- hoyesarte.com - https://www.hoyesarte.com -

Proust y el Goncourt cien años después: necedad y literatura

Pero su aceptación como el gran escritor que es, el reconocimiento de su inmenso talento, no fue inmediato, en realidad no llegó hasta los años cincuenta. En diciembre pasado se cumplió un siglo de la concesión del Premio Goncourt a Proust por A la sombra de las muchachas en flor, el segundo volumen de los siete que componen En busca del tiempo perdido.

[1]

La historia de la concesión del Premio la cuenta Thierry Laget (Clermont-Ferrand, 1959) en Proust, Premio Goncourt. Un motín literario (Ediciones del Subsuelo, 2019), un libro sin desperdicio, escrito con fluidez y no poca ironía, y hasta suspense. Un libro para proustianos convencidos y para cualquier lector interesado en conocer cómo la mezquindad, la hipocresía y la superficialidad pueden combatir sin rubor la llegada de una obra maestra.

Por el camino de Swan

Marcel Proust ya sabía que el camino para que su obra se apreciara no iba a ser sencillo. Varias editoriales, entre ellas la Nouvelle Revue Francaise -más tarde, Gallimard- habían rechazado en 1913 la publicación del volumen primero de la obra (Por el camino de Swan), que finalmente publicará la editorial Grasset con la financiación del propio autor. André Gide, hombre clave en la NRF, escribió a Proust en 1914 reconociendo su equivocación:

Haber rechazado este libro será siempre el mayor error de la NRF (y puesto que lamentablemente yo soy en gran parte responsable del mismo) uno de los reproches, de los pesares, más lacerantes de mi vida

A partir de 1913, Proust se encierra para continuar su novela, profundizar en su estudio de las intermitencias del corazón y “sumergir a los personajes de su novela en el flujo del tiempo”. A su proyecto literario dedica el resto de su vida; su muerte en 1922 llega con solo publicados los cuatro primeros volúmenes de los siete de la Recherche.

Cada otoño, la vendimia y el Premio Goncourt

El XX es, nos dice Thierry Laget, el siglo de los premios literarios. Los hermanos Goncourt establecen el suyo, un premio anual de 5.000 francos que se financiará con los intereses que produzca el importe obtenido por la venta de su valiosa colección privada y que otorgará la que será Academia Goncourt, una sociedad de hombres de letras que se constituye con el propósito de no caer en los defectos que atribuyen a la Academia Francesa, una institución “más mundana que literaria”.

Cada otoño, nos cuenta Laget, “llegan la vendimia y el Premio Goncourt”. Proust ya había tanteado el terreno del  en 1913, pero ese año llega tarde para optar al premio con Por el camino de Swan. El triunfador es el olvidado Marc Elder, quedando entre los finalistas Alain Fournier con su espléndida, y aún hoy muy leída, El gran Meaulnes.

Tras el obligado paréntesis por la Gran Guerra vuelve el Goncourt, y la carrera desesperada de muchos por obtenerlo. Son 5.000 francos, y la gloria.

A la sombra de las muchachas en flor

Marcel Proust había publicado A la sombra de las muchas en flor, el segundo volumen de la Recherche, a tiempo para aspirar al Goncourt de 1919. El gran favorito era Las cruces de madera, de Roland Dorgelés, que publica su libro tras volver de la contienda, en la que ha sido un soldado ejemplar, y que es un emocionante testimonio sobre la guerra, un libro bien escrito siguiendo el canon naturalista.

La novela de Dorgelés es un éxito desde su lanzamiento, es la novela de un héroe de Francia, la de un soldado narrador. La de Proust es bien acogida en algunos medios y con incuestionable rechazo en otros. Algunos la acusan de ser una novela “elefantiforme”, de una minuciosidad obsesiva; otros, a su autor, de padecer una enfermedad de la sensibilidad o de la memoria; otros le achacan que su mala salud condiciona la novela y que su estilo es una “oscura y amarga poesía de la reclusión”.

El Goncourt de 1919. El motín

Cada autor se mueve lo que puede, veladamente o no, para que la votación, en diciembre de ese año, le sea favorable. El jurado, diez miembros, se reúne el 10 de diciembre. Tras acabar la guerra, “la proclamación del Premio Goncourt es la fiesta nacional de la literatura”, recuerda Thierry Laget.

En la tercera votación ya hay mayoría: Proust tiene 6 votos, Dorgelés 4. Corren a comunicarle el resultado al ganador. Éste, como cualquier otro día a media tarde, está dormido en su habitación de la rue Hamelin 44. Le despiertan y le dan la buena noticia, han acudido a agasajarle, felices, sus editores y, en nombre de la Academia Goncourt, su amigo Leon Daudet.

Laget se acuerda, con no poca sorna, de los derrotados:

Cae la noche. Los rechazados del Premio Goncourt de 1919 pueden ir a ahogar sus penas a un café o a un restaurante, en París abundan. Pero harían mejor yendo a distraerse a un espectáculo (…) por ejemplo a ver Al sol (Charlot en el campo) o la revista Pa-ri-ki-danse donde Maurice Chevalier imita a las glorias del café cantante y -su amante- Jeanne Bourgeois se cambia diez veces de ropa y veinte de sombrero.

Pero la victoria de A la sombra de las muchachas en flor es muy mal recibida en muchos círculos. A los argumentos de las críticas ya hechas a la novela cuando se publicó meses atrás se unen otros de gran virulencia, incluso por aquellos que confiesan no haberla leído.

Se discute, hasta la burla, el estilo del autor y su vida sedentaria, el haber sido el favorito de Leon Daudet, el ser un hombre de derechas (algo que asombra a Proust, conocido defensor de la causa de Dreyfus y muy lejos de las posiciones reaccionarias).

No se le perdona que haya vencido a la novela un patriota. Tampoco que sea homosexual, y un viejo (aunque Proust tiene 48 años), y que tenga una posición acomodada, y una vida aburrida en la que, piensan, nada le ha sucedido. Muchas palabras al aire, y muy poco que tenga que ver con la literatura. Lo expone muy bien Laget:

Thierry Laget.

A menudo, en ese año de 1919, como hoy en día, la literatura no es más que un pretexto para abordar temas que no tienen nada que ver con ella (aunque esta tiene que ver con todo), pero que, por su actualidad, encienden los ánimos de aquellos que se mezclan en la discusión.

No se perdona, más en los periódicos que en las revistas especializadas, que no haya ganado Las cruces de madera, la novela sobre la guerra de un héroe de Francia, y que el ganador haya sido un diletante con una novela incomprensible. Naturalmente, hay defensores de la obra de Proust. Los grandes nombres de la crítica estudian su obra, Proust los gana uno a uno. Pero los ataques son furibundos, contra la obra y contra el autor.

Una señal crepuscular, un alto en el camino

Como Roger Gouze dijo, “Marc Elder o André Savignon tuvieron el Goncourt. Pero es el Goncourt el que ha tenido a Proust o a Malraux”. A Proust, el escándalo no le obsesiona, solo le obsesiona continuar En busca del tiempo perdido y a ello dedica todas sus energías, los tres años que aún le quedan de vida.

En cualquier caso, el Premio ha sido, piensa el autor, “un alto en el camino”, “una señal crepuscular”, la vida continúa, la escritura avanza, ese es el verdadero triunfo, “la verdadera gloria; la del mundo es cambiante, y otorgada por necios”.

Thierry Laget concluye su libro cediendo la palabra a Marcel Proust:

(…) si nos empeñásemos en que no se digan sobre nosotros las locuras que engendra la necesidad de hablar cuando a esta no la guían algunos conocimientos, nos veríamos obligados a renunciar (…), a decir que estábamos al otro del Tiempo, siendo nuestros últimos años como un país desconocido donde desembarcamos y donde aquellos que lo habitan no han oído nunca pronunciar nuestro nombre

Un siglo después. El tiempo recobrado

Thierry Laget explica cómo era la sociedad francesa de 1919 y las dificultades, sobre todo extraliterarias, que encontró el autor de la Recherche. Es verdad, reconoce, que el hecho de que entonces solo se hubieran publicado dos libros de los siete pudieron dificultar la comprensión de A la sombra de las muchachas en flor, porque solo tras llegar al final del último tomo (El tiempo recobrado) cobra todo su sentido la novela de Proust

En cualquier caso cree que en 1919 y en 2019 las dificultades para leer a Proust eran y son solo aparentes, como el que tiene miedo al entrar en un lugar desconocido, o mucha prisa para entender las claves de lo que lee y pasar a otra cosa. 

Para disfrutar En busca el tiempo perdido se necesita tiempo, “solo eso”, “el tiempo necesario para aprender a caminar al ritmo de la narración”. Y es que, como dice el Narrador en el volumen final de la obra:

La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo.

En esos siete volúmenes, Proust desvela las verdades ocultas del mundo y de la vida (“la verdad, la verdad que todos sospechan”) a través de las facultades regeneradoras de la memoria y de las sensaciones de las que nacen los recuerdos, del papel de la conciencia y de los momentos de exaltación poética.

La mejor parte de nuestra memoria, escribe, está oculta a nuestra propia mirada, “sumida en un olvido más o menos hondo”.

Y, para terminar, podemos acordarnos de Borges, lo que importa “no está en el tiempo sucesivo/ sino en los reinos espectrales de la memoria” o “somos nuestra memoria/somos ese quimérico museo de formas inconstantes/ ese montón de espejos rotos”