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Se fue Pacheco, siguiendo a Gelman

Cuando en 2010 Pacheco recogía el Premio Cervantes otorgado el año anterior, ante el elogio de alguien que se refirió a su obra –poesía, novela, relatos, ensayos, crítica– como la de mayor calado de Latinoamérica, volvió a hacer alarde de su extrema modestia al comentar: “Pero si ni siquiera soy uno de los mejores poetas de mi barrio. ¿No ven que soy vecino de Juan Gelman?”.

Se sentía, fundamentalmente, poeta. Lo concretó en dos versos clarividentes:

“Tenemos (los poetas) una sola cosa que describir:
este mundo”.

Tropezó el viernes entre sus libros, en su casa de toda la vida en la Colonia Condesa de México DF. Se golpeó la cabeza. Sangraba, pero se negó a acudir a un centro sanitario. “Por un estúpido golpe no voy a ir al hospital”, le dijo a su esposa Cristina. Cenó pronto y se acostó. A la mañana siguiente no reaccionó cuando intentaron despertarle. Ya en el hospital moriría el domingo.

Sólo un día antes había concluido y enviado a la revista Proceso para la sección Inventario –que mantenía desde hace décadas– su último artículo Para un amigo querido, dedicado a Juan Gelman, del que en una sentidísima columna publicada en el diario La Jornada tras el fallecimiento del argentino el pasado 14 de enero, a modo de despedida escribía: “Su existencia estremecida por todas las tempestades tuvo la recompensa de hallar algo que ya casi no existe: un final feliz. Murió sereno, sin dolor, en su lecho, en su casa, rodeado por los seres que más amó en la vida”.

Ahora se fue Pacheco, ayer Gelman. Como siguiéndose, como buscándose, como si se hubieran citado para dar uno más de sus interminables paseos al atardecer de las calles de su barrio.

De aquellas conversaciones –hay fotos que los muestran paseando, ambos con las manos en la espalda–, Gelman contó que su amigo mexicano se refería a la muerte como “el centro de la noche, allí donde todo se acaba y recomienza”.

Pacheco… Desde ya le llora el mundo. México de un modo más dramático si cabe para agradecerle aquellos apasionados versos:

“No amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por 10 lugares suyos,
cierta gente, puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas,
y tres o cuatro ríos”.