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El anuncio

Hace una semana que leí el anuncio en una de esas revistas baratas. “Si usted no se atreve, nosotros sí”. Me pregunté al leerlo si se referiría a la clase de atrevimiento que yo necesitaba: acabar con mi vida. Entonces sentía como si ya no me perteneciera, tantos eran los golpes que me había llevado. Y no porque estuviera solo; ya me había acostumbrado a estarlo desde que Elena me abandonó, hacía cosa de dos años, para casarse con un compañero de la oficina; tampoco porque después me hubiera visto obligado a dejar el trabajo; era simplemente que no me quedaban ganas; ganas de disfrutar, ganas de reír, ganas de sentir cómo el aire entra a paso monótono en mis pulmones; en definitiva, ganas de vivir.

Antes de leer el anuncio, llevaba ya tiempo intentando acabar con todo. Creedme que no es tan fácil. Primero traté de pensar cuál podía ser la manera, por decirlo así, idónea, y llegué a la conclusión de que si bien uno no puede llegar a saber a priori cuál va a ser el medio menos doloroso, si puede imaginar que a mayor rapidez menor dolor. Así, descarté todo lo que conduciría a una agonía más o menos lenta, como el gas. Me llegué a imaginar tirado en medio de la cocina respirando cada vez peor y preguntándome dónde estaría el límite… no; definitivamente no quería nada de eso.

A medida que fueron pasando los días comprobé que lo que jamás se me habría ocurrido es que enfrentarse a la muerte­, aún sin pizca de miedo, aun deseándola, pudiese ser un acto de valor; que, aunque la resignación llevase sin remedio al suicidio, éste exigiese una particular clase de coraje desesperado. La voluntad de querer acabar con la propia voluntad; la resolución de la paradoja habría de llevar al cortocircuito de mis propios actos.

Y eso fue lo que pasó. Durante varias semanas lo más que acabé es al pie del precipicio, al borde del andén, colgado del puente, con el arma en la mano, con el veneno fulminante en el sobre a medio abrir…

Así que cuando leí aquel anuncio me empezó a correr un hormigueo por todo el cuerpo; se abría una posibilidad que no había contemplado hasta entonces. Y si… el eslogan dejaba demasiado espacio a la interpretación. “Si usted no se atreve, nosotros sí”. De todas maneras, pensé, nada se perdía con intentarlo, con llamar al teléfono que acompañaba al anuncio; fuera lo que fuera se trataría en todo caso de un ofrecimiento extraordinario. Al fin llamé y una voz confirmó mis sospechas. Había llamado al sitio indicado.

Me sorprendió la inexpresividad de la voz con la que hablé. A un lado del auricular mi voluntad quebrándose a sí misma, y al otro esa voz fría, maquinal. Después pensé que podrían estar utilizando algún tipo de manipulación de la voz que yo desconocía. Me dieron una dirección a la que tenía que ir al día siguiente.

Esa misma noche llegué a pensar por un momento que era una locura dejar mi muerte en manos de extraños, pero, por la mañana, con las primeras luces del día, comprobé que mi determinación seguía intacta.

El lugar acordado resultó ser un bar de esos que tienen billares; mientras me acercaba a la barra traté de observar a algunos tipos que había por allí, imaginando cuál sería mi verdugo. A uno de los camareros le di el nombre que me habían dado por teléfono; me miró a los ojos y me señaló con la cabeza una puerta, al lado de otra que daba al servicio. Pasada la puerta me saludó fríamente un tipo gordo que sonreía en amarillo. Al principio me extrañó que apareciese así, a cara descubierta, pero pronto pensé que eso no tenía importancia dada la naturaleza del encargo. Su voz no era la que yo había oído por teléfono. Os puedo asegurar que no era una situación cómoda; a mi propia timidez se le fue sumando el pudor de la petición que allí me había llevado. Por unos momentos sentí cierto tono de desprecio en la voz de aquel hombre. No sé…

Acordamos el precio, y yo puse mis condiciones acerca del medio a emplear. “Rápido y definitivo”, fueron mis palabras. Me dijo que el asunto se resolvería en una semana. ¿No podría ser antes?, le dije. Explicó algo acerca de que hay que calcular muy bien los riesgos, de dar con el momento adecuado. “No crea, si las cosas no se hacen bien podría traernos muchos problemas”. Pensé que esos problemas posteriores a mí me importarían más bien poco, pero no tuve el valor de decírselo.

Al salir del bar, durante el camino a casa, fui pensando en cómo podrían hacerlo, cómo acabarían con todo. Mi destino dejaba de ser algo presentido y eso empezó a aparcar mi curiosidad hasta que mi paso se hizo cada vez más lento…

A medida que fue pasando la semana, me iba sintiendo más tranquilo, y mi convicción era más firme si cabe. Hasta que llegó el sexto día y la conocí a ella.

Esa noche había salido a beber; no porque pensase que era la última noche, sino porque era una más de las rutinas a las que no podía escaparme desde hacía dos años. Entré en el lugar de costumbre a la hora de costumbre. Una voz amable de mujer me sacó de mis pensamientos para preguntarme algo acerca de la carta de bebidas. Respondí con cierta amabilidad también, y pronto entablamos una conversación. Hacía realmente mucho tiempo que no mantenía una conversación como esa. Una cosa iba llevando a la otra, y a medida que pasaba el tiempo se iba esbozando en mi cara un atavismo ya olvidado: mi propia sonrisa.

Cambiamos ese bar por otro bar, ese otro bar por un café, ese café por un pub y ese pub por mi casa.

Habíamos bebido mucho y yo estaba desinhibido y extrañamente excitado. Digo extrañamente, porque mi cuerpo segregaba enzimas de las que ya no recordaba su existencia.

Ya en mi cama, su cuerpo lleno de vida transmitió al mío la vida que yo no había querido. Después de hacer el amor, nos quedamos un rato con las piernas entrelazadas y todo el cuerpo sudoroso. Mi sudor caliente se enfrió casi de golpe con el recuerdo de lo que me esperaba. Pensé que tenía que anular mi propio encargo antes de que fuese demasiado tarde; necesitaba tiempo para estar con ella, tiempo para los dos; podría hacer con ella los planes que con Elena quedaron pendientes; es más podría elaborar nuevos planes, algo que abriese para siempre las ventanas del engaño vivido.

Salté de la cama con la excusa ir al baño. Pronto amanecería el séptimo día y podía ser el último…

Busqué el recorte de la revista, marqué el teléfono y esperé que alguien lo descolgara. Nadie lo hizo; a cambio saltó un buzón de voz, donde la voz grabada de una operadora de la compañía telefónica me instaba a dejar un mensaje…

Dudé por unos instantes hasta que, por fin, me decido a hablar: “¡Soy Jorge Lastre; por favor, anuladlo todo; por favor, quedaros con el dinero, pero olvidadlo todo. Os pagaré más si hace falta. Repito, ya no os necesito!”

Volví a la cama con ella, que ya estaba dormida, y me quedé pegado a su cuerpo desnudo, disfrutando de ese roce furtivo que tanto había echado de menos. Todos mis sentidos estaban en alerta y me sobresaltaba el menor ruido. Pensé que la noche estaba más llena de chasquidos y de crujidos de lo que nunca había podido imaginar. Seguí llamando al teléfono y siempre saltaba el maldito buzón.

Estuve despierto hasta que ella se despertó. No tenía muchas cosas para desayunar, así que se ofreció a bajar a una panadería que, le expliqué, había a dos calles de distancia, en dirección al centro; hubiese bajado yo mismo, pero no me atrevía a pisar la calle antes de contactar con mis ejecutores. Pensé que, si no los localizaba, tendría que ir al bar de los billares esa misma mañana. Quizá llamando a un taxi…

Mientras se calienta el café, saco el teléfono del bolsillo de mi albornoz. Antes de marcar número alguno, puedo oír unos pasos que provienen del pasillo y se acercan a la cocina. Seguramente ella ha dejado la puerta de la calle entreabierta. Los pasos se detienen; la puerta de la cocina queda a mis espaldas y antes de girarme deseo con toda el alma que sea ella.

Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.

Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021

Cierre: 7 de julio de 2021

Fallo: 6 de agosto de 2021

Acto de entrega: 21 de agosto de 2021