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¿Se calman las aguas del Nobel de Literatura?

Cinco días en los que ha rodado por el mundo la opinión de quienes se manifiestan desde la euforia. Aquellos que esperaban el reconocimiento a la expresión poética de un músico revolucionario. Aquellos que celebran la fusión de literatura y música en un creador monumental de algunas de las canciones clave, -se ha dicho en estos días hasta la extenuación-, de la música contemporánea.

Cinco días también para la expresión, -abierta y hostil con la decisión a la que califican de una cuasi broma-, de quienes reconociendo que Dylan es un músico grande, un creador en el estricto sentido de la palabra, no se sostiene como literato.

Afirman los indignados que como prosista, y es una evidencia, es autor de dos libros muy cuestionables. Tarántula, -que como el propio autor ha señalado debe su título a un verso del poema La guitarra de García Lorca: «La tarántula teje una gran estrella»-, es un fallido experimento de un Dylan impactado por la poesía y la narrativa surrealista francesa que derivó en un producto de muy baja calidad que podría englobarse en lo que se ha dado en llamar literatura beat.

El segundo ejercicio narrativo por él firmado, Crónicas, siendo mucho más sólido, es una autobiografía bastante desordenada en la que rescata sus vivencias desde que desembarcó en Nueva York a comienzos de los años sesenta hasta finales de los ochenta. Una recopilación de recuerdos a través de la que rinde homenaje a algunos de sus referentes, entre los que emergen Elvis Presley, Roy Orbison y, muy especialmente, Woody Guthrie.

Como poeta, apuntan también, tampoco es defendible porque esas letras emblemáticas, algunas de ellas extraordinarias, son indisociables de la música que las acompaña. E insisten en la idea de que leídas sin música pierden gran parte de su valor, rebatiendo la idea de la Academia Sueca que textualmente destaca «la maestría poética de sus composiciones».

Lo dicho, bajan muy revueltas las aguas y tardarán en aclararse, acaso porque en los dos bandos, -los del sí incondicional y los del no indignado- no parecen adivinarse posturas claudicatorias.

Cabría decir que en las dos partes hay más que motivos para defender la postura propia y la del otro pero a menudo la perseverancia se hace bandera y las banderas, se sabe desde siempre, no pocas veces se alejan de la lógica y de la razón.

Entre tanto nadie sabe dónde está el protagonista y a estas alturas los del Nobel no han conseguido localizarlo, lo que hace pensar que el premiado se siente por encima del bien y del mal en relación con el reconocimiento. Un reconocimiento que, en cualquier caso y se defienda lo que se defienda, ha hecho historia.

¡Ah!, por cierto, si tengo que definirme, me decanto por aquellos que sostienen que si de literatura se trata la elección de este año, como ha pasado en otros, no ha sido el acierto del siglo.

En fin… acaso, simplemente, también para el Nobel los tiempos están cambiando.