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Si alguien te hace reír, lo recuerdas toda la vida

Por edad, a Guillén (Barcelona, 1973) le tocó crecer prendado de los grandes de la pequeña pantalla durante los años ochenta (Gila, Eugenio, Tricicle, Pepe Rubianes, Las chicas de oro…) sin renunciar a ir descubriendo a los que dieron lo mejor de sí mucho antes (Chaplin, Keaton, los hermanos Marx, Andy Kaufman, Peter Sellers, Lucille Ball, el primer Woody Allen…) o mucho después (los chanantes, Ricky Gervais, Berto, Buenafuente, Ignatius…). Con Hazme reír ha enriquecido, desarrollado y puesto negro sobre blanco sus celebrados hilos tuiteros (#MakeEmLaugh por @Manuel_de_BCN [1]) sobre los mejores momentos y curiosidades de la comedia que en Twitter/X le han granjeado múltiples y felices seguidores. Hilos que se caracterizan por destilar, en palabras de Andreu Buenafuente, autor del prólogo, “conocimiento, erudición y una interpretación o ‘tesis’ que personaliza toda esa investigación”.

Guillén no propone un canon (¿quién puede hacerlo en algo tan particular como el humor?) pero eso no significa que no tenga uno, el suyo, que sabe defender con gracia y con el que es sencillo coincidir. O no y no pasa nada. Incluso si no te gusta especialmente Jerry Lewis y no soportas a Jim Carrey, tienes que admitir el interés de las conexiones que entre ambos nos cuenta el autor. O que no tragues a Chevy Chase y tengas que reconocer que es ejemplar seguir su peripecia para conocer la trastienda del primer y mítico Saturday Night Live. Otro tanto puede decirse de Robin Williams: es posible que solo conozcas sus películas más taquilleras y no sea un preferido, pero Guillén se las apaña para que quieras saber más sobre el afán obsesivo que tenía de gustar y la velocidad mental que gastaba cuando se subía a un escenario.

Lo pasará en grande el lector si disfruta con los humoristas más libres, transgresores, incómodos o brutos, como Gervais (“habita unos cuantos kilómetros más allá de donde acaban los límites del humor negro y es capaz de encadenar chistes sobre pedofilia, obesidad, muerte o cáncer”), Pryor (“marcó el camino de la comedia basada en la verdad aunque fuera dolorosa”), el Steve Martin que hizo stand-up  (“sus espectáculos generaban adhesiones inmediatas por su novedad pero también descolocaban a mucha gente”) o Ignatius (“es nuestro Louie, la serie de Louis C. K.”).

Además, el libro lleva dentro una suerte de breve historia de la comedia cinematográfica (y un poco televisiva) a través de algunas de las mejores películas de la edad de oro del género y de sus grandes artífices: a ver quién le pone una pega, en ese sentido, a La vida de Brian, El jovencito Frankenstein, El guateque, Una noche en la ópera, Plácido, La escopeta nacional, Amanece que no es poco, El hombre mosca o Cuando Harry encontró a Sally.

Guillén le dedica muchas páginas a los grandes monologuistas estadounidenses como George Carlin, el Woody Allen pre-cinematográfico o Andy Kaufman. Estos mismos y unos cuantos más son también objeto de análisis en el ensayo Morir de pie [2] de Edu Galán. Desde el progenitor del stand-up (el gran Mark Twain) como arte puramente norteamericano hasta la última estrella atropellada sobre un escenario a los ojos de todos (el pobre Chris Rock), Galán (Oviedo, 1980) va dando cuenta de grandes hitos y nombres propios: habla de los pioneros que hace un siglo actuaban en el Borscht Belt, zona vacacional de la clase media judía neoyoquina; de los que, tiempos de Contracultura, desarrollaban todo un discurso personal y político con gracia o sin ella, siendo siempre ellos mismos y buscando interpelar al público asistente, con mención especial a Lenny Bruce (“el cómico formado en las variedades destinado a destruirlas”); de la propagación del fenómeno a través de la televisión, esta vez con Jerry Seinfeld como el ejemplo más popular; y del peso creciente de la política en lo que llevamos de siglo con el altavoz añadido de internet hasta el punto de que las stand-up se han convertido en una vía muy común de consumo de información política en Estados Unidos.

En ese repaso, Galán va aportando argumentos que le sirvan para defender, con tanta claridad como elocuencia, la tesis de su libro: que existe un arquetipo en este país, al que denomina el “Hombre Público Norteamericano y que se define por su capacidad de subirse a un escenario y empujar a la acción individual a las personas que lo escuchan”. El cómico de stand-up es una representación de dicho arquetipo pero no es la única. Estuvo también antes el profeta, el colono, el charlatán y ahora está, claro, el político. Hablamos, en definitiva, de una categoría que abarca desde cómicos formidables, incluso de buen corazón, a políticos mediocres o directamente repugnantes.

Hay Hombres Públicos Norteamericanos que provocan la sonrisa y otros que te la congelan. ¿Cabe, hoy por hoy, mayor representación del Hombre Público Norteamericano que la figura del Donald Trump que llegó a presidente en 2017? Contesta Edu Galán: no cabe mayor epítome porque “confirma que unas características exacerbadas –individualismo, protestantismo, neoliberalismo, ambición–, junto con el amor de Cristo heredado de tu familia en paraísos fiscales, pueden llevarte a cualquier lugar en suelo estadounidense. Incluso a sobrevolarlo fumando puros en el Air Force One”. Pues ya saben: lo hizo en 2017 y lo ha vuelto a hacer en 2024.

[3]

Hazme reír [3]

Daniel Guillén

Editorial Temas de hoy

384 páginas

19,90 euros

[2]

Morir de pie [2]

Edu Galán

Editorial Debate

97 páginas

12,26 euros