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Mario Vargas Llosa: «El periodismo también es un arte»

Ahora, dos años después, al aire de la presentación de los tres volúmenes que bajo el epígrafe Piedra de toque recogen la totalidad de su obra periodística [1], -un mar de artículos que ha ordenado Antoni Munné en una esplendida edición de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores-, Vargas Llosa sigue hablando con fe, casi con vehemencia: «Estoy convencido de que el periodismo es absolutamente fundamental para desarrollar y mantener vivo el espíritu crítico en una sociedad. Nada aplica tanto el espíritu crítico como la información que nos va poniendo, nos va mostrando, nos va enfrentando a esa actualidad transeúnte. No conozco mejor manera de medir el grado de libertad que hay en una sociedad que consultando su prensa. Es el termómetro más inequívoco para saber si existe o no existe libertad».

Además, sin eludir tema alguno, el escritor habla de la libertad, de sus fuentes de inspiración, de las nuevas tecnologías, del compromiso del intelectual y del creador ante la crisis, de la conveniencia de buscar rutas nuevas y más eficaces en la lucha contra el narcotráfico y del nacionalismo, «una ideología absolutamente anacrónica, sin vuelo, que no ha producido en la historia un solo libro legible».

Ha dicho usted que en su obra periodística anida su autobiografía intelectual…

Así es. Estos artículos han sido como una autobiografía intelectual, literaria y política que he ido levantando sin darme cuenta a medida que escribía sobre la actualidad fugaz, devoradora, tratando de fijar algunos hechos, algunos libros, algunas personas como referentes importantes del momento. El azar hizo que viviera en ciudades o países que en los momentos que yo estaba allí cobraban por distintos motivos un enorme protagonismo internacional, como ocurrió en París en los años 60, con Londres en los 70 o con los años de la Transición en España. Sobre todo eso hay unos testimonios de actualidad que de alguna manera sirven para mostrar las extraordinarias transformaciones que ha vivido nuestro mundo en los últimos cincuenta años.

Creo que en ninguna época de la historia de la humanidad han ocurrido hechos tan trascendentales que han transformado tan profundamente las costumbres, las instituciones, las ideas, los valores, las formas como en estas últimas cinco décadas. Al mismo tiempo que algunos países y algunas sociedades avanzaban de esa manera veloz hacia el futuro, otras se estancaban y retrocedían. Cuando hacía mis primeras armas periodísticas en una emisora de radio en Lima, allá por 1950, recuerdo haber recibido simultáneamente en mi mesa de trabajo dos cables de la agencia France Press. En uno se comunicaba que la Unión Soviética acababa de lanzar al espacio el primer satélite, y el otro en ese mismo día indicaba que la capital de Honduras, Tegucigalpa, celebraba con grandes festejos populares el establecimiento del alumbrado público. Es interesantísimo asociar estos dos hechos para ver como el tiempo avanza a ritmo muy distinto según la geografía y según las sociedades. De todo eso hay testimonio en mi obra periodística, en los tres libros que ahora se editan.

¿De qué modo su labor periodística influye en su obra de ficción?

Algunos de estos artículos son como la semilla, el embrión de lo que serían luego, años después, novelas e historias de ficción. Es algo de lo que yo mismo no he sido consciente hasta que algunas personas, como el editor de mi obra periodística, Toni Munné, me lo hizo observar. Le agradezco, como a Círculo de Lectores, el que hayan dado permanencia a algo que fue concebido pensando en lo que es la fugacidad, algo a lo que está condenando siempre el trabajo periodístico.

piedra_de_toque_vargas_llosaPiedra de toque, ¿por qué agrupa su labor periodística bajo ese título?

Desde que tuve referencia de lo de piedra de toque, quedé muy intrigado con esa piedra. En realidad sigo sin saber si existe de verdad o es una fantasía, un mito que sirve para medir el valor de los metales. Pero cuando conocí esa fórmula me gustó la idea de que valiera para título de una columna periodística. Una columna que de alguna manera sirviera metafóricamente para medir el valor de la actualidad y de las cosas de la que dan cuenta los periódicos. Esa fue la idea inicial de Piedra de toque. Comencé a llamar así a mi columna cuando empecé a colaborar con el diario El País  en el año 1990, pero en realidad muchos años antes había encabezado como Piedra de toque algunos artículos periodísticos.

Usted y el periodismo están ligados desde hace 50 años. ¿Cómo ha visto la evolución de la prensa en todo este tiempo?

 

Cuando comencé a hacer periodismo era un estudiante de colegio. Fue en unas vacaciones, cuando tenía 15 años. Entonces el periodismo era una actividad más bien romántica y bohemia. Las redacciones eran unas peceras llenas de humo con un ruido infernal, el de las máquinas de escribir de entonces, y el periodista era un personaje de la bohemia. Un personaje que trabajaba hasta altas horas de la noche. Se quedaba hasta que la edición del día cerraba y después salía a pecar, a pecar en todos los sentidos de la palabra. Era el hombre de la noche, un ser que estaba en el límite de lo permitido y lo prohibido, de lo decente y lo indecente, de la vida pública y la vida de las catacumbas.

¿Casan periodismo y literatura o hablamos de cuestiones diferentes?

El periodismo no estaba muy distanciado de la literatura y eso no ocurría solamente en el Perú y en América Latina, sino también en España. Creo que España es uno de los países en los que la literatura ha estado más cerca del periodismo. Hay grandes escritores que han sido o se les puede considerar periodistas, empezando por Ortega y Gasset. Toda su generación escribió sus libros a través del periodismo. El ochenta por ciento de la obra de Ortega, de Azorín, de Unamuno…, no la constituyen libros escritos como libros, sino libros que son en realidad colecciones de artículos que se dirigieron al gran público. Eso le dio a la literatura de esa generación no un carácter popular, pero sí una accesibilidad que luego el ensayo ha ido perdiendo a medida que se iba dirigiendo a públicos minoritarios y especializados. Pero, repito, cuando Ortega, Pérez de Ayala, Unamuno y Azorín escribían lo hacían como si fueran periodistas, pensando en llegar a un gran público y eso hacía que fueran accesibles. Recuerdo aquella frase maravillosa de Ortega: «La claridad es la cortesía del filósofo», habría que añadir que la claridad es la obligación del periodista. Insisto en que muchos de los grandes ensayistas de aquella generación fueron escritores claros porque escribían para un público no especializado.

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¿Ha cambiado el escenario?

Por supuesto. El periodismo ha cambiado muchísimo, sobre todo a medida que surgían nuevas tecnologías que han ido enriqueciendo extraordinariamente todo el proceso de impresión y difusión. Al mismo tiempo, el periodista se ha ido especializando y volviéndose más un profesional liberal. Hoy en día, una redacción se parece mucho más a una farmacia suiza que a las redacciones de periódicos que conocíamos.

Yo trabajé en Piura en un periódico de provincias que hacían, hacíamos, cuatro personas: el director, dos redactores y la imprenta, que era un señor que se llamaba Nieves. A ese periódico todavía no había llegado el teletipo y se armaba a través de un cajista, que era aquel señor cuya contemplación era un espectáculo asombroso. Yo miraba y allí estaba él con sus anteojos y el artículo colgando de un gancho. Al tiempo que leía, su mano derecha, como soberana y autónoma, escogía las letras de plomo y las colocaba en la página sin mirar y a una velocidad vertiginosa. Era extraordinario observar como aquella imprenta que era el señor Nieves armaba las páginas de aquel periódico en el que su director entraba de vez en cuando en plena redacción a ver que se estaba cocinando allí montado en una mula. He conocido un periodismo de la prehistoria comparado con lo que hoy es una redacción.

Tiene, pues, en su vida gran importancia la labor periodística…

El periodismo ha sido en mi caso una actividad fundamental que ha alimentado en buena parte mi obra literaria. Muchas de las cosas que he escrito las he escrito porque viví esas experiencias gracias al periodismo. Hacer periodismo en el Perú en los años 50, por ejemplo, era practicar un oficio que le permitía a uno romper las barreras que tenían a la sociedad peruana dividida en compartimentos estancos. Alguien que pertenecía a la burguesía o al mundo profesional sabía muy poco de los otros sectores sociales. Había unas fronteras insalvables y el periodismo era una actividad que a uno le permitía saltar a través de todos esos compartimentos tan separados y a veces tan enconados. Muchos de mis libros no hubiera podido escribirlos sin el periodismo, empezando por Conversación en la catedral, en el que volqué muchísimas de mis experiencias como periodista. Además, el periodismo me ha permitido conocer gente, estar en contacto con experiencias y ámbitos públicos, políticos y culturales enormemente enriquecedores. Creo que para un escritor el periodismo es una fuente extraordinaria de temas y de personajes.

Dicho esto, creo también que hay un peligro pues en cierto modo el periodismo empuja al «facilismo» a la hora de escribir y eso es un gran riesgo. La relación con el lenguaje es muy distinta para el periodista, para quien el lenguaje es algo instrumental, funcional, algo que no puede ser en ningún caso un fin en sí mismo, que para un escritor, creador para quien el lenguaje no solo es un vehículo. Es un fin en sí mismo y, de alguna manera, el escritor tiene que romper con el lenguaje común que es el que alimenta el trabajo periodístico. Eso se advierte en el tipo de lenguaje que utilizo en los artículos y el que empleo en novelas, obras de teatro y obras de ficción. Soy consciente de que en los artículos trato de mantenerme mucho más en el mundo de la racionalidad, en tanto que cuando escribo una novela dejo que esa parte de la racionalidad que la razón no controla comparezca, se haga presente y vaya enriqueciendo el trabajo creador. Eso no debería hacerlo un periodista pues su trabajo exige un control racional mucho mayor que el del escritor.

En cualquier caso el periodismo y la literatura tienen un parentesco muy cercano y en mi caso la prueba son los tres amplios volúmenes de textos periodísticos que se han publicado.

¿Se ha sentido libre a la hora de escribir?

Creo haber escrito siempre con mucha libertad, pero pienso que la actualidad imprime un cierto condicionamiento a la hora de escribir. Hay el problema del espacio, por ejemplo. Hay que someter el texto periodístico a un cierto condicionamiento material y eso obliga a un esfuerzo de síntesis que uno no tiene por qué hacer en absoluto cuando escribe novelas, sino todo lo contrario. Cuando escribo una novela lo que me interesa es ese flujo de la fantasía, de la imaginación que me permite luego elegir. En el periodismo que uno escribe día a día hay, como digo, ciertos condicionamientos, pero la libertad he procurado ejercerla a la hora de opinar, de pronunciarme. Nunca he seguido ni consentido imposiciones y en ese sentido he trabajado siempre con libertad.

Hablando de libertad, ha mostrado usted en alguna ocasión su preocupación por alguna consecuencia negativa derivada de la incorporación a la información de las nuevas tecnologías. ¿Podría explicarlo?

Me alegra tener la oportunidad de comentar el tema. Paradójicamente, uno de los grandes riesgos para la libertad es la gran revolución tecnológica de nuestro tiempo. Esta revolución ha transformado y está transformando el periodismo de un modo extraordinario y en un sentido muy positivo ha permitido esquivar o burlar los sistemas de censura que antes condicionaban enormemente la información y la opinión. Al mismo tiempo, y con este efecto tan saludable, han dado una oportunidad para el embauque, para que se difundan mentiras, calumnias, deformaciones, transformaciones tendenciosas de la realidad, lo que nos lleva muchas veces a vivir en una confusión en la que es muy difícil saber dónde está la verdad, dónde la exageración, donde la mentira que viene a través de esa información.

Pondré un ejemplo: hace unos años en Buenos Aires una señora me paró en la calle y me felicitó por un artículo de elogio a la mujer que le había gustado mucho. Yo le dije, señora se ha confundido pues no recuerdo haber escrito ningún artículo de ese tipo. Pero pocos días después otras personas me dicen, «oye Mario, y ese elogio a la mujer, de dónde sale esa cursilería tan espantosa que has escrito; ¿qué te ha pasado?». Me mandaron aquel artículo firmado por mí. Un texto que yo jamás había escrito, un texto de una cursilería estridente. Pregunte e intenté indagar de donde había salido aquel disparate con mi nombre y nunca he podido saber de donde salió pero la realidad es que muchísimas personas lo han leído.

Pasaron meses de aquello y de pronto un buen amigo de Buenos Aires me llama y me dice, «oye Mario, y esos insultos tuyos a los argentinos, pero que te ha pasado…», le contesto que jamás he insultado a los argentinos, si acaso he criticado al gobierno de la señora Kirchner, pero eso es todo. Pues bien, me manda un texto de cinco páginas que ha circulado por internet, calumnioso de principio a fin, un trabajo hecho con una gran perversidad pues algunas de las citas mías eran ciertas y provenían de declaraciones o de artículos que yo había escrito, pero todo manipulado, abultado, mezclado, exagerado y deformado hasta constituir un escrito grotesco de burla e insultos hacia los argentinos. Allí estaba mi firma. De donde salió… no lo sé. Me dijeron que utilizando abogados acaso podía llegar a localizar la fuente y, quizás, llegar a responsabilizar a los culpables… quizás…

Ni tengo tiempo ni ganas de hacer semejantes cosas, pero me ha permitido comprender hasta que punto uno puede ser objeto de manipulaciones monstruosas en gran parte gracias a esas tecnologías que nos permiten librarnos de las censuras y que, al tiempo, convierte a todo el mundo en potencial periodista. Lo que he contado son dos pequeños ejemplos, pero hasta donde puede llegar esta cuestión es aterrador. Es muy preocupante la desaparición de la identidad. La personalidad propia a uno se la roban y no tiene cómo defenderse. En todo esto hay un peligro real para la libertad, para la cultura democrática y para el funcionamiento de las instituciones democráticas.

Arte y cine han sido temas de peso en su obra. ¿Cómo observa esta especie de consideración a la baja, desde los estamentos políticos, a la que estamos asistiendo en España?

El país está viviendo una situación muy difícil. Los recortes son inevitables y la cultura no va a quedar exonerada de esos recortes. Esa es una lamentable realidad pero al mismo tenemos que plantearnos si hay una alternativa. Habría que analizar técnicamente si se pueden hacer recortes en otros ámbitos preservando la cultura. Mire, yo estoy en el patronato del Teatro Real, que ha sufrido con estos recortes. Si me preguntan si es importante que exista un Teatro de estas características en una sociedad, digo que por supuesto que sí. Es importante que haya ópera, que haya conciertos de nivel… pero hay gente que dice que la ópera y los conciertos son cosas muy minoritarias, que por qué van a pagar por la ópera si ni les interesa ni nunca van a ir. Ese es un argumento peligrosísimo pues podría valer también para la pintura, para la danza, para todas las actividades creativas.

Sobre todo esto tendría que haber una discusión que no fuera un debate partidista, que no estuviera sesgado por la ideología política y que tratara de combinar valores y realidades. Creo que la situación española es tan grave que es imposible que la cultura no sufra como están sufriendo todas las otras actividades. El problema está en poder graduar aquellos recortes de una manera sensata y responsable, en lugar de buscar chivos expiatorios sobre un problema que vive el conjunto del país probablemente como consecuencia de políticas irresponsables del pasado. 

Política y literatura. Hay quien afirma que un buen escritor nunca será un buen político. ¿Está de acuerdo?

No coincido con esa afirmación. Hay escritores que han sido muy buenos políticos y políticos que han sido muy buenos escritores. Mire el caso de Vaclav Havel, por ejemplo. Havel era un magnífico escritor y dramaturgo y la labor que ha llevado a cabo como político es admirable. Es una de las personas que ha contribuido más a la liberación de su país, a convertir lo que era Checoslovaquia, hoy día Chequia, en un país libre y democrático. Sobre cualquier otra cosa Havel era un gran escritor, un artista con una gran vocación literaria que sintió y asumió una responsabilidad que le llevó a trabajar en el campo de la política y lo hizo de una manera admirable.

Y en el otro lado, políticos que sean buenos escritores hay también algunos casos aunque a menudo eran escritores que escribían bien con la correspondiente ayuda, como Churchill. Su autobiografía es un libro muy interesante en el que parece que intervinieron escritores que hacían de «negros».

En cualquier caso no me parece justo especializar a las personas y condenarlas a ejercer un solo oficio o una sola actividad a lo largo de su vida. Si queremos una sociedad democrática y libre todos tenemos la obligación de participar y contribuir de alguna manera, cada uno con sus capacidades, a la vida pública. Los artistas y los escritores no pueden mantenerse al margen de esa responsabilidad y si esa responsabilidad le lleva por el campo de la política, ¿por qué no?.

En esa línea, ¿considera que los escritores, los artistas, los intelectuales españoles están suficientemente involucrados con la compleja situación que atravesamos?

En España hay muchos intelectuales, escritores, artistas, etc. que participan, opinan en el debate público. Ojalá todos lo hicieran. Sobre todo cuando se vive una crisis tan profunda como la que está viviendo España, la participación de todos es necesaria y, principalmente, la de quienes han dedicado su vida a pensar, a crear, a utilizar el lenguaje de una manera genuina, auténtica y creativa. Insisto en que eso es especialmente útil en los tiempos confusos en los que vivimos. Nos haría mucha falta tener un Ortega y Gasset contemporáneo.

Ortega es uno de los grandes pensadores y uno de los grandes escritores de nuestra lengua. Creo que hay cierta injusticia que todavía no se ha reparado con Ortega. Es un hombre muy lúcido que vive el momento tan trágico de la división de España, vive un desgarramiento terrible, sus ideas ya no tenían asiento en una sociedad que se había dividido de esa manera tan extrema. Pero justamente la España democrática y moderna debería reconocer en Ortega a uno de sus grandes adelantados. Esta España que a pesar de sus problemas es el país libre y democrático que él soñó, pensó y escribió pero que no vio, en mi opinión debería ver en Ortega a uno de sus grandes valedores.

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Disculpe una pregunta tan primaria pero, ¿qué le inspira?

Para mí siempre ha sido un misterio por qué ciertas cosas que he hecho, que he visto, que he leído se convierten en fermentos creativos que dan ideas para una historia. Siempre ha sido misterioso el hecho de que sobre tantas cosas que me pasan sólo algunas tienen esa actitud, ese don de ser el germen de un libro. Cuando supe de la existencia de Roger Casement nunca imaginé que algún día escribiría una novela sobre él (El sueño del celta). Fue leyendo una biografía de Conrad, autor al que admiro mucho. Descubrí que la primera persona que había conocido Conrad al llegar al Congo fue aquel irlandés que le abrió los ojos sobre lo que ocurría allí. Sentí curiosidad sobre aquella persona, por saber quién era, qué hacía allí… descubrí que había estado en el Perú, que había dedicado buena parte de su vida a denunciar las atrocidades que se cometían contra los pueblos indígenas, tanto en África como en la Amazonía. Escribí entonces un artículo, pero siguió aquello en mi cabeza y comprendí que estaba trabajando ya en una novela. Pasó muchísimo tiempo hasta que tomé la decisión de escribirla.

Casi todas las obras de ficción que he escrito han nacido de esa manera, en cierto modo inesperada, a través de alguien que conocí o de algo que leí, oí o me contaron y que quedó en la memoria y se fue convirtiendo en una curiosidad, en un desasosiego y en un momento dado en una urgencia, pero nunca he tenido muy claro por qué ciertas experiencias tienen esa virtud y otras no.

En otro orden, usted se ha manifestado en relación con la despenalización de las drogas. ¿Cuál es su idea al respecto?

Hay ejemplos sobrados de la labor devastadora del narcotráfico. Del fenómeno atroz, terrible, del terrorismo que resulta de la lucha de las bandas de narcotraficantes para ganar territorio y para expulsar de su territorio a los adversarios. Todo eso ha generado una violencia insoportable. Algunos países son ejemplo de lo que puede ocurrir en toda América Latina si se sigue con esa política de combatir las drogas con la pura represión. Creo que no es el camino. Hay que buscar medidas alternativas como las que están proponiendo muchas personas en el sentido de que se experimente la legalización y que las inmensas sumas que se invierten en combatir al narcotráfico se inviertan en prevenir, en curar, en rehabilitar. Creo que esa es la única salida posible que puede acabar con toda la criminalidad asociada a este terrible problema.

Los muchos países que soportan el flagelo del narcotráfico deberían reunirse y aceptar que la represión no da resultado, que el narcotráfico sigue creciendo y se ha convertido en una potencia económica que puede pagar mejores salarios que los Estados y que, por lo tanto, es un factor de corrupción atroz, sobre todo en el tercer mundo. Hay que intentar la legalización; una política distinta.

Y respecto al nacionalismo y Cataluña también se ha manifestado…

Ha habido manifestaciones multitudinarias que quieren monopolizar los nacionalistas pero yo me niego a creer que entre toda esa gente hubiera sólo nacionalistas convictos y confesos. Seguro que había mucha gente que quería expresar su protesta por la situación difícil que estamos atravesando y que encontraba a través de esa manifestación un vehículo para expresar su malestar. Me niego a creer que haya una mayoría de catalanes que vea en la secesión y en la desintegración de España una solución para sus problemas. Viví muchos años en Barcelona, ciudad por la que siento un cariño muy especial y en la que tengo muchos amigos. Para mí es inconcebible el nacionalismo, que es una ideología absolutamente anacrónica, sin vuelo, que no ha producido un solo libro legible. Le duela a quien le duela esa es la realidad. El comunismo, el liberalismo, socialismo, el conservadurismo han producido obras, sin embargo, el nacionalismo no ha producido nunca ni un solo libro que se pueda leer. Ha producido un tipo de fanatismo cerrado, pequeño y mediocre. Que Cataluña vaya a ser seducida por eso y que haya una mayoría de catalanes que quieran romper con España no me cabe en la cabeza.

Tampoco ha eludido el drama de la crisis en sus escritos. ¿Le ve salida?

Sin ninguna duda hay salida. La construcción europea es en el mundo actual la empresa política más ambiciosa. No hay ninguna otra, después del naufragio de las grandes ideologías utópicas. Porque la de Europa es una utopía realista porque está montada sobre la idea democrática de los consensos. Es una realidad que ha permitido que Europa Occidental viva en paz por primera vez en su historia y que ha traído enormes beneficios. Piense lo que hubiera sido España sin Europa, que ha contribuido de forma extraordinaria a la Transición, a la modernización y a la democratización de este país. España es una sociedad cosmopolita porque está integrada a Europa. Esa realidad, cómo no va a tener salida, ¡claro que sí!, pero va a costar unos enormes sacrificios. Eso le pasa a los países que viven o han vivido por encima de sus medios, que tienen políticos irresponsables que gastan, gastan y gastan creyendo que los presupuestos no tienen límite ni fondo.

Hay que esperar que esta experiencia traumática sea instructiva y que en el futuro los gobiernos sean más responsables y que vivamos todos acorde a nuestros medios y no por encima de lo que deberíamos porque el coste es enorme y lo pagan los inocentes. El común y corriente de los ciudadanos es el que está pagando este enorme sacrificio.

 

Sin presentaciones

Nobel_Prize_Vargas_LlosaSe dice de tantos en tantas injustificadas ocasiones. Pero en su caso la tópica muletilla tiene todo el sentido, porque Mario Vargas Llosa no necesita presentación.

Cuatro pinceladas sólo para enmarcar a este creador nacido en Arequipa, Perú, el 28 de marzo de 1936, que tiene la doble nacionalidad peruana y española.

Tras vivir una parte de su infancia en Cochabamba, Bolivia, regresa a Perú para instalarse en la ciudad de Piura. En 1953 se traslada a Lima para estudiar Letras y Derecho. Seis años más tarde viaja a España gracias a una beca de estudios para doctorarse en Madrid. Un año después se instala en París.

Hasta 1974 su vida discurre en Europa entre París, Londres y Barcelona. Posteriormente regresa a su país de nacimiento, se implica en la vida política y se presenta, en 1990, como candidato a la presidencia de la República.

Tras perder las elecciones regresa a Londres y reanuda una actividad, literaria y cívica que le ha hecho merecedor de los más prestigiosos galardones, entre otros muchos el Premio Príncipe de Asturias (1986), el Premio Cervantes (1994), el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (1996) y el Premio Nobel de Literatura (2010).