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La pobreza, y la grandeza, de Antonio Gamoneda

La pobreza que marcó la vida de Gamoneda, y de tantos otros, es el eje de la obra y el símbolo que la acoge. Un texto cargado de emoción, luminoso pese a que se habla de un tiempo muy oscuro y hay mucho dolor y mucha tristeza, pleno de ironía, y hasta de humor, y de inteligencia, en una prosa en la que reconocemos la palabra, el tono y la belleza del poeta de siempre, un poeta ejemplar y un hombre íntegro y cansado, que recuerda y contempla lo que ha hecho el tiempo con la vida cuando, como ha escrito, “la muerte se hace sensible, se anuncia de manera que no es solo imaginaria”; ya nos dijo “he llegado, por fin, este no es mi lugar pero he llegado”, “he llegado y quiero descansar”.

Vida y obra, pensamiento y poesía

Para acercarnos a la vida y al pensamiento de Antonio Gamoneda hemos tenido su obra poética, en la que asoma el hombre que la escribe, y en la que están los sucesos que ha vivido, los estados de ánimo, las derrotas, los sueños y también la celebración y la luz; y hemos conocido sus ideas sobre la poesía y la existencia y la muerte en sus conferencias y en las entrevistas que hemos ido escuchando o leyendo a lo largo del tiempo.

Si leemos Blues Castellano (una de sus obras indispensables, como lo son, entre otras, Lápidas, Libro del frío o Arden las pérdidas) sabremos no poco del poeta y del escritor, y también si nos adentramos en los ensayos literarios que componen El cuerpo de los símbolos, o en lo que han escrito Miguel Casado, Tomás Sánchez Santiago o Amelia Gamoneda.

Ahora, mientras escribo este texto, recuerdo Alcoba fría, uno de sus poemas más intensos e inolvidables, un largo y musical escalofrío hermoso y verdadero, busco el libro en el que está el poema y leo: “Vi descender llamas doradas sobre muros de sombra. Esto fue antes de la aparición de los símbolos // Vi la pobreza a través del olvido y vi también, una sola vez, el rostro de mi madre sonriendo sobre el algodón y el acero. Una sola vez. // Esta es mi relación, esta es mi obra. No hay nada más en la alcoba fría. Fuera de ella, abandonadas, están las cestas de la tristeza, excrementos cubierto de rocío y los grandes anuncios de la felicidad”.

El primer tomo de sus memorias fue Un armario lleno de sombra (Galaxia Gutenberg, 2009) [1]. En aquel libro está, desde la mirada de la vejez, el recuerdo de los años de infancia, una obra escrita, nos dijo, “mientras el olvido progresa en mí”. En él, sobre todo en el principio, reconocemos al poeta y a muchos de los poemas de su obra; el lenguaje y el ritmo son los del Gamoneda poeta, aunque ahora la apariencia sea de prosa y aparezca la realidad de su mundo de niño en Oviedo y en León, la crónica de sus primeros años de vida, y sus encuentros iniciales con “el cuerpo musical de las palabras”.

La escritura, el relato de lo que queda de nosotros

A comienzos de año se ha publicado el segundo tomo de sus memorias, La pobreza (Galaxia Gutenberg, 2020). Sabíamos de la vida del poeta en León, su ciudad de siempre pese a que naciera en Oviedo, y de no pocos hechos biográficos que han ido apareciendo, a veces como recuerdos obsesivos, en su obra. En León, escribió, disfrutó de las ventajas del relativo aislamiento en la pequeña ciudad de provincias: “He tenido suerte. Yo puedo llevar solo mi pobreza (…) Al fin y al cabo, la pasión real de la poesía no es otra cosa que un hombre solo, una hoja en blanco y silencio”.

La pobreza tiene dos partes, tres con el apéndice final. La primera, “La escritura”, puede resultar desconcertante para el que vaya buscando, o espere, un libro convencional de memorias. Aunque el autor proclama su decisión de escribir la continuación de Un armario lleno de sombra (que llegaba hasta el 30 de mayo de 1945 –Gamoneda nació en 1931– “fecha inmediatamente anterior a mi entrada, con 14 años, en edad laboral”) y “llevar el tiempo de las memorias” hasta el 31 de agosto de 1960, en esta primera parte del segundo tomo, el poeta expresa sus dudas, muchas dudas, no del proyecto en sí sino del modo de llevarlo a cabo, y por eso “hay fugas al porvenir ya vivido (…) para relatar cansancio y decir cómo envejezco”, y también esas fugas son la respuesta al convencimiento, nos cuenta, de que no habrá “tanta vida como necesitaría para libros posteriores”.

El desconcierto lo asume el autor, y sabe que comienza este libro “escribiendo con razones que tienen más de divagación que de razón”; lo sabe, pero son sus razones, y aunque el desconcierto pueda llegar, lo va llenando, o eliminando, con reflexiones e historias de sus años juveniles, de sus amigos idos, de su concepción de la poesía –que, antes sensible que inteligible, no es literatura, lo ha dicho muchas veces–, de su cansancio y de sus tiempos para pensar y fumar, de sus enfermedades y de las pastillas blancas.

Nos habla del todavía niño que llega cada madrugada, recadero y meritorio, a un oficio triste en un lugar frío, habitado por el egoísmo y la avaricia, y también de su casa, la de entonces y la de ahora, de sus libros, de cosas muy pequeñas y de su mirada muy grande, de la madre, y de Angelines, su mujer, su compañera de siempre.

Y esa primera parte del libro, con sus oscilaciones y sus dudas, es finalmente un relato espléndido, emotivo y lleno de sentido para los lectores de Gamoneda, quien escribe y advierte, lúcido e irónico: “Habrá quien opine que me estoy pasando en la anotación de dudas y contradicciones. Va a tener razón, pero no se lo voy a agradecer y confío en que no me lo diga”. Todo toma forma; es, lo dice, y lo entenderán bien sus buenos lectores, el “relato incomprensible de lo que queda de nosotros”.

La pobreza

La segunda parte es la que da título al libro. Se abre con una cita de Últimos poemas y un retrato de cuando tenía veinte años que le hizo Jorge Pedrero, alguien fundamental en los años que recuerda Gamoneda, y no solo en esos años, y no solo en este libro.

Es el vigilante de la nieve, lo conocemos por el Libro del frío y por el texto final de El cuerpo de los símbolos. Pedrero, “obrero del vidrio, pintor y suicida”, alguien que “atravesaba caminos entre sebes cubiertas por la escarcha de los blancos inviernos”; “fue –es– mi único maestro”, ha escrito con gran emoción el poeta leonés. Una historia, la de ambos, absolutamente conmovedora, que estremece y emociona (“Me debo a Jorge; me debo a su vida y a nuestra amistad. Me debo incluso a su muerte”).

Esta segunda parte del libro comienza, en efecto, el 1 de junio de 1945, cuando con catorce años entra a trabajar en el Banco Mercantil y llega un aprendizaje duro en un mundo cerrado, en el que va creciendo y progresando, sin vocación ni ánimo, y vamos sabiendo “de un tiempo y una pobreza”, de hechos aparentemente menores en la vida cotidiana de aquel joven, y de otros que nos llevan a acercarnos al tiempo histórico, a la represión y la miseria en el franquismo, a la injusticia, al sufrimiento, a los últimos maquis y a la organización desorganizada que pretende el Partido Comunista y a la que asiste, y en la que participa, Gamoneda.

La memoria protagoniza la segunda parte de La pobreza, pero esa memoria, esas memorias hasta 1960, conviven con lo que es un verdadero diario –viajes, sueños, Angelines, las hijas, Cecilia, los amigos, el arte…– del Gamoneda de hoy, y con recuerdos de otros momentos de su vida.  

León era una “ciudad que crecía, pero seguía siendo una ciudad pequeña en la que los adictos contrarios se miraban con recelo (…)” y el poeta deja el Banco, y su vida laboral cambia pero no su mundo interior y su compromiso; y el poeta escribe (maravillosas las páginas en las que cuenta lo que ocurrió con la censura y Blues Castellano, y los posteriores quince años de silencio, a los que Descripción de la mentira puso fin) y va apareciendo el futuro, que pronto es otra vez pasado.

El poeta sigue escribiendo, y llegarán libros y todos los reconocimientos, incluyendo el Premio Cervantes, pero el hombre sigue allí, donde siempre, generoso y lúcido, mirando escéptico el mundo que le ha tocado vivir, cansado pero plantando cara a las dificultades que trae la vejez, y escribiendo sus poemas con su bella caligrafía imposible, nos ha dicho: “Definitivamente, me he sentado/a esperar la muerte/como quien espera noticias ya sabidas”.

Un libro admirable.