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Antonio Colinas, rotundo tronar de capiteles

Estos poemas nacen de tu ausencia.

Mira mis labios: están secos, solos.

Tantas noches pasaron a los tuyos

unidos, apurando cada poro

de tu ser, que hoy no tienen ya razón

para existir, aquí, en el abandono…

                      Todo muere.

Las barcas van cansadas

sobre las aguas muertas.

Ya desde el principio profundamente unida a la experiencia de vivir y de perder lo vivido; de mirar y de añorar lo que ver ya no se puede; de volver a sentir lo que el tiempo ha apagado… la obra de Colinas respira melancolía.

…Fresquísima es la boca de la noche en las gárgolas.
Viene un ciervo de piedra a beber en la fuente.
Huele su piel a azufre, a aire marino, a yedra.
Se yergue suntuoso como un rosal, es ciego
y suenan sus pezuñas de plata en cada losa.
Mil veces lo han herido de muerte por los bosques
y otras tantas lo han visto desde las celosías
inclinar en la fuente su cabeza sonámbula.
Qué angustia recordarme sin balcón en la noche,
sin navío de piedra surcando las higueras,
el maíz primitivo, los paganos cipreses.
Guardaré todo el sueño, la belleza en huida
y seguirán las rosas de herrumbre tan lozanas
floreciendo en las verjas como negros halcones.
Sí, volverá el milagro de la lluvia otra noche
con el son enlutado, hondo, de la vihuela,
con las yeguas en celo piafando en las cuadras,
con el bello ajimez prieto de ruiseñores.
Guardaré, maga amiga de sienes de violeta,
el sabor de tus labios hechizados a muerte.

(Fantasía y fuga en Santillana del Mar. De Truenos y flautas en un templo) 

sepulcro_en_tarquinia_colinas_alcainsSe abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines,
la noche sumergió pechos y rosas,
noche de madurez envuelta en nieve
después del sueño lento del otoño,
después del largo sorbo del otoño,
después del huracán de las estrellas,
del otoño con árboles de oro,
con torres incendiadas y columnas,
con los muros cubiertos de rosales
tardíos.
Y tú en aquel tranvía salpicado
a la orilla del agua por las barcas,
por las luces y el viento, por las luces
y el viento y los faroles y los remos,
aquel rostro otoñal que no vería
nunca más, amor mío, nunca más,
detrás de los cristales del tranvía
con un sueño de potros en los ojos,
con un hato de ciervos en los ojos,
con un nido de tigres en los ojos,
y con la bruma de los cementerios,
y con los hierros de los cementerios,
y con las nubes rojas allá arriba
(encima de cipreses y aves muertas
del tomillo y los búcaros fragantes)
de los cementerios
navegando en tus ojos.

Se abrieron las cancelas a la noche,
salieron los caballos a la noche,
se agitaron las zarzas del recuerdo,
pasó un desierto (el mar) por mi recuerdo…

(Sepulcro en Tarquinia) 

 

La infancia, su tiempo y su geografía, percibida siempre como paraíso perdido y añorado.

Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón.
No pasará otra onda rumorosa del río,
no quedará este chopo envuelto en fuego verde,
no cantará otra vez el pájaro en su rama,
sin que deje en el aire todo el amor que siento.
Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano
la nieve de las cumbres, planto sueños hermosos…
Y, entre tanta hermosura, rebosa el río, corre,
relumbra entre los troncos, abre su cuerpo al sol,
sus brazos cristalinos, sus gargantas sonoras.
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, miro arder todas las tardes
las copas de los álamos, el perfil de los montes,
cada piedra minúscula, enjoyada del río,
del dios río que llena de frutos nuestros pechos.
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón.

(Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz…) 

Hoy que es invierno miro hacia el pasado,
penetro en aquel bosque de mis sueños,
de mi niñez perdida y asombrada.
Ahora que tengo el corazón cautivo
vuelven mis pasos a sentir las hojas
agrias, humedecidas sobre el musgo
y, en un rincón secreto, entre los troncos,
aparece la luz de la cabaña.
En aquel corazón, en aquel nido
cálido por la paja y el adobe,
tejí sueños hermosos, horas puras.

(Bosque de los sueños. De Preludios a una noche total)

Vamos hacia el techo de las montañas,
a las praderas del cielo
vuelven las vacas más hambrientas que al alba,
helados sus hocicos, helados van los mocos
del zagal, mas se siente
un dios viendo abajo la noche
donde humean los techos de pizarra, las cuadras
aún aquí lame el sol gramíneas arrasadas,
raíces negras, urces, zarzas indomables,
son de cadmio las piedras, la soledad espanta,
sienten temor los burros subiendo más arriba
(qué horrorosa la idea de volver derrotados)
lame, sol, lame láminas de cielo tu miel,
pues no puedes ya entrar por los valles,
robar la niebla al lago muerto,
suspender el paseo de la loba

(hombres duermen abajo
sobre la hoz y el heno, tenebrosa
noche de los cubiles, ¿comerían
los cerdos a aquel niño? no sé si la mujer
herviría la leche, rebosaban
los jarros de manteca,
la ermita aparecía roída por los rayos)
aquí el olor a estrella, olor a nube, a flores
(flores así no brotan en cien años)
subimos, acaricia el mar de lomas,
estos prados, su verdeoscuro turbulento,
la pana remendada de los montes,
¿qué nos dicen los cascos, los relinchos?

sin paz, sin sueño, pero sin dolores,
luchamos con la altura,
nuestro hambre es celeste,
se nos quedan los ojos allá arriba,
en esa línea de las cresterías
tallada a diamante…

(Laderas de Peña Trevinca. De Sepulcro en Tarquimia)

Poeta de la estética y la meditación, de retorno al humanismo Colinas tiene también querencia por la tradición que, con hondo lirismo y un marcado halo místico, remonta a la Antigüedad Clásica, al Renacimiento y al Romanticismo.

Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces, he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serrallos azules de Estambul.

(Giacomo Casanova acepta el cargo de bibliotecario que le ofrece,
en bohemia, el Conde de Waldstein.
De Sepulcro en Tarquinia)

antonio_colinas_obra_completa_siruelaMientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe
que en el norte de Hispania alguien manda grabar
en piedra un verso suyo esperando la muerte.
Este es un legionario que, en un alba nevada,
ve alzarse un sol de hierro entre los encinares.
Sopla un cierzo que apesta a carne corrompida,
a cuerno requemado, a humeantes escorias
de oro en las que escarban con sus lanzas los bárbaros,
Un silencio más blanco que la nieve, el aliento
helado de las bocas de los caballos muertos,
caen sobre su esqueleto como petrificado.
Oh dioses, qué locura me trajo hasta estos montes
a morir y qué inútil mi escudo y mi espada
contra este amanecer de hogueras y de lobos.
En la villa de Cumas un aroma de azahar
madurará en la boca de una noche azulada
y mis seres queridos pisarán ya la yerba
segada o nadarán en playas con estrellas.

Sueña el sur el soldado y, en el sur, el poeta
sueña un sur más lejano; mas ambos sólo sueñan
en brazos de la muerte la vida que soñaron.
No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo,
que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria.
Oh dioses, cómo odio la guerra mientras siento
gotear en la nieve mi sangre enamorada.

Al fin cae la cabeza hacia un lado y sus ojos
se clavan en los ojos de otro herido que escucha:
Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio.

(Canto X de Noche más allá de la noche)

Hace ya mucho tiempo que habito este palacio.
Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses.
Dicen que baña el sol de oro las columnas,
las corazas color de tortuga, las flores.
Soy dueño de un violín y de algunos harapos.
Cuento historias de muerte y todos me abandonan.
Iglesias y palacios, los bosques, los poblados,
son míos, los vacía mi música que inflama.
Salí del mar. Un hombre me ahogó cuando era niño.
Mis ojos los comió un bello pez azul
y en mis cuencas vacías habitan escorpiones.
Un día quise ahorcarme de un espeso manzano.
Otro día me até una víbora al cuello.
Pero siempre termino dormido entre las flores,
beodo entre las flores, ahogado por la música
que desgrana el violín que tengo entre mis brazos.
Soy como un ave extraña que aletea entre rosas.
Mi amigo es el rocío. Me gusta echar al lago
diamantes, topacios, las cosas de los hombres.
A veces, mientras lloro, algún niño se acerca
y me besa en las llagas, me roba el corazón.

(Escalinata de Palacio, de Truenos y flautas en un templo)

Sobre los temas recurrentes en su poética, –la naturaleza, el tiempo, la muerte, lo sagrado, lo desconocido–, lugar destacado para el amor, ya sea el que se consuma, ya sea el que nos consume.

Créeme, no es piedad lo que siento por ti,
ahora que estoy lejos, sino un recuerdo herido.
Por ti y por el camino cegado por el bosque
que no pude seguir aquella noche joven,
perfumada y abierta como el cuerpo de un pino.
No es piedad, sino una sensación de fracaso,
de suave y entrañable dolor que nunca cesa.
Fuiste buena conmigo en mis días de entonces:
me diste cuanto soy, este veneno dulce
que me impulsa a luchar contra el mar, contra el tiempo
y contra el mismo amor de los que bien me quieren.
No es piedad, aún te busco en la noche perfecta,
deseoso, sediento de tus colores ácidos,
de tus estrellas frías, de tus ramas y ríos
helados tras los cielos del más hermoso invierno.
Te lo digo dolido y con los ojos húmedos,
aunque la mente esté segura, serenada:
no te pude tener más cerca, pues mis labios
llegaron a rozar tus nieves, tu horizonte.
No es piedad, créeme; sólo sé que una tarde
avanzada, profunda, descendí de aquel monte
puro y purificado como un fuego de junio.
Creí volver a ti definitivamente
y me encontré el camino cegado por el bosque.

(El camino cegado por el bosque, de Astrolabio)

 

Precisamente ahora que no sé qué decir,
que no sé que decirte,
quiero ponerte aquí,
al lado de los días de la isla,
al lado de estas páginas
que escribí con la luz.

Aquí quiero dejar, sencillamente,
unas pocas palabras circundando tu nombre,
envolviendo tu nombre
y tu luz
con la luz.

(Precisamente ahora que no sé que decir. Para Clara)

Una mujer y un hombre arden en su silencio.
¿Qué hacemos tú y yo
aquí, en esta penumbra?

(Con el dios escondido. De Tiempo y abismo)

Y la poesía concebida como una forma de vida, como un todo: “Nada se cierra, y menos la esperanza –ha escrito recientemente el autor–, para el que desea ir, como el poeta con su palabra, siempre más allá. Me refiero a que quizá, los límites de la vida de un poeta no se cierran con su silencio sino que, a través de los poemas escritos, queda para el lector y para el mundo una esperanza abierta; modestamente siempre, pues no ignoro la carga de dificultades que entraña nuestro tiempo, la complejidad de ejercer hoy la poesía no como una labor meramente intelectual sino asumiéndola desde la vida. Poesía y vida han ido para mí siempre entrañablemente fundidas”.

Perdonad si no he dado a las palabras
ese sentido que me reprocháis;
disculpadme si sólo
he ido recogiendo palabras en mi vida
como piedras de los caminos,
como leña en los montes;
disculpad si ofrecí mis sentimientos
sin máscaras y fui mucho más fiel
a las palabras vivas que a las muertas,
si no puse coronas a lejanos difuntos,
si no desmenucé, sajé, sangré
sus palabras, cuando ellos eran ya
cadáveres gloriosos.

Vivo estoy aún y vivo estaré
en las palabras claras
que he hallado como piedras de un camino,
como leña en los montes.
Yo sólo he tenido que encontrarlas
entre zarzas y espinos.
Con ellas pude dar sentido a mi vida.
Eso es, eso ha sido lo importante.
No tuve por misión utilizar palabras
como piezas de museo, como medallas que rinden,
como navajas que hieren.

Perdonadme si, milagrosamente,
Me encontré esas palabras
con las que un día habré de dar vida a los otros,
muerte y vida a mí mismo.

(El poeta da razón de su palabra. De Tiempo y abismo)

Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.
Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad, y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.

Y su fuego
me vaya deshaciendo como llama
de vela: despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.

(Letanía del ciego que ve. De Tiempo y abismo)

 

 

Vida y obra antonio-colinas-02Esencialmente poeta, pero también ensayista, biógrafo, periodista y novelista, Antonio Colinas nació en La Bañeza, León, en 1946.

En Madrid cursó estudios de ingeniería en la Escuela de Agrónomos y de historia. Posteriormente, entre 1970 y 1974,  fue lector de español en las universidades de Milán y Bérgamo, donde realizó traducciones, de muy alta calidad, de autores italianos como Leopardi, Lampedusa, Quasimodo y Pasolini

Entre sus referentes cita a Vicente Aleixandre, “que tuvo la paciencia de leerme y aconsejarme”, y a María Zambrano, “cuyo pensamiento ha quedado profundamente marcado en el mío”.

Ha publicado con asiduidad en diarios como El País, ABC y El Mundo y en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos y Revista de Occidente.

Su labor poética comprende una veintena de libros que recientemente han sido compilados por la editorial Siruela. Es autor, además, de cinco novelas y quince libros de ensayo.

Su obra ha sido reconocida con el Premio de la Crítica en 1975, el Premio Nacional de Literatura en 1982, la Mención Especial del Premio Internacional Jovellanos de Ensayo en 1996, el premio de Las Letras de Castilla y León en 1998, el Premio Internacional Carlo Betocchi en 1999 y el Premio de la Academia de Poesía de Castilla y León en 2001 y, entre otros, el Premio Nacional de Traducción, concedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, por su traducción de la Poesía Completa de Salvatore Quasimodo [1] en 2005.

Además de en León, en Madrid y en Italia, ha vivido en Ibiza. Actualmente reside en Salamanca.