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El cuento breve y la figura del maestro

Por su parte, el cuento escrito ha cubierto de imaginación la historia desde los lejanos tiempos de Gilgamesh, Sinuhé, La Reina de Saba o ElPobre hombre de Nippur (antecedente de las historias de Las mil y una noches) hasta nuestros días. El cuento ha llenado de historias la geografía toda: desde Laponia a África del Sur, desde China y Japón a Alaska y América del Sur, desde España a Cuba y México. Se trata del género emigrante por excelencia, capaz de infiltrarse a través de los territorios lingüísticos más dispares para sacar a la luz las «realidades invisibles» del autor o personaje, pero también para hacer sentir al lector como cómplice necesario de quien lo escribe.

Se asume que el paso decisivo del cuento tradicional, mayoritariamente de origen popular, o de sus recreaciones (“quien cuenta un cuento, cuenta cien”), al cuento literario original se produjo con Edgar Allan Poe, que es quien proporciona la fórmula compositiva del cuento moderno: intensidad, brevedad y efecto único, dejando un consejo a los aspirantes a cuentistas: «todo cuento debe escribirse para el último párrafo o acaso para la última línea». Luego, Anton Chejov, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Ernest Hemingway, entre otros, señalaron el camino (o los caminos) para que el cuento tuviera la fuerza de lo que no se dice y de todo lo que dice el silencio, para contener todo aquello que queda en los márgenes… Y, así, hasta llegar a los grandes narradores de nuestro tiempo, como la premio Nobel Alice Munro.

El cuento ocupa un espacio específico como género literario y encuentra su lugar al poder contar, sugerir o evocar en un relato breve tanto o más que una novela de quinientas páginas, aunque solo retrate un momento, una escena suelta, aunque solo describa una fotografía, un instante en la vida. El cuento no exige contar qué han hecho, qué hacen o qué harán sus personajes; a un buen escritor de cuentos le bastará con contar qué hacen para que el lector pueda intuir qué han hecho o imaginar qué harán. Sin embargo, la cosa se complica (¿o, en realidad, se enriquece?) en nuestros días, porque han aparecido nuevas formas narrativas, como el microrrelato o el relato hiperbreve, y parece como si se tratara de imitar el desarrollo de la Física cuántica, buscando unidades cada vez más reducidas hasta llegar al cuento-frase o “fotón literario”, la unidad más pequeña con la que es posible contar (“iluminar”) algo.

Hemos dejado atrás aquel largo tiempo en el que, cuando se ponía el sol, la gente en lugar de «ver lo que echan en la tele” se sentaban bajo la luz de la luna, al fresco de la noche o al calor de la lumbre, para contar historias. Más lejana queda aún la época en la que los abuelos de nuestros abuelos se reunían en plazas y mercados alrededor de un juglar o de un actor que recitaba historias compuestas o recompuestas en los pliegos que llevaban en sus alforjas durante sus caminatas de un lugar a otro.

Los cuentos se han contado siempre: de padres a hijos en las esperas del sueño, los visitantes a los enfermos durante las convalecencias, los curas -como Gonzalo de Berceo- a sus feligreses, los tertulianos de rebotica entre ellos…, y muchos médicos han convertido las historias clínicas de sus pacientes en verdaderos cuentos. Por su parte, los maestros nunca han dejado de contar cuentos a sus alumnos, como hacía aquel don Gregorio del que nos habla Manolo Rivas que, en la larga espera de un microscopio por llegar a la escuela para poder ver la lengua de las mariposas, les hablaba a los niños de ella con palabras tan entusiastas que tenían el efecto de unas poderosas lentes para ver la naturaleza insospechada de las cosas. En este caso, observar la trompa enroscada del lepidóptero como un resorte de reloj, que, al extenderse, parecía la punta de la lengua de un niño alargada hasta la yema de sus dedos en el momento de tocar un dulce.

A lo largo del último siglo, hemos vaciado los campos y llenado las ciudades, hemos atravesado la época del cine, la radio y la televisión, hemos reducido el mundo a un viaje de unas pocas horas en avión o en tren de alta velocidad y acabamos de llegar al tiempo de la cibernética, las redes sociales y el metaverso. Hay quienes en este alboroto oyen repicar campanas de réquiem por el cuento y la propia narrativa en general, pero no, rotundamente no es así, y no será así, salvo para los cenizos que no ven más allá que el horizonte del cenicero.

Como afirmaba Juan Carlos Onetti, «siempre sobrevivirá en algún lugar de la Tierra una persona distraída que dedique más horas al ensueño que al sueño o al trabajo y que no tenga otro remedio para no perecer como ser humano que el de inventar y contar historias», historias tan interesantes como las que nos han contado los ganadores de esta tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves FGR…, como también otros cuentos finalistas que merecerían haber sido igualmente premiados.           

Los maestros de la Axarquía

Sin duda, Francisco González Ruiz pertenece a esa estirpe de buenos maestros, tanto en el buen sentido de la palabra bueno como en el magistral sentido de la palabra maestro, que ha parido la tierra de la Axarquía almeriense desde los tiempos de Ibn al-Fajjar al-Bayri, reconocido «maestro de la comunidad», hasta nuestros días, en los que Francisco Baraza dirige con mano maestra (valga aquí la redundancia) en Mojácar un colegio donde conviven en tolerancia niños y niñas de treinta nacionalidades distintas, pasando por los excelentes maestros y maestras salidos de la familia Siles-Artés.  Francisco González Ruiz aprendió del gramático andalusí que el papel de un maestro no es alimentar convicciones, sino sembrar dudas, abrir la mente a sus alumnos para que alimenten los yullanares de su inteligencia y den los mejores frutos. Como «el hijo del alfarero», instruía a sus alumnos acerca de gramáticas y personas, les enseñaba el ajuste del cuento, a echar cuentas sin tener a mano calculadora alguna y a contar las historias que construyen la historia.

Siguiendo al sabio mojaquero, Francisco trataba de modelar a sus alumnos, enseñándoles el verbo «con-jugar» para conjugar los demás verbos: “Con-jugar es tratar de alejarse de la primera persona del singular para acercarse a las demás personas del verbo: jugando con el ,llegas al otro; con él,juegas al eco; nosotros, evita que juegues en solitario; vosotros, permite jugar cuando tú no estás, y ellos, a veces resultan lejanos, siendo tan cercanos». También les enseñaba que «el atributo debe seguir al verbo en la oración como el amante sigue a la amada», un aprendizaje acaso tomado de las cuentas del maravilloso Collar de la paloma.

También al territorio de la Axarquía almeriense (no en vano pasó la infancia en su particular paraíso de Rodalquilar) pertenece Carmen de Burgos (Colombine), ateneísta, cuentista y maestra. En las ediciones anteriores del Premio, se ha tratado de rendir homenaje a personajes tan singulares como Louis Germain, el entrañable maestro recordado por Albert Camus a la hora de recibir el Premio Nobel de Literatura, o a ese otro don Francisco, el maestro de Emilio Lledó, del que nos cuenta el filósofo que pedía “sugerencias de la lectura” a sus alumnos, tras leer un breve texto literario, o al propio Lledó que, en más de una ocasión, ha confesado: “Me gustaría ser maestro de escuela y enseñar a los niños a mirar una naranja…, a mirar el mundo”.

En esta ocasión, queremos hacer lo propio con la escritora y pedagoga almeriense que, del mismo modo que los personajes antes referidos, supo utilizar la literatura como una de las más valiosas herramientas de su magisterio. Como maestra elemental y como maestra superior, Carmen de Burgos recorrió todos los niveles docentes, desde la enseñanza a las niñas más pequeñas en un colegio de Almería hasta la de los aspirantes a maestros en las Escuelas Normales del Magisterio de Guadalajara, Toledo y Madrid, pasando por la docencia a personas sordomudas y ciegas o a los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios. Sus ideas pedagógicas estuvieron en la línea de las propuestas educativas de la Institución Libre de Enseñanza, pero también de sus propios análisis personales acerca de las mejoras conseguidas por los países europeos por los que había viajado (Francia, Italia, Suiza…) como comisionada para observar sus costumbres y planes de estudio durante la primera década del siglo XX.

Carmen trató afanosamente de concienciar a la sociedad de su tiempo en relación a la igualdad de oportunidades de las mujeres en todos los niveles educativos, así como en el fomento de la coeducación, la higiene y la tolerancia como pilares básicos: “Es necesario que la escuela tenga una tendencia marcadamente educativa, atendiendo no solamente a la instrucción, sino también al desarrollo físico, a la educación del sentimiento y la formación del carácter, por medio de la gimnasia, juegos corporales, hábitos de higiene y limpieza, excursiones y contemplación de obras artísticas, y que se alternen las enseñanzas prácticas con las científicas».

No me voy a detener en la trayectoria literaria de Carmen de Burgos. Tan solo decir que no hace mucho oí decir a Mario Vargas Llosa que la literatura surgió de los cuentistas y lo hizo para dar a los seres humanos aquello que la vida real es incapaz de darles, y para hacerlos más lúcidos.

Pues bien, los cuentos de Colombine, felizmente recuperados tras el olvido al que fueron sometidos durante ese tiempo de vida amputada de nuestro siglo XX, han contribuido a la mayor lucidez de sus lectores. Sin duda, porque poseyó la virtud de los mejores cuentacuentos: la de ser una buena ventanera, es decir, alguien que supo abrir las ventanas para escuchar el murmullo de la vida cotidiana.

La ficción ocupa ese espacio que existe entre la vida real y los deseos y fantasías de cada uno de nosotros, que exigen que la vida sea más rica y diversa, facilitando el “milagro” de que, siendo uno nuestro existir, pueda ser de mil maneras distintas. Lo que hace la ficción es transformar en palabras los hechos vividos, soñados o imaginados, y, en este sentido, el cuento breve es el modo más simple que nos acerca a las múltiples posibilidades de desarrollo de la ficción en la mente humana.

Es lo que han demostrado los autores de los cuentos seleccionados que, semana tras semana, han ido apareciendo en el mágico balcón de hoyesarte.com durante el tiempo de esta tercera edición del Premio. Y, muy especialmente, los escritores premiados, cuyos cuentos lo han sido por tener unos la gracia y la agudeza en lo que encierran y otros, por ser gustosos en el modo de contarlos, según el consejo cervantino.


Nota: Conferencia pronunciada por José González Núñez en el acto de entrega del III Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, celebrado en el Ateneo de Madrid el pasado 29 de noviembre [1].