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Feliz aniversario

La mujer que sueña con algo mejor repasa de cabeza lo que tiene preparado para la cena de esta noche, quizá un recibimiento seco, de barbilla alzada, y puede que también lo acompañe con su acostumbrada mueca de indignación, de mira que te miro y no te veo; luego vendrán los consabidos reproches, claro está: que si qué horas son estas de llegar, que si la sopa se enfría, que si mi madre tenía razón… Y de postre, de postre lo más sabroso, las preguntas trampa, para ver qué cara pone: ¿pero tú me sigues queriendo sí o no? Ella cree que el matrimonio es como una piedra que pulir, su carácter conservador y una malsana afición a las novelas románticas le han llevado a ser una esposa paciente, pero inconformista; una corredora de fondo condenada a soñar con algo mejor.

El hombre que no sabe amar lleva todo el día encerrado en su laboratorio, y es que él siempre tiene mil cosas que hacer, mil informes que corregir, mil teorías que desarrollar, mil hallazgos que podrían llevar su apellido. Pero ahora permanece atónito frente a su mesa de trabajo. Está dándole vueltas a lo sucedido hace un rato, mientras observaba algunas muestras de minerales al microscopio. Todavía no sabe muy bien cómo catalogar el acontecimiento. De lo que está seguro es de haber sufrido una especie de revelación, una suerte de epifanía que no se atreve a catalogarla de científica, sino más bien de artística. Pues donde él antes solo veía minerales, por primera vez en su vida, ha sido capaz de ver otra cosa, y hablo de cosas como la belleza decadente de la amatista, o la intrincada textura del minio o las díscolas geometrías del circonio. Y para digamos rizar el rizo, no contento con eso, se ha atrevido a escribir en su cuaderno algunas frases del tipo:

oh, minio, volcán exiguo

de arrogante porvenir,

más salvaje canta la amatista 

pájara prudente

en el árbol de la siesta…

El hombre que no sabe amar arranca la hoja del cuaderno antes de salir del laboratorio y se la guarda en el bolsillo del pantalón. Quiere darle un repaso esta noche, antes de irse a la cama. Así que conduce hasta su casa sin ninguna prisa, respetando el límite de velocidad en todo momento. Es domingo, casi media noche, apenas hay tráfico en la carretera, y mucho menos en la urbanización donde vive. Al entrar en el recibidor el reloj del pasillo está dando las doce, campanada tras campanada, la casa huele a sopa de marisco y qué raro, todavía hay luz en el saloncito. Solo entonces, como todo hombre que no sabe amar, cae en la cuenta de que hoy era su aniversario.

La mujer que sueña con algo mejor escucha ruido en el pasillo y se levanta para encender las velas del candelabro que preside el centro de la mesa. El hombre que no sabe amar entra en el saloncito atropellado, con las manos en los bolsillos, evitando mirar a su esposa mientras piensa en algo ingenioso, quizá una disculpa que no haya usado en años anteriores. La mujer que sueña con algo mejor eleva la barbilla y gira la cabeza con aire de indignación. Ensaya para sus adentros la primera frase y cuando la tiene lista se gira hacia su marido. El hombre que no sabe amar lo tiene crudo, sabe que lo único que puede hacer es aguantar el chaparrón. Sin embargo, su cabeza continúa dando vueltas en busca de algo donde agarrarse. Entonces nota en uno de sus bolsillos el tacto del papel donde escribió todas esas cosas, la hoja del cuaderno que arrancó antes de cerrar el laboratorio. El hombre que no sabe amar la saca y se la muestra a su esposa: Es un poema, le dice. ¡Y un poema es también la cara de la mujer que sueña con algo mejor! ¡Vaya!, dice ella sonriendo, esto sí que no me lo esperaba.

El hombre que no sabe amar comienza a leer el poema en tono dramático, elevando la voz al final de cada verso, como ha visto hacer en algún lugar que no recuerda. La mujer que sueña con algo mejor lo escucha con los ojos cerrados, las manos juntas, como si rezara dando gracias a Dios. Se nota que el poema le está gustando, qué digo gustando, le está sabiendo a gloria, y cuando él termina de leerlo, ella se levanta y le besa en la boca, en el cuello, en las orejas y hasta en el pelo. La mujer que sueña con algo mejor cree que ha llegado al final, el poema le ha calado hasta los huesos, por fin cree tener lo que siempre había soñado. El hombre que no sabe amar cree que las anotaciones que hizo en el laboratorio podrían suponer un inesperado modo de llegar al corazón de su esposa, una llave secreta, y para él no existe mayor descubrimiento que ese.

Acaban de sentarse a la mesa, candelabro de por medio, en sus pupilas parece haber resucitado un fuego antiguo. Las velas amenazan con apagarse a cada suspiro que sale de sus bocas. ¿Pero son verdaderos suspiros de amor? Ah, eso quisieran saber ellos. Lo cierto es que todo esto les ha pillado desprevenidos y ahora ninguno de los dos parece tener idea de qué decir o qué hacer. Por no tener ni siquiera tienen hambre, se les ha debido de cerrar el estómago a causa de los nervios. Así que uno y otro sumergen la cuchara en el plato y sorben la sopa como dos autómatas, llevados por la inercia o la costumbre. En cualquier caso, eso es lo que hacen. Sorber la sopa sin decirse nada. O sin nada que decir. Mientras una bola oscura y pesada se va instalando en sus estómagos, una bola negra que les impide respirar bien, como si cayeran por un precipicio, quizá el abismo de los deseos al fin cumplidos. Porque pensándolo bien, él siempre tiene mil cosas que hacer, mil muestras que examinar, mil proyectos que poner en marcha; y ella empieza a pensar que esto no puede resultar tan fácil, que quizá sea necesario esperar un poco más, seguir puliendo la piedra, soñar con algo mejor. 

Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz congregó a alrededor de 250 personas. Foto: Rodrigo Valero.
Acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’. Foto: Rodrigo Valero.

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022

Cierre: 24 de junio de 2022

Fallo: 10 de octubre de 2022

Acto de entrega: Último trimestre de 2022