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La belleza como forma de vida

Como Platón, Aschenbach descubre durante sus días en el Lido que si “hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza”. Así sucumbe, disciplinado y constante, al amor, a la vida contemplativa, a otra forma de ser, de vivir, de estar. Ese es el cambio, su redención, su locura humana, existencial. Su camino a la vida que termina en muerte.

De eso va en realidad esta ópera más allá de la sexualidad y el erotismo, del capricho y la obsesión, del Baco o Febo convertido en Tadzio, que pueden empañar la profunda filosofía-raíz de la obra de Mann y que perfectamente ha interpretado Willy Decker con su dirección escénica.

“-¿Lleva la belleza a la sabiduría, Febo? “-Sí, pero a través de los sentidos”, desvela en un momento dado el libreto y que bien podría actuar a modo de resumen.

Dos actos divididos en 17 escenas con carácter cinematográfico, de frame, que no son fáciles de enlazar, pero que se entretejen con una música camerística basada y sustentada en la percusión: vibráfonos, xilófonos y campanas; bombos, carillones y gongs que se unen a un sugerente y atmosférico gamelán. Gracias a ellos los colores se suceden y se entremezclan haciendo de personajes en sí mismos hasta llegar a un final, sin duda, conmovedor, delicado, un suspiro hecho música que la batuta del argentino Alejo Pérez ha sabido bien guiar.

El recitativo constante que Britten decide emplear para la reflexión en vez de para la acción hace de impronta personal, de rasgo sin duda, excepcional. John Daszak, el tenor encargado de dar vida a Aschenbach y omnipresente en escena, muestra en él una cuidadísima dicción y técnica junto a una capacidad actoral elogiable. Por su parte, el barítono Leigh Melrose acierta de pleno con su serie de personajes (siete) con la intención de poner al protagonista en constantes dicotomías, preguntas y retos existenciales que van desde el viejo gondolero al responsable del lujoso hotel, pasando por el barbero o el director de un grupo de músicos.

De fondo y sobrevolándolo todo, la idea de que es “mucho mejor vivir en la belleza que en las palabras”. Nuevamente el cambio, la conversión del escritor en hombre aunque sea justo antes de morir a la orilla del mar.