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Poemas para la vida: ‘Antepasados’, de Juan Carlos Mestre

Mestre estudió Ciencias de la Información en Barcelona, doctorándose con la tesis Escritura y Realidad en el Periodismo Contemporáneo. Debutó como poeta en 1982 con Siete poemas escritos junto a la lluvia, al que siguieron La visita de Safo y Antífona del otoño en el Valle del Bierzo, con el que logró el Adonáis.

Residente en Chile durante la segunda mitad de los años 80, allí publicó Las páginas del fuego, y de vuelta a España vieron la luz El arca de los dones, Los cuadernos del paraíso y La poesía ha caído en desgracia, premiado con el Gil de Biedma en 1992. 

Durante su estancia en Roma, como becario de la Academia de España, escribió La tumba de Keats. Posteriormente, con La casa roja, obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009. Desde entonces ha publicado La bicicleta del panadero, por el que recibió el Premio de la Crítica y Museo de la clase obrera. Es también autor del curioso El universo está en la noche, en el que recrea mitos y leyendas mesoamericanas.

Presente en numerosas antologías, recogen amplias selecciones de su poesía Las estrellas para quien las trabaja (2007), Historia natural de la felicidad (2014) y La hora izquierda (2019).

En continua renovación, la obra poética de Juan Carlos Mestre discurre en ciclos no siendo infrecuente que el autor vuelva sobre poemas del pasado y los modifique, estableciendo nuevas versiones. De su poemario Antífona del otoño en el Valle del Bierzo, rescatamos Antepasados:

Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,
dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad,
al hambre le llamaron muralla del hambre,
a la pobreza le pusieron el nombre de todo lo que no es extraño a la pobreza.
Poco es lo que puede hacer un hombre con el pensamiento del hambre,
apenas dibujar un pez en el polvo de los caminos,
apenas atravesar el mar en una cruz de palo.

Mis antepasados cruzaron el mar sobre una cruz de palo,
pero no pidieron audiencia,
así que vagaron por los legajos
como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.

Y llegaron a los arenales,
en los arenales la tierra es brillante como escamas de pez,
la vida en los arenales sólo tiene largos días de lluvia y luego largos días de viento.

Poco es lo que puede hacer un hombre que solo ha tenido en la vida estas cosas,
apenas quedarse dormido recostado en el pensamiento del hambre
mientras oye la conversación de los gorriones en el granero,
apenas sembrar leña de flor en la sábana de los huertos,
andar descalzo sobre la tierra brillante
y no enterrar en ella a sus hijos.

Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,
dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad,
atravesaron el mar sobre una cruz de palo.
Entonces pusieron nombre al hambre para que el amo del hambre
se llamara dueño de la casa del hambre
y vagaron por los caminos
como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.

Poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad,
comer pan mojado los días de lluvia a los que luego seguirán largos días de viento
y hablar de la necesidad,
hablar de la necesidad como se habla en las aldeas
de todas las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo.