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Poemas para la vida: ‘Bajo una pequeña estrella’, de Wislawa Szymborska

Nacida en la extinta localidad de Prowent, la actual Kórnik próxima a Poznan, la vida de Wislawa discurrió desde 1931, cuando tenía ocho años, hasta su muerte a los 89, en Cracovia. Allí estudio Lengua y Literatura Polaca y Sociología. Allí comenzó a escribir y a publicar. Busco la palabra, su primer poema, vio la luz en el suplemento cultural del diario Dziennik Polski en marzo de 1945. Y su primer poemario, tras superar años de censura, en 1952.

Porque, inevitablemente, su vida se vio marcada por los acontecimientos políticos vividos por su país, como la ocupación nazi o la Segunda Guerra Mundial, que incluso determinó que su formación hubiese de rematarla clandestinamente.  

En 1953 ingresó como redactora en la revista Vida Literaria, a la que se mantuvo ligada como crítica hasta 1981. Miembro en su juventud del Partido Obrero Unificado Polaco, con los años fue distanciándose de esa ideología, e incluso renunció a sus dos primeros poemarios –Por eso vivimos y Preguntas hechas a una misma– “por estar demasiado influenciados por el realismo socialista”, y mantuvo una voz muy crítica con el comunismo, colaborando desde 1957 con la revista disidente, editada en París, Kultura. Ese mismo año publica Llamada al Yeti, donde exhibe con claridad su desencanto llegando incluso a comparar a Stalin con el monstruoso Yeti.

Autora de una veintena larga de libros de poesía, desde el lejano Por eso vivimos (1952) hasta el publicado en 2009 como Hasta aquí, la obra de Szymborska, que en buena parte se ha traducido al español, se nutre de títulos tan destacados como Sal, Si acaso, Gente en el puente, Fin y principio o Dos puntos.

El lenguaje coloquial, la ironía, el humor y la búsqueda del lector como cómplice de la reflexión hacen que sintamos la obra de la escritora polaca, merecedora entre otros del Nobel de Literatura y del Goethe, como algo entrañable y cercano. Rescatamos, traducido por Abel A. Murcia, su poema Bajo una pequeña estrella:

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
      por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
      el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
      de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
      a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
      respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
      cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.