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La sonrisa de Eugenio Trías

Amigo de la desafección hasta la médula, porque tuvo siempre a la humildad como aliada, y hasta la médula enemigo de comparaciones y corsés, tuvo que soportar hasta el último de sus días el ser considerado como el más importante pensador español nacido tras la estela de Ortega y Gasset.

Espiritualidad

Los expertos de fuera venían a decir lo mismo y como, también en filosofía, el movimiento se demuestra haciendo, en 1995 pudo añadir a su currículum el reconocimiento al conjunto de su obra a través del Premio Internacional Friedrich Nietzsche, que para casi todos viene a ser el Nobel de la filosofía.

Larga es su obra y su pensamiento en ámbitos tan diversos como el arte, la política, el amor, la pasión, el cine, la ética, la escritura, el sentimiento religioso, la historia o la música.

«En tanto que verdadero arte, la música posee esa disposición que hace de ella vehículo entre el mundo inteligible y el sensible, puesto que siempre es proclive a enriquecer la espiritualidad con una intensidad que ninguna otra forma de expresión humana posee», dejó escrito, como escribió también que la espiritualidad es una necesidad y una exigencia. «La filosofía se enfrenta a enigmas como el dolor y el misterio de nacer y morir».

Respuestas

Sobre cada uno de esos campos buscó respuestas y nos ayudó a pensar con clarividencia y, sobre todo, con libertad. Sus más de treinta libros constituyen una profunda reflexión sobre la condición humana y sobre el papel del hombre como habitante del límite.

Sin embargo, la honda y trascendente dimensión de su trabajo nunca le borraron esa sonrisa que ha quedado grabada en quienes le conocieron. «Dicen que sonrío mucho –ironizó con motivo de la presentación de La imaginación sonora–, uno de sus últimos textos, debe de ser así aunque no soy consciente de tener tan buena cara».

Acaso ahora, cuando medite desde el difuso lado no material de las cosas, –en el supuesto de que ese ámbito inmaterial exista y sea–, Eugenio Trías ya por encima de las miserias humanas contemple nuestras flaquezas y, desde la ternura y la inteligencia, entre socarrón y condoliente, sonría; nos siga sonriendo.