a lo largo de su obra. La caligrafía se me resistía por lo que dejé abiertas varias posibilidades.

Supe en 2009 que me equivoqué en 1988. Primero, en algo que hoy me parece obvio: Hernández estaba lo suficientemente enfermo para que no pudiera hacer un trabajo que es muy bello en su factura material, una encuadernación y unos dibujos. Lo hizo un compañero que estaba en la enfermería, alguien llamado Eusebio Oca Pérez, maestro nacional y buen dibujante que, por aquellos días, preparaba un volumen similar, con otros relatos, para su hijo llamado Julio Oca que tenía un mes menos que Manuel Miguel, el hijo de Hernández.

La prueba me la mostró Julio Oca en 2009: el primer relato de los que había editado, El potro Obscuro, con sus dibujos y su letra, y un librito Petete Pintor que se diferencia del otro en que los dibujos están repetidos para ser coloreados, pero el trazo, los personajes y sobre todo la letra los hacen producto de la misma mano. Eusebio Oca Pérez construyó aquel libro y recibió en regalo aquel humilde conjunto de hojas que contenían los dos cuentos que convirtió en un librito, titulados El potro obscuro y El conejillo, más otros dos que están en el conjunto de hojas manuscritas y se titulan Un hogar en el árbolLa gatita Mancha.

Son cuentos infantiles muy sencillos. Cuando edité los dos primeros anoté que Hernández lo había llenado de versos infantiles, como en el primero en el que dos niños, un perro blanco, una gatita negra y una ardilla gris, quieren ir a lomos del potro obscuro a La gran ciudad del sueño, y le dicen cosas como:

Llévame caballo pequeño
a la gran ciudad del sueño;

hasta que, al final del cuento, Todos estaban dormidos al llegar el potro obscuro a la gran ciudad del sueño por lo que, aparte de cuento para dormir a un niño, había en esa ciudad un espacio liberador que se acrecentaba en la metáfora del otro relato, donde un conejito se metía en un cercado, se hartaba de comer hortalizas, al engordar el estómago, no podía ya salir del encierro y era amenazado por un perro hasta que conseguía salir por otro agujero mayor.

Los dos textos nuevos que he mencionado cuentan dos historias que coinciden en algo con los primeros: Un hogar en el árbol es la historia de una familia de pájaros observada por dos niños, desde la incubación hasta que nacen cuatro pequeñuelos, que quieren volar muy pronto y caen al suelo, de donde los salvan los niños, hasta que ya mayores mamá y papá pájaro se los llevan a volar, mientras los niños les despiden gritando:

Hasta la vuelta, pequeñuelos
Y que no os vayáis a perder
en las estrellas de los cielos.
Venid siempre al atardecer.

La gatita Mancha es una traviesa gatita que se mete en un costurero donde ha visto un ovillo muy grande y muy rojo, y cae al suelo con el costurero y se enreda con el ovillo cada vez más al intentarse liberar de él, hasta que la familia en cuya casa está, tras reír porque cada vez se enreda más, la libera, y sale corriendo asustada, hasta que una moraleja, versillo con el que recrea un refrán, cierra el relato:

Porque el gato más valiente,
si sale escaldado un día,
huye del agua caliente,
pero también de la fría.

Por tanto, hay metáforas de encierro y libertad en los cuatro breves relatos como juegos para su hijo en los que ha querido plasmar una metáfora de liberación, una metáfora infantil de libertad, y esa es la trascendencia de esta última escritura de Miguel Hernández.

José Carlos Rovira, Catedrático de Literatura Hispanoamericana

Universidad de Alicante