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Clubbing en Berlín

Sólo quedaba afinar oídos y dejar que los demás contaran el resto. La protagonista de esa noche, sin embargo, no era mi ceguera inminente sino una tal Ellen Alien. Una desconocida para la mayoría. Para los entendidos, una de las DJ que ha dominado la escena berlinesa desde hace casi tres décadas.

Fundadora del sello BPitch Control, su trabajo comenzó a finales de la década de los 80 y sus composiciones están inspiradas en la propia diversidad cultural vivida en Berlín a raíz de la reunificación. Techno, electroclash, inteligent dance music, minimal o experimental, la nacida como Ellen Fraatz ha colaborado con los grandes, entre ellos, Aparat.

Si viajas a Berlín puedes dejarte caer por la puerta de Branderburgo, pasear por el Neues Museum para buscar el milenario rostro de Nefertiti, desayunar en el Café Einstein, dejarte embaucar por los encantos del alternativo Barrio de Kreuzberg o pasar el domingo buscando tesoros en el mercado de las pulgas de Mauerpark. Pero no puedes pisar Berlín y no sumergirte en las profundidades de los clubs alemanes. En resumen, había que ir allí.

Prospecto de instrucciones inusual

Tal y como nos pidieron abrimos el prospecto de instrucciones y lo seguimos a rajatabla para que nos dejaran entrar. Los códigos no escritos que abren la puerta de las discotecas berlinesas.

Primero: ojo con el vestuario. Si no cuentas con el aspecto adecuado puedes quedarte fuera. ¿Y qué es lo adecuado? No se sabe exactamente, si no cuentas con un aspecto suficientemente alternativo a primera vista, los entendidos dicen que lo mejor es apostar por el negro. Por supuesto, sobra decirlo, puedes ir descalzo si quieres, pero nada de tacones.

Lo segundo, si se va en grupos grandes hay que dividirse. Va en serio. Las formaciones de personas que se ubican en corros infranqueables en mitad de la pista de baile con un montón de ropa acumulada en el centro a modo de vestidor improvisado están prohibidos.

La tercera norma de ese listín no escrito de sugerencias es no parecer alterado en la cola de entrada, si gritas o muestras signos evidentes de no estar despejado es casi seguro que te quedes fuera. No te hacen caminar en línea recta o a la pata coja con un libro en la cabeza.

Todo es así, relativo, es la ley de la noche berlinesa.

Lo que llegué a ver: un travesti con maleta

Superadas esas barreras iniciales que no me dejaban distinguir formas o caras a más de 30 centímetros, llegamos a una especie de nave alejada con aspecto de llevar abandonada varios años. Atravesamos unas verjas metálicas e hicimos cola detrás de unas cien personas. Había una luz violeta al final (o al principio). Supuestamente ahí estaba la puerta. Ni los que veían podían asegurarlo.

Podría decirse que lo primero que define esas discotecas nocturnas es que a simple vista no lo parecen en absoluto. No hay una decoración explícita, pero cuentan con un estilo propio. En Berlín son antiguas centrales eléctricas, fábricas abandonadas, en definitiva, lugares reinventados de noche igual que la gente que se atreve a pisarlos.

¿Cuál fue la combinación ganadora? Uniforme negro (y sin tacones). Registro inusual clasificado por género y, pasando las luces moradas, accedí por una puerta lateral. Estábamos dentro. Todo oscuro. Destellos de luces rosas ¿o verdes? Dos o tres salas. Y baños en lugar indefinido. Prueba número uno: había que dejar el cargamento de abrigos.

De nuevo, cola kilométrica que surcaba unas escaleras metálicas que llevaban a ninguna parte. Un portero observador se apiadó de nosotros: “Hay un acceso por el otro lado”. Es cierto que daba al mismo guardarropa, pero logramos salir, subir otras escaleras, atravesar un pasillo inmundo con dos baños unisex a la derecha (ahí estaban) y, al fondo a la izquierda, estaba el guardarropa. La cola se redujo a la mitad. Un euro, una tuerca con un número para asegurarte la devolución de la prenda y un par de capas menos. Ahora sí.

No se necesita ver todo perfectamente para darte cuenta de que estás en un universo totalmente paralelo. Una chica sin pantalones, hombres que se quitaban la ropa y se quedaban en chándal o camiseta de tirantes. Ojo, algunos se quitaban también las camisetas de tirantes. Algún chivatazo me adelantaba exclusivas: “Al fondo hay un hombre con una maleta que se está poniendo un vestido. Lleva también una peluca rubia”.

El resto se escuchaba. Eran las dos y Ellen Alien estaba a punto de hacer su aparición. Ese día pinchaba ininterrumpidamente hasta las seis de la mañana. En la pantalla se leíaWe are not alone (No estamos somos). Y no lo estábamos. De repente, una melena (sí, eso sí llegué a distinguirlo) rubia platino apareció detrás del escenario y la gente empezó a disolverse con la música.

Cada cual vivía la experiencia de forma individual. Única. Bailarines solitarios. Algunos parecía que estaban boxeando. Otros arqueaban los hombros, su cabeza miraba al suelo en escuadra, mientras resonaba el famoso chundachunda. Llevaban tapones. Bebían agua. Y los movimientos simulaban a un boomerang, se repetían una y otra vez.

Era la selva, no porque reinara el caos. Más bien todo lo contrario. Dentro del aparente desorden había una atmósfera en la que cada cual encontraba naturalmente su lugar y todos tenían cabida. Nadie te juzgaba o esperaba nada de ti, la rareza era algo más normal que lo estándar.

De hecho, no había nada estándar, sólo tú en tu esencia más pura, sin mirar a nadie más que a ti mismo, y tus propias necesidades. Todo lo que importaba estaba ahí dentro, en ese galpón de techos altos. Sólo te fijabas en cómo atajar el siguiente cambio de ritmo, mientras te venía a la cabeza casi a las dos horas de sesión el necesito una botella de agua.