A sus mejores trabajos, que tienen más de un siglo y siguen resultando fascinantes, se puede uno acercar ahora y disfrutarlos mucho más de la mano del crítico musical británico Stephen Walsh (Chipping Norton, 1942). Walsh es el autor de una biografía que, con una escritura experta pero no disuasoria, pone el foco en la importancia y calidad de buena parte de sus composiciones; de cada pieza conocemos su contexto vital y creativo. 

Aunque el título del libro (Pintor de sonidos) y la portada (una pintura de Monet) abundan en la etiqueta más habitual asignada a Debussy como músico impresionista, Walsh descarta que le gustara la pintura de niño o que llegara al conservatorio con algunas nociones de arte. Si hay que citar modelos o ejemplos parecen tener más peso figuras de la literatura gala como Mallarmé, Baudelaire y Verlaine, a los que eligió para sus canciones, o a Edgar Allan Poe, cuya obra La caída de la casa Usher debería haber sido su segunda ópera, tras Peleas y Melisande, pero que no pudo concluir, aunque lo intentó muchas veces incluso cuando ya estaba muy enfermo a causa de un cáncer de recto.

Los colores del mar

Puede que a él no le agradara lo de padre del impresionismo musical y puede que nosotros lo escuchemos de una forma especial sugestionados por el título de una obra como La mer (El mar), pero es muy difícil no percibir diferentes colores y texturas a medida que van sonando los tres movimientos de esta pieza. Walsh nos recuerda que ni sabía nadar ni seguramente puso un pie en su vida en la orilla del mar. Cuando Jan Swafford, otro enorme divulgador del repertorio clásico, celebra la capacidad única de Debussy para pintar el mundo con notas musicales, incide en que no se limitar a retratar el mar que todos vemos, sino el mar de su imaginación.

Walsh apunta en su libro que quizá la obra en la que con más claridad se percibe al francés como un pintor de sonidos sea en sus Nocturnos, en modo alguno relacionados con los de Chopin, y sí con los del pintor estadounidense James McNeill Whistler, ambos con idéntica habilidad para difuminar los contornos. También rescata Walsh una cita de Vasili Kandinski sobre su predilección por Debussy entre los compositores modernos que “reproducen impresiones espirituales que suelen tomar de la naturaleza y transformar en imágenes espirituales dotadas de una forma puramente musical”. 

Y si, como decíamos más arriba, Debussy no necesitaba navegar para contarnos el mar, tampoco le hacía falta pisar con frecuencia suelo español para, tirando del cliché, evocarlo con encanto en diferentes composiciones compartiendo ese interés con Maurice Ravel, sin duda el otro genio francés de las partituras para piano y orquesta de las primeras décadas del siglo XX. Antes de tener encuentros y desencuentros con Ravel, nuestro hombre había mostrado profunda admiración por Wagner y también había alertado de su perniciosa influencia en la música francesa.

De su amigo Erik Satie orquestó algunas de sus gymnopedies y reconocía el talento del ruso Músorgski, pero en esos años de búsqueda de un estilo personal supo ser único casi casi desde el principio. Fue en esos inicios capaz de plasmar en el pentagrama los elementos que definían el arte modernista: la inspiración en la naturaleza, los motivos exóticos o el ornamento curvilíneo. El resultado sigue siendo un objeto de deseo y motivo de lucimiento para las nuevas generaciones de pianistas.

El ensayo de Walsh relata los amores del músico, la situación económica más penosa que precaria para un compositor consagrado y la tristeza de la enfermedad en plena Gran Guerra, pero se percibe en todo momento que está escrito para animar al lector a revisitar con entusiasmo la obra debussyana. No se deja un preludio por ponderar y consigue plenamente su objetivo.

Más de un siglo después de su muerte, el interés no decae y no sólo entre los pianistas clásicos más jóvenes. The Epic es el título de uno de los mejores discos de jazz de los últimos años. Su autor, el saxofonista y compositor Kamasi Washington, decidió incluir una versión extraordinaria del Claro de luna.

Debussy un pintor de sonidos

Stephen Walsh

Traducción: Francisco López Martín y Vicente Minguet

Acantilado

464 páginas

26 euros