Fue durante su exilio en México cuando, lejos de los museos de Europa pero rodeado de reproducciones de los cuadros que apreciaba, decidió hacer honor a unas obras que consideraba, más que testimonios históricos, plenamente vivas, pues años después de su alumbramiento siguen conmoviendo al que las contempla.
Este homenaje a la pintura no se limitó a una escuela o cultura determinadas, pues cita a pintores chinos o japoneses junto a españoles, holandeses o italianos, observando más allá de su apariencia formal, su sustancia pictórica.
Vida consagrada a la pintura
Ramón Gaya dejó la escuela a los diez años para consagrase por entero a la pintura, con el respaldo de su padre, aconsejado por los pintores murcianos Flores y Garay. En 1928, consiguió una beca para viajar a París, donde la ilusión de encontrarse con las vanguardias sólo fue comparable con la decepción que le produjeron al tropezárselas de cerca, lo que hizo que volviera sus ojos hacia el Louvre y, sobre todo, hacia El Prado, "su" museo, donde encontró a quienes iban a ser sus referencias pictóricas y sus maestros a lo largo de setenta años: Tiziano, Rembrandt, Velázquez, Rubens, y todos aquellos que de una manera natural han ido conformando su universo pictórico y con los que estableció un diálogo que no se interrumpiría con los años.
A su vuelta a España, Gaya se instaló definitivamente en Madrid en 1933 y participó en las Misiones Pedagógicas, recorriendo España acompañando a Rafael Dieste, Luis Cernuda y Antonio Sánchez Barbudo. Tras el estallido de la guerra se mantuvo leal a la República y colaboró en la revista valenciana Hora de España, junto a Antonio Machado, el propio Dieste, Gil-Albert, María Zambrano, Bergamín o Luis Cernuda.
Al final de la guerra, marchó a México, donde permaneció catorce años. El alejamiento de los museos europeos, de la obra de los maestros de la pintura, fue el origen de sus homenajes a Tiziano, Picasso, Velásquez, Van Gogh, Rembrandt, Hokusai, etc. que dieron lugar a muchas de sus pinturas.
Tanto por sus ideas sobre la pintura moderna y las vanguardias, como por su carácter, dedicado a su trabajo silencioso, le convirtieron en "uno de los más hondos y solitarios (artistas) que ha dado España a lo largo del siglo", y en uno de los más inconfundibles y originales.
En Roma
En 1956 se trasladó a Roma, donde siguió con su vida solitaria y apartada, apenas se relacionaba con otra exilada española como María Zambrano o con el escultor Giacomo Manzú y la escritora Elena Croce.
Tras un primer regreso a España en 1960, suele prolongar sus estancias en Barcelona y, posteriormente, en Valencia, donde instaló su estudio en 1974, época en la que escribió y publicó sus dos libros más importantes, El sentimiento de la pintura (1960) y Velázquez, pájaro solitario (1969), y presentó una exposición en Madrid en 1978 que se consideró su presentación en España.
A partir de 1984, vivió en Madrid, pero con constantes desplazamientos a París, Roma, Valencia y Murcia, ciudad en la que se inauguró en 1990 el museo [1] que lleva su nombre. El IVAM le dedicó una amplia exposición en el año 2000.
Con motivo de la exposición, coorganizada por la Sociedad Estatal de
Conmemoraciones Culturales
(SECC) y patrocinada por CajaMurcia, se ha editado un catálogo que
reproduce las obras expuestas y contiene textos sobre la vida y la obra
de Ramón Gaya de Andrés Trapiello, Pascual Masiá, Consuelo Císcar y
poemas de Enrique de Rivas, Alex Susana, Carlos Marzal, José Rubio
Fresneda, Eloy Sánchez Rosillo, Vicente Gallego, Francisco Brines y
Tomás Segovia.
Valencia. Ramón Gaya. Homenaje a la pintura. IVAM [2].
Del 10 de junio al 5 de septiembre de 2010.
Comisario: Pascual Masiá.