No lo sé con seguridad porque no los miro, hago como si no estuvieran. Ellos creen que yo estoy trabajando en mi ordenador, pero en realidad estoy escribiendo sobre ellos. Miro la parte superior derecha de la pantalla de mi portátil y ahí está la hora, ya llevo cinco minutos, ahora camino de seis, viendo a esas pequeñas personitas. Les lanzo miradas rápidas, para que no me vean cuando les miro. También finjo frotarme los ojos pero en realidad solo los tapo con las manos y entre los dedos dejo pequeñas aberturas para poder mirarles con un poco más de calma y detenimiento.
Les oigo susurrar pero no distingo lo que dicen. Quizá estén hablando en un tono normal para ellos pero como para mí son minúsculos sólo oigo pequeños seseos y algún golpe de tos que le da a uno de ellos, todavía no sé a quién.
Mi despertador acaba de sonar. Sigue sonando. En realidad debería haber seguido durmiendo o tirado en la cama hasta escuchar el pitido que ahora escucho, pero dar vueltas entre las sábanas me pone enfermo. Creo que debería apagarlo, se está creando algo de revuelo entre los hombrecillos. Enseguida vuelvo. Ya he vuelto. Acabo de volver a sentarme en mi silla tras haber apagado el despertador. Ni una sigilosa mirada he lanzado al corrillo de los minusculillos, los llamaré así. El murmullo que había empezado a escuchar cuando el continuo pitido había irrumpido en mi habitación ya ha cesado. Espera. No entiendo nada.
Veo por el rabillo del ojo cómo un minusculillo se está levantando. Ya está de pie. Se está acercando a la parte derecha de mi ordenador, creo que intenta decirme algo pero yo noquiero mirarle. Ha saltado y se ha intentado agarrar al borde del ordenador pero se ha resbalado y ha caído. Está tramando algo, se le ve con ganas de conseguir lo que tiene en mente. Voy a coger un bolígrafo y voy a tirarlo al suelo para poder ver desde otro ángulo qué está haciendo, enseguida lo escribiré. Ya lo he hecho. Ya sé qué está haciendo. Está trepando por el borde de mi portátil. Ha metido un pie en el hueco del USB y ya casi está sobre mi teclado. Espero que no sepa leer porque si lee lo que estoy escribiendo estaré perdido.
Está sobre mi teclado, se está poniendo en pie. Se está paseando entre las teclas, es tan minúsculo que ni siquiera tiene fuerza para apretar una tecla. Se ha posado sobre la tecla del número ocho, ahora no podré escribir ese número, sólo podré hacerlo en letra. Está paseándose sobre la tecla. No mira la pantalla, solo me mira a mí, pero yo hago como si no lo viera.
El resto de minusculillos se ha puesto en pie y está siguiendo los pasos del minusculillo que está sobre la tecla del número ocho, debe ser el jefe de todos ellos. Han trepado como el primero por el espacio del USB y ya están llegando al teclado. El primer minusculillo me está mirando. Me mira las manos, los dedos, supongo que los verá como una amenaza pero en realidad ha sido él quien ha decidido ponerse sobre la tecla del número 8.
Joder. He pulsado sin querer la tecla y he espachurrado al minusculillo jefe. Me estoy mirando la yema del dedo corazón de mi mano derecha y ahí está, hecho un ocho, cómo no. Pobre minusculillo. Su séquito se ha parado en seco al ver mi mala y nada premeditada acción, yo no quería matar al minusculillo que estaba sobre el número ocho. He dejado su cuerpecito sobre la mesa, justo donde estaban minutos antes todos ellos reunidos. Está habiendo contacto visual, me han pillado mirándoles y me están sosteniendo la mirada. Tienen los ojos bastante grandes en proporción a su cuerpo. Voy a ir a la cocina, necesito despejarme, me prepararé algo de desayunar.
Acabo de volver de la cocina y ya no veo a los minusculillos, han desaparecido y se han llevado con ellos el cuerpo del minusculillo jefe. No sé si han ido a enterrarlo en algún recoveco de mi habitación para después venir a por mí, o se han ido para siempre.
Nunca los había visto, espero no volver a verlos. Cuando he ido a la cocina me ha pasado algo extraño, he abierto la nevera para sacar la botella de leche y en la segunda balda del frigorífico me he encontrado a un pez. Era un pez verde, sin pecera, con traje y sentado sobre una pequeña butaca de terciopelo. A primera vista he creído que llevaba un piercing sobre su labio inferior pero en realidad era un anzuelo. Estaba leyendo el periódico Mar de Todos y como me he quedado mirándole fijamente me ha dicho «¿Vas a estar mucho tiempo con la puerta abierta? Es que se escapa el frío». Yo he cerrado deprisa la puerta de la nevera.
Me he quedado unos segundos pensando y la he vuelto a abrir muy despacio, he mirado por la pequeña rendija mientras la luz del frigorífico seguía apagada. No he visto nada. He seguido abriendo la puerta de la nevera y de pronto se ha encendido la luz. Ahí estaba el pez verde, ahora
fumando en una pipa gigante en proporción con él. «Se le cayó a un marinero cuando intentó pescarme, me la quedé. Por favor, cierra la puerta, estoy cogiendo calor y no me gusta nada», han sido sus palabras.
Sé que debería tomarme las pastillas que el doctor me dijo que me tomara pero no me gusta medicarme. Ahí tengo el tubito que las contiene, en mi escritorio. El primer día que me las recetó tomé una para ver qué me pasaba y no vi nada, ni escuché ninguna voz, pero notaba una fuerte presión en mi cabeza, me tumbé en la cama y la habitación me daba vueltas así que decidí no tomar ninguna más.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluyó el pasado 31 de mayo.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes en la semana siguiente en hoyesarte.com. Como este El espejo, octogésimo cuento seleccionado.
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