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La vida y nada más

Hay otros puntos de conexión bastante más evidentes entre arte y enfermedad. Es posible que los artistas geniales tengan algún superpoder pero desgraciadamente no son invulnerables… a las bacterias por ejemplo. Los buenos aficionados a la música clásica saben bien cómo para un porcentaje considerable de los compositores más excelsos la partitura fue vehículo sentimental ante el sufrimiento físico o cómo algunas de sus dolencias marcaron de forma directa buena parte de su producción. Ejemplos conocidos son la sordera de Beethoven, la sífilis de Schubert o las afecciones cardiacas que tanto obsesionaron a Mahler. Ellos y otros muchos músicos crearon piezas inolvidables influidas por su padecimiento.

A veces también pasa que la patología es protagonista de una ficción literaria o cinematográfica realizada por alguien que no la sufre en sus carnes pero acierta a plasmarla fielmente. En el cine hay casos tan distintos como el de Jonathan Demme, que puso el foco en el sida cuando rodó Philadelphia en los primeros años noventa, o el más reciente de Marcel Barrena que ha escrito y dirigido –y en un par de semanas habrá estrenado– 100 metros, la historia real de Ramón Arroyo, diagnosticado de esclerosis múltiple con apenas treinta años. Obviamente, ni Paco Roca ni Miguel Gallardo tuvieron Alzheimer y autismo respectivamente pero sí la sensibilidad, el conocimiento y sobre todo el talento necesarios para retratar ambos problemas en dos cómics imprescindibles y ya clásicos como Arrugas y María y yo.

Testimonio directo

En ocasiones los artistas enferman y deciden dar testimonio directo de su experiencia en un libro o en un documental, bien porque a ellos mismos les resulta terapéutico, bien porque confían poder ser de ayuda a otros que pasan por lo mismo. El cáncer de mama ha motivado varias obras de este tipo. La última de ellas prácticamente acaba de llegar a las librerías y lleva por título La historia de mis tetas. La autora de esta novela gráfica es la estadounidense Jennifer Hayden, que decidió contar su vida a raíz del carcinoma de pecho que le fue diagnosticado cuando tenía 43 años. Si esta obra encierra grandes dosis de humor, otro cómic de este mismo año, Que no, que no me muero [1], que firman la escritora María Hernández Martí y el dibujante Javi de Castro, hace justamente del humor el rasgo definitorio de la historia de una treintañera con cáncer de mama que lucha por superar su enfermedad.

Precisamente María Hernández ha sido una de las artistas invitadas al primer Taller de Arte e Innovación La vida y nada más que celebrado en Madrid hemos promovido desde Roche. Ella, junto con la bailaora Cristina Hoyos y Lamari, cantante de Chambao, nos han contado cómo impactó el cáncer de mama no sólo en sus vidas, sino también en sus carreras, en sus trayectorias. Para ellas volver a bailar cuanto antes o salir de gira durante el tratamiento se convirtió en un estímulo positivo para afrontar con más coraje aún su enfermedad. Decidieron además explicarlo en un libro: Lamari lo hizo en Enamorá de la vida [2] o Cristina en ¡Ánimo p’alante! Fue interesante escucharlas hablar de todo ello y verlas dialogar con una profesional de referencia absoluta frente a esta enfermedad en España, como es la doctora Ana Lluch.

Una manera distinta

No pretendemos que esta iniciativa de Roche, que nos permite acercarnos a la enfermedad y acercarla a la sociedad de una manera distinta, quede como una acción aislada. De hecho, este mismo mes hemos colaborado con la coordinadora ConArtritis en la campaña #AnimARt [3], que saca partido del talento de tres artistas estupendos –Ricardo Cavolo [4], Aitor Saraiba [5] y Carla Fuentes– [6] que han ilustrado los desafíos diarios que para muchos pacientes con esta patología crónica suponen tareas tan sencillas como atarse unos cordones, abrocharse una camisa, cortar tomates o escribir en un teclado. Las ilustraciones, que pueden disfrutarse en el café-bistró La Central de Callao [7] de Madrid hasta el 13 de noviembre, son un ejemplo inmejorable de arte al servicio de la salud. Ayudarán a que más gente conozca mejor una enfermedad que erróneamente se asocia a edades avanzadas y que necesita ser mucho más visible socialmente.

Si como dejó escrito el novelista estadounidense Henry Miller, “el arte no enseña nada más que el significado de la vida”, eso quiere decir que las grandes obras de los grandes artistas pueden contenerlo todo: todo lo que ilumina la salud y todo lo que amenaza la enfermedad. La vida y nada más.