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La gran Doris, entonces, cuando el Nobel

Ríos de tinta y largos planos de televisión anegaron los tres o cuatro escalones que flanquean la puerta de su casa londinense en los que, paciente, se sentó para dejarse fotografiar del modo inmisericorde que la actualidad puntual tantas veces establece.

Relativizando

Injustamente semiolvidada durante décadas, aunque reivindicada por algunos colectivos desde principios de este siglo, las imágenes de aquellos días la captan envuelta en una sonrisa que admitía varias lecturas y entre ellas la que nace de la inteligencia que relativiza los extremos: “Ni soy la más que ahora quieren hacerme ver, ni la nada que tantos ignoraron durante tanto tiempo”, lo decía y volvía a dejar en el ambiente una especie de lacónica sonrisa cuando lamentaba que “en 104 convocatorias solo diez mujeres han logrado este Premio; no creo que pueda hablarse de justicia literaria”.

Doris May Tayler, Doris Lessing para la literatura, obtuvo el Nobel en medio de una fuerte controversia y ante notables adversarios que “sonaban” mucho más, como Philip Roth o Claudio Magris.

África en el corazón

Pero al fin y no sin sorpresa, fue para ella, para aquella escritora de aspecto desaliñado nacida en 1919 en Persia, criada en Rodesia y ciudadana británica que a través de su obra ha contribuido a colocar al continente africano y a la mujer, -algunos, que demuestran saber poco de su actividad y de sus libros, la han tachado de recalcitrante feminista-, en el primer plano de la cultura occidental.

Feminista sí, como ella misma abanderaba, pero un feminismo razonado y razonable, aquel que quienes entonces la eligieron la definieron como “la escritora épica de la experiencia feminista, que con escepticismo, fuego y poder visionario ha sometido a escrutinio a una civilización dividida”. Una definición, por cierto, que a ella nunca satisfizo.

En España

Galardonada también, pero años antes, en 2001, con el Príncipe de Asturias en España, a donde había viajado en 2006 para asistir en Segovia al Festival Hay en donde dejó perlas como: “La lectura es vital; leer debería ser considerado un acto revolucionario. A los dictadores no les gusta que la gente lea”, o “lo único que sé es escribir”, Lessing se mostró siempre como una firme valedora de sus creencias. Lo demostró no pocas veces como cuando tras adscribirse al Partido Comunista en los años 40, desilusionada y escéptica lo abandonó en 1954 entre fortísimas críticas de sus hasta entonces camaradas.

La lucha contra el racismo, la reivindicación de los derechos del ser humano y el papel de la mujer en la sociedad actual, constantes en su amplia obra que integra más de 50 libros, han hecho de Doris Lessing un referente de honestidad intelectual; una de las grandes damas de la literatura inglesa contemporánea.

Todos los géneros

Ya en su primera novela, Canta la hierba (1950), amanecen míticos territorios de Africa para contarnos su infancia y juventud en Rodesia, ahora Zimbabwe, y trazar, tema al que ha vuelto en diversos textos, una feroz crítica del racismo.

“Viví una infancia gris e itinerante”, escribía. Con apenas 14 años había pasado estancias más o menos cortas en más de cincuenta ciudades y vivido en lugares “más que inhóspitos”, como un colegio católico en donde a la hora del baño semanal le instalaban una tabla alrededor del cuello “para que no pudiera ver mi cuerpo desnudo”

A los 15 se marchó de casa y a los 19 se casó con un funcionario rodesiano con el que tuvo dos hijos. Cuatro más tarde se divorció. Pero, gran parte de la historia de su compleja vida está en sus libros.

Leámosla. Hay para todos los gustos pues en su quehacer literario caben todos los géneros: las grandes novelas y las obras cortas, la ciencia ficción y los relatos, la poesía, el teatro y el ensayo. Obras tan distintas como el quinteto narrativo futurista Canopus in Argos o su excelente novela autobiográfica El cuaderno dorado, pasando por Mara y Dann, África de nuevo en el horizonte, o Dentro de mí y Un paseo por la sombra en donde, tras algunos altibajos, emerge de nuevo la excepcional escritora que tiene en La Hendidura una de sus más sólidas propuestas narrativas

Final

Hija de un oficial del ejército británico que perdió una pierna y sufrió graves heridas durante la Primera Guerra Mundial y de la enfermera que le atendió durante su larga estancia en el hospital, sus padres han sido objeto de su atención literaria hasta el punto de que su ciclo creativo se cerró en 2008 con Alfred y Emily, nombres de sus progenitores, una dolorosa obra en la que cuenta las difíciles circunstancias que ambos vivieron durante la guerra. Tras su publicación confesó que no volvería a escribir: “Ha sido una gestación intensa y dolorosa. Estoy cansada. Es mi último libro”. Lo cumplió; así ha sido.

Ahora, Doris Lessing, la gran Doris, ha muerto. Pero en estas líneas la rescatamos entonces, con el Nobel en la mano, envuelta en el sosiego. Aquel que traslucía un perfil humano marcado por un modo de enfrentarse a la escritura en el que se mezclaban la denuncia firme pero sin aspavientos de los problemas del mundo; el ser humano cuya voz coherente se hace eco de las injusticias sociales y los plasma en su literatura, y la madre que vuelve de la compra y que atiende a los periodistas y se disculpa por tener que dejarles pues, tras la puerta de su casa londinense que flanquean tres o cuatro escalones, le aguardaba un hijo gravemente enfermo del corazón al que debía cuidar.

“Perdonen», textualmente les dijo aquel 11 de octubre de 2007, «pero dentro tengo faena”.