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Hazme reír o alzhéimer

Al principio fueron pequeños despistes sin importancia, eso sí, cada vez más habituales. Luego un día empezó a decir cosas extrañas, y una noche se atrevió a decirme que yo como escudero debería dormir en otra cama, a su lado, pero no en su mismo lecho, y me vi obligada a abandonar mi sitio después de treinta y siete años.

Noté cómo cualquier alteración en el ritmo tranquilo de nuestra vida en el campo, como la llegada de algún familiar o reunión, disparaban su imaginación adentrándole en las novelas de caballería y aventuras. Ahora se le encienden los ojos, se ríe feliz, se activa como un niño, salta, corre, como cuando tenía treinta años. Busca a Tern, nuestro perro, y le convierte en Rocinante y quiere subirse encima. Y yo para que me haga caso tengo que decirle “Vuestra Merced”, y vestir como un hombre.

Me gusta verle así, tan feliz quijoteando a su manera, como el día que pensó que los nietos, sentados en la hierba, eran ovejas comiéndose las flores y los persiguió corriendo con un matamoscas. Los chiquillos al principio se lo tomaron como un juego, hasta que empezó a pegarles y ellos a chillar: “¡el abuelo se ha vuelto loco! Esa maldita frase ya se repite en nuestras vidas.

Aquí en el pueblo todo el mundo le respeta, le conocen, saben que ya a Don Joaquín, el maestro, algo le pasa en la cabeza y que, si le siguen la corriente, todos acaban riéndose con su llegada. En casa se maneja bien, intento apartarle de los peligros, no le dejo que se acerque a la cocina, cosa que acepta de buen grado porque un caballero no debe rebajarse al jaleo de los fogones. Le baño, le visto, le preparo para la gran aventura de ir a comprar. Si nos encontramos con los pocos niños que quedan en el pueblo, cree que son un rebaño, ellos salen corriendo y balan, y nos reímos todos sin más.

La crisis ha llegado cuando hemos tenido que venir a Madrid a revisión. En el taxi por el paseo de la Castellana, al ver las torres Kio, creía que eran unos gigantes a punto de derrumbarse para no dejarnos pasar. Luego en la consulta se ha negado chillando a que “ese fantasma con cables” le quiera auscultar. Como consecuencia de este comportamiento le quieren ingresar. Le han drogado, no puedo parar de llorar, no quiero que me lo quiten y que le quiten a él su felicidad.

Quiero a mi Quijote a mi lado, es el compañero de mi vida, padre de mis hijos, el hombre que con su trabajo ha hecho que no nos falte nunca de nada, de verdad que no es peligroso, y está simpatiquísimo. No podría soportar verle apagado, aburrido, adormilado… Exijo mi ínsula tantas veces soñada, un lugar sin peligros, con una piscina sin profundidad, que parezca un mar inmenso, con praderas para pasear, con árboles y flores, donde seres como él, mayores, agotados, que viven ya en sus sueños, puedan estar tranquilos, muy vigilados, pero sin medicamentos que les quiten sus brillos… exijo una ínsula de felicidad porque, Dulcinea o Sancho, lo merezco. 

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluyó el pasado 31 de mayo.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el Comité de Lectura selecciona los relatos finalistas de entre los recibidos antes del 31 de mayo, que se irán publicando en hoyesarte.com. Este es el caso de Hazme reír o alzhéimer, octogésimo séptimo cuento preseleccionado.

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