Y los citados arriba son, como decía, solo una muestra. De hecho, uno de los grandes méritos de esta obra es dar entrada sin caer en el caos a tantos artistas mucho más variados de lo que puede parecer. Quien aun así pierda el hilo puede siempre volver al Dramatis personae del inicio y a una doble página infográfica que detalla los múltiples vínculos entre unos y otros. La escritura de Hoskyns combina la agilidad que tienen las historias orales con el ensayo del que se conoce el paño y opina con conocimiento.

El autor empieza por trasladarnos al idílico Laurel Canyon, recreando el ambiente del más cercano a Hollywood de los muchos cañones de Los Ángeles. Aquel espacio, apenas un desierto unas décadas antes, se erigió con sus cabañas y antros en objeto de deseo a finales de los sesenta atrayendo como abejas a la miel no solo al artisteo bohemio, radical y libre, también a todas las discográficas –con Asylum de David Geffen a la cabeza– dispuestas echar el anzuelo a una chavalada con multitud de músicos tan colocados como inspirados, gente tan happy como talentosa. La llegada de la pasta a espuertas, el paso del tiempo y la lucha de egos –y, claro está, la adicción a las drogas completando tan temible ecuación– acabaron con aquel oasis musical bajo la brisa californiana, tal y como era cuando Crosby, Stills, Nash & Young cantaban Teach your children.

Pronto se dieron cuenta de que ir a fiestas y tocar en ellas estaba muy bien pero firmar un contrato, grabar un single y lograr un hit podía ser bastante mejor; por eso para muchos de los que luego destacaron, hay un antes y un después de que lo consiguieran los Byrds con el Mr. Tambourine man de Bob Dylan. Más que un número uno, una epifanía. El propio Dylan, desde la cosa opuesta, fue otro ejemplo a seguir. Ya lo dijo Jackson Brown: “Provocó la explosión del universo de los cantautores folk. De repente tenías a tu alcance un gran torrente de ideas y podías hablar de cualquier cosa en una canción”.

Aunque desfilan por el libro personalidades del mundo del cine (Peter Fonda, Jack Nicholson, Dennis Hopper), el crimen (Charles Manson) o la industria discográfica con mayor (Geffen) o menor protagonismo (Ahmet Ertegün), a Hoskyn lo que realmente le interesa son los amores, peleas, chismes y, sobre todo, grandes discos y canciones de los músicos que frecuentaron aquel “Shangri-la de moda para los melenudos que se tomaban la vida con calma, encaramados en aquellas cabañas con unas vistas espectaculares”. Un lugar efectivamente para tomarse la vida con calma como recomendaba la canción que escribieron Jackson Browne y Glen Frey: Take it easy, el tema que parecía sintetizar mejor que ningún otro “el sueño despreocupado del sur de California”, el primer pelotazo del álbum de debut de los Eagles, la banda autora del himno Hotel California sin un solo californiano en sus filas, la que supo vender al gran público su country rock mejor que todos sus antecesores (Byrds, Flying Burrito Brothers, Poco).

Entre tanto macho alfa enfadado porque su chica se ha ido con su mejor amigo, brilla –y se nota que al autor le gusta especialmente– Joni Mitchell, una canadiense –como Neil Young, ambos igual de libres e independientes–, con pinta de “india escandinava rubísima de dientes grandes y mejillas cubistas”. Quizá la artista que más se exponía en sus canciones. De aquellos años en Laurel Canyon es uno de sus mejores trabajos, Blue (1971), compuesto cuando vivía un romance con un James Taylor enganchado a la heroína que un año antes había firmado otro clásico absoluto, Sweet Baby James.

En 1974, las drogas ya se habían llevado por delante a Gram Parsons (International Submarine Band, The Byrds, The Flying Burrito Brothers) y a Danny Whitten, guitarrista de Crazy Horse, la banda de acompañamiento de Neil Young. Del buen rollismo original poco empezaba a quedar en canciones del propio Young como Revolution Blues, donde cantaba que “he oído que Laurel Canyon está repleto de estrellas famosas / pero las odio más que a los leprosos y me las cargaré dentro de sus coches”. La muerte de Whitten le inspiró entonces una de sus mejores canciones, Needle and the damage done, que recuperó en tremenda versión para su alucinante Unplugged de 1993.

Hoskyns cierra su libro, publicado originalmente en 2005, asegurando que hoy el valor de los bienes inmuebles de la zona se ha disparado y solo pueden habitarlos yuppies y bohemios ricos. Probablemente por eso es un lugar que ya no inspira tantas grandes canciones al año como en sus buenos tiempos.


Hotel California. Cantautores y vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon

Barney Hoskyns

Traducción: Elvira Asensi

Editorial Contra

416 páginas

22,70 euros