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Se llamaba Syd Barrett

En febrero de 1972, en el mítico Cambridge Corn Exchange, se le vio dar su último y desastroso concierto en directo, junto a la banda inventada Stars, un grupo casi de admiradores que se atrevieron a montarse junto al ex (pulsado) integrante de Pink Floyd en ese carro sin frenos que lo llevo al declive y que marcó el fin de su trayectoria musical. Si bien esa sala tenía capacidad para 1.738 personas, que no cunda el pánico, esa noche sólo 30 fueron los afortunados testigos de tan lastimosa despedida.

Paralelismos inútiles, pero, al mismo tiempo, los que fueron sus compañeros en Pink Floyd estaban a unos meses de lanzar su The Dark Side of the Moon que, con una estimación de 45 millones de copias vendidas, se considera el tercer álbum más vendido de la historia de la música. ¿Más datos? Bueno, permaneció más de 19 años seguidos en las listas de éxitos internacionales. Esto, y mucho más, se puede encontrar en la exposición de Pink Floyd [1] que se exhibe en el Ifema madrileño.

Todo partió en Cambridge

Pero la historia de Syd Barrett surcó claramente otros derroteros. Hay que remontarse primero bastantes años atrás antes de llegar a esa noche de 1972. Concretamente a un Día de Reyes de 1946, cuándo aquel bebé chillón y berreante llegó al mundo en el seno de una familia acomodada de Cambridge (Inglaterra). Dicen que a los 18 meses aprendió a agarrar el lápiz y ahí dejó de llorar.

Syd se crió así en un entorno típicamente inglés: paseos en bicicleta, lecturas de los clásicos de Lewis Carroll y, por supuesto, una educación bien refinada. En definitiva formaba parte de esa típica clase media inglesa que, además en Cambridge, buscaba dar rienda suelta a todo lo que pudiera aspirar a llamarse peculiar. Un caldo de cultivo de intensa inspiración artística dónde comenzó a amasarse el mito de Syd Barrett: una estrella fugaz que inspiró a grandes artistas del Siglo XX como David Bowie o grupos como Blur y los Sex Pistols.

Su salto a la música no llegó, sin embargo, hasta sus 15 años, cuando le regalaron su primera guitarra y se cruzó en el colegio con un tal Roger Waters y David Gilmour, este último guitarrista de escándalo y que enseñó a Syd a tocar sus primeros acordes, sin saber que se convertiría en su sucesor en la banda cuando Syd “salió” del grupo de forma apresurada justo cuando estaba despegando su prometedora carrera musical.

Fundación de Pink Floyd

Pero hay que ir por partes, pues Syd Barrett tuvo que esperar a su recién estrenada época universitaria en Londres para convertir esos vagos acordes de guitarra en un algo más consistente. El paso lo dio gracias a la invitación de su antiguo compañero de colegio, Roger Waters, a entrar en The Abdabs, un grupo de aficionados en el que ya estaban también los otros dos miembros que integrarían hasta el final Pink Floyd, el teclista Rick Wright y el batería Nick Mason.

Fan de Los Beatles y aficionado al blues, Barrett inauguró su entrada en la formación bautizándola como The Pink Floyd Sound, en honor a dos viejas glorias del blues: Pink Anderson y Floyd Council. Y de ahí siguió todo lo demás. Como si de un cuadro expresionista se tratase, Barrett pintó la estructura del característico y enigmático estilo musical de la banda a base de brochazos e inspiración submarina. Submarina digo porque tuvo que bajar y subir muchas veces a los inframundos para dar lugar al que llamaron el ‘rock psicodélico’ y que cogió forma con los sencillos Arnold Layne y See Emily Play en 1967:

https://www.youtube.com/watch?v=PFEU_BQL6dc

Con su flequillo ‘a lo Beatle’ y ese halo ecléctico que dejaba embaucada a la gente de su alrededor, los éxitos de esas dos primeras canciones les abrieron la puerta a los estudios Abbey Road, dónde grabaron su primer LP The Piper at the Gates of Dawn, referente de la psicodelia británica y cuya última canción, Bik’, era un homenaje de Barrett a una infancia que empezaba a alejarse conforme subía el número de fans, de conciertos, de discos vendidos.

Y podría decirse que aquí acaba la historia o empieza otra muy diferente.

Surge la inevitable pregunta de si Syd Barrett realmente estaba hecho para este tipo de vida o si su camino debió quedarse en el introspectivo mundo de los pinceles y lienzos, buscando como fin último plasmar sus ideas sobre una superficie. Sin buscar aplausos ni reconocimiento. No se sabe. Lo único que se vio a partir del éxito de ese disco fue una paulatina, o quizás también acelerada, cuesta abajo que fue haciendo de su aspecto de Paul McCartney con un toque infantiloide, una versión desgarbada a lo Jimi Hendrix, con ojeras y la vista perdida en el infinito incluidas.

Y fue así, sin darse cuenta, que su voz se fue apagando sobre el escenario y fue desdibujándose al tiempo que Pink Floyd se convertía en un icono cultural que revolucionó la concepción del rock de una época, a base de experimentación con un toque de filosofía.

De hecho, la caída de Syd inspiró alguno de los grandes éxitos de la banda, como Shine on you crazy diamond (1974) y Wish you were here (1975):

Es válido, no obstante, mirar un poco más allá de los 300 millones de discos que vendió Pink Floyd a lo largo de su carrera, o de las cuatro caras conocidas que personifican esa versión exasperada de un underground comercial que tocó el cielo, para tratar de poner cara a un artista que acabó olvidándose de quién era. Quizás sea a él mismo a quien hubiéramos tenido que decir a ritmo de blues: “Ey, Roger, tú eras Syd Barrett, el fundador de Pink Floyd”.