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Elvis Costello y sus múltiples padres

Pocos cantantes han pisado gustosos más charcos musicales que el protagonista de este libro. No es casualidad que para un número especial la revista Vanity fair le pidiera hace unos cuantos años, precisamente a él, que seleccionara medio millar de álbumes fundamentales para mejorar nuestras vidas. Pocos artistas acumulan tanta erudición como falta de complejos cuando de música se trata. Ha sido siempre generoso a la manera en que lo suelen ser los brasileños, siempre dispuestos al disco a pachas con el colega o con el ídolo admirado.

A finales de los setenta Costello irrumpió en el panorama musical y lo hizo a lo grande, con algunos de sus mejores discos (My aim is true, This year’s model, Get happy, Armed forces…), y con nombre e imagen más que peculiares; aterrizó como una suerte de Woody Allen acelerado: gafapasta sobrado de ironía e inteligencia pero mucho más provocador, bocazas y tocapelotas que el genio neoyorquino.

Como felizmente era de esperar, hay un sentido del humor que sobrevuela este libro de escritura torrencial y casi tan oceánico como la discografía de su autor: da igual que hable de la Reina Madre (“le encantaban las canciones que tenían que ver con el mundo del trabajo aunque ella misma no había tenido ocupación alguna”) que del hospital que le vio nacer y que fue el mismo en el que Alexander Fleming descubrió la penicilina (“me disculpo por no haber llevado a cabo la misma aportación a la humanidad”).

A diferencia de las autobiografías rockeras al uso, que tanto abundan en éxitos y conquistas sexuales, en la que nos ocupa hay bastante más espacio para lucir como letrista que no da puntada sin hilo, para detallar influencias y debilidades (Sinatra, Beatles, David Ackles, Billie Holliday, Roy Orbison, Gram Parson, Neil Young…) y para dar cuenta de una catarata impagable de encuentros con sus héroes, a veces divertidos, alguno desternillante, siempre reveladores, nunca únicamente para adornarse; por ahí desfilan, entre muchos otros, Tom Waits, David Bowie, Chet Baker, Van Morrison, Bob Dylan o Johnny Cash.

Hay en el libro muchas más ganas de desvelar la trastienda de sus temas (Alison, Oliver’s army, High fidelity, Shipbuilding…) y la relación con sus distintas bandas que de contarnos secretos de alcoba matrimonial, con la madre de su primer hijo en los setenta, luego en los ochenta con Cait O’Riordan, bajista de The Pogues, o con su actual esposa, la última diva al piano, Diana Krall, madre de sus hijos gemelos. El Costello más íntimo queda, sobre todo, para indagar en la relación con sus padres o la historia de sus antepasados.

Ya decía Dalí que para producir hay que empezar copiando. “Una gran parte de la música pop ha surgido cuando la gente ha fracasado a la hora de copiar su modelo y por accidente ha creado algo nuevo”. Costello confiesa que todos sus conocimientos musicales los ha adquirido escuchando discos y que el resto ha sido ensayo y error. Ese aprendizaje de toda una vida fatigando vinilos ha sido en su caso complementario a varias relaciones musicales, por distintos motivos, muy especiales, con figuras paternales que le han marcado y que casi siempre dejaron disfrutable descendencia discográfica.

MacManus

El padre carnal. También músico, también hijo único, Ross MacManus, trompetista y cantante, fue todo un personaje. Costello es transparente: fue su madre la que se preocupó siempre de que hiciera los deberes, la que se hizo cargo de él cuando se emborrachó a los catorce años, la que le escuchó cuando anunció que iba a tener un hijo siendo aún adolescente… La que estuvo siempre ahí. Pero es MacManus padre la presencia familiar más poderosa del libro y el que desencadena las páginas más emotivas cuando a partir de 2010 la demencia le fue anulando de forma progresiva.

Mujeriego y vividor incorregible, les abandonó siendo Costello un niño. Más de una vez le contaron que su padre era el tipo que siempre intentaba seducir a la chica más alta del local y que, de no lograrlo, se peleaba entonces con el hombre más alto. De él heredó un amor inagotable por la música y la costumbre de trabajar siempre en traje. “La temperatura ha de superar los 35 grados para que me quite la chaqueta”. The birds will still be singing cierra una de las apuesta más arriesgadas de Costello, su disco con el Brodsky Quartet. Era la canción favorita de su padre y la que sonó en su funeral en una versión instrumental.

Jones

Aterrizó por primera vez en Estados Unidos con las ideas claras: meterse en todos los líos. Con la ayuda inestimable del alcohol, cumplió el objetivo con creces. La montó en un directo televisivo y provocó alguna que otra pelea que aún hoy le trae malos recuerdos. Pero pisar suelo yanqui supuso también poder acceder en carne y hueso a los ídolos tantas veces vistos en las portadas, caso de George Jones. Cabe imaginar lo que supuso para un tipo enamorado de la música de Hank Williams, Gram Parsons y de Johnny Cash, escuchar una canción propia –Stranger in the House– en esa voz legendaria. “Para un compositor inglés, encontrarte en Nashville cantando tu canción al lado de George Jones era como meter la pelota en el hoyo de golf desde mil kilómetros de distancia”.

Costello, uno de los puntales de la new wave, dio pronto el primer volantazo de su carrera despachando al inicio de los ochenta su propia visión del country en Almost blue. “Si quieres que tu carrera en el mundo del espectáculo sea larga, estás obligado a rechazar a tu propio público de vez en cuando, para que se acuerden de ti y entiendan por qué te echan en falta”. Talento y astucia a partes iguales.

McCartney

Siendo un crío, Costello quedó, como no podía ser de otro modo, profundamente marcado por los primeros singles de los Beatles que entraron en su casa. Nunca llegó a conocer a John Lennon pese a que pudieron coincidir a finales de los setenta cuando solía recalar a menudo en Nueva York. A Paul McCartney en cambio el conoció más que bien. “Cuando me llamaron para decirme que Paul quería que lo ayudara con la letra de algunas canciones de su siguiente disco, no supe muy bien qué esperar pero como su última colaboración había sido con Michael Jackson, me pregunté si me tocaría aprender a bailar”. A punto de acabar los ochenta, parece que a McCartney le costaba colocar un tema suyo entre las listas de éxitos. En ese sentido, la alianza con Costello funcionó, sobre todo el sencillo My brave face.

Bacharach

La música seductora de Burt Bacharach es un fiel reflejo del potencial seductor del propio Bacharach, a tenor de lo que cuenta Costello. “Si quieres saber de verdad lo que es sentirte invisible a los ojos de las mujeres guapas para un tipo de aspecto tirando a normal, no tienes más que ponerte a su lado”. Juntos grabaron en 1996 Painted from memory, que es una obra tan elegante como podía esperarse si en melodías y arreglos ha metido mano un perfeccionista en el estudio como Bacharach. Mucho antes de trabajar juntos, cuando atravesaba una etapa de duda existencial decidió ponerle banda sonora a la angustia e incorporó a su repertorio en directo el clásico I just don’t know to do with my self. ¿Quién le iba a decir entonces que mucho tiempo después acabaría tocándola en directo con su creador?

Toussaint

Para Costello, el gran Allen Toussaint, que murió en Madrid hace justo un año al acabar un concierto, fue “un príncipe apenas encubierto”. Con esta figura esencial de la historia musical de Nueva Orleans, forjó una sólida amistad que duró hasta el final. Juntos grabaron el disco The river in reverse un año después de que el huracán Katrina asolara la ciudad del Misisipi. La letra y la música de la canción del mismo título es obra de Costello pero se beneficia del buen gusto y el inmenso talento para los arreglos de Toussaint.

 


elvis-costello-musica-infiel-y-tinta-invisible-13-06-16Música infiel y tinta invisible [1]
Elvis Costello
Traducción: Damià Alou,
Antonio Padilla, Rocío Gómez
Malpaso Ediciones
800 p
29,90 euros