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Reléeme

El hombre que ocupaba la mesa junto al escaparate levantó la cabeza y se quitó el sombrero cuando la vio acercarse. Ella hizo un gesto imperceptible con la cabeza como preguntando si podía sentarse, a lo que él respondió con una inclinación mientras depositaba el sombrero sobre la mesa.

La mujer observó que él había perdido bastante pelo, pero nada de su apostura y de las motas de inteligencia que alumbraban su mirada.

—Ya creía que no vendrías —pronunció él mientras hacía un gesto hacia el camarero. —La señora va a tomar un café bien cargado, con apenas unas gotas de leche.

—Veo que lo recuerdas —comentó ella mientras el camarero se retiraba.

—Lo recuerdo todo.

—No lo creo. Hace tanto que no vienes a visitarnos…

—Lo siento. Ya sabes que no paro nunca. Lo de revisitar algo después de tanto tiempo…

—Ahora lo llaman revisitar.

—Bueno, es una forma de decir. Cuando uno revé una película o relee un libro…

—Lo entiendo. Solo que hubiera esperado otra cosa de ti.

—Bueno, no te pongas mohína, que sabes que cuando lo haces me cautivas.

—Tal vez quiera cautivarte.

Él sonrió mirándola a los ojos. El camarero depositó el café ante la mujer que se apresuró a girar la cucharilla sin echar el azúcar. Fue bebiéndolo poco a poco sin dejar de observarlo. Se veía que él estaba a punto de sucumbir. Por algo la había citado en aquel café. El mismo en que se habían conocido. El mismo en el que habían vivido todo su romance.

No fue una relación larga. Un par de semanas, tres tal vez. Su libro no era una novela corta, pero tampoco uno de esos mamotretos de mil páginas. Duró lo que duró, pero eso no era lo importante. Lo importante, como en el café, es la intensidad. Y la intensidad había sido tal que, de todos los lectores que la habían visitado, era el único al que jamás había conseguido olvidar.

No todos los días se encuentra un lector inteligente que sepa ver más allá de la historia superficial que se cuenta. Que sepa leer entre líneas y desnudar el corazón de cada personaje. Y él sabía hacerlo. Claro que sabía hacerlo. Y cómo.

—Una moneda por tus pensamientos —dijo él mientras alargaba su mano hasta rozar con los dedos el platillo del café.

—Sabes que eso es imposible. Mi narrador no es omnisciente.

—Por eso eres tan misteriosa.

Ella sonrió cautivadora y él supo que terminaría atrapado otra vez entre sus redes. Pero no se lo dijo. No quería parecer tan fácil.

—¿Qué hizo que pensaras en mí? —quiso saber la mujer y al ladear la cabeza un mechón inoportuno se acomodó sobre su ojo izquierdo.

Él hizo un gesto como para apartárselo y ella dio un respingo.

—Sabes que no debes tocarme.

—Lo siento —dijo él en voz baja con una mirada de niño arrepentido que la conmovió.

—Yo también lo siento, son las reglas. Si me tocas puedo esfumarme, como el humo del café ¿Recuerdas?

—Ya te he dicho que lo recuerdo todo.

—En cambio yo, no —mintió ella. Solo por hacerlo rabiar, por vengar de esa absurda forma tantos años de abandono.

—Sabes que no puedes engañarme.

Touché.

—A mano.

Se miraron por unos segundos, como evaluando las debilidades del otro, como buscando el punto en el cual asestar la estocada final.

—Cuéntame de tu vida —dijo ella —¿Qué ha sido de la mujer esa que nos interrumpía cuando llegaba al salir de la facultad siempre con prisas y se desplomaba en esta misma silla?

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No. Hace cinco años que nos divorciamos.

—¿Entonces hay otra?

—No la hay. Pero eso no creo que sea de tu incumbencia.

—Solo intentaba hablar de algo, para aprovechar el tiempo.

—¿Y tú? ¿Todo bien?

—Sabes exactamente cómo estoy yo. Tal cual me dejaste al final. Ya sabes que mi vida está escrita y no hay nada que se pueda cambiar.

—Preguntaba por cortesía.

—Muy bien. Pues no me alcanza con tu cortesía…

—Lo sé ¿Qué quieres?

—¿Qué quieres tú?

—Volver a tenerte.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Abres mi libro por el primer capítulo y adelante. Puedes saltarte el prólogo, no te lo tendré en cuenta.

—¡Qué graciosilla estás!

—No estoy, soy. Yo soy sin poder ser otra cosa. No cambio.

—Tal vez por eso me tienta tanto regresar a ti.

—Pues, hazlo, o déjame ir. O pídeme otro café. Sabes que si no bebo algo caliente empiezo a quedarme fría aquí fuera.

Él hizo un gesto al camarero indicándole que trajera otra vez lo mismo para ambos.

—¿Ya no bebes café? —preguntó ella señalando el saquito de té junto a la taza vacía de él.

—Úlcera —explicó él —Una de esas cosas que deberías alegrarte de no tener que padecer.

—Cada cual tiene lo suyo —replicó ella. —Te aseguro que dormir aplastada entre folios malolientes día tras día no es lo que se dice sano

—Puede ser, pero si me invitas a acompañarte…

—No me has dicho por qué has pensado en mí.

—Una mujer. Estuvo sentada allí toda la tarde, leyéndote…

—¿La del paraguas gris y amarillo?

—Esa misma.

—Buena lectora. Pero no tiene tu sensibilidad.

Ella volvió a girar la cucharilla en el pocillo que el camarero había depositado en la mesa.

—¿Entonces? ¿Quieres que volvamos? —preguntó él como queriendo escuchar que no.

—Sabes cuál es la condición.

—Sí, que me quede contigo.

Ella lo miró interrogante. Él se revolvió en su asiento.

—¿Y bien? —pronunció ella seductora. —No me tomaré más de dos cafés y estoy terminando el segundo

Él se miró los dedos como queriendo encontrar algo que lo atara a la realidad. Al cabo de un rato murmuró:

—De acuerdo.

—¿De acuerdo? ¿Así de fácil?

—Así de difícil. Estar enamorado de ti nunca ha sido fácil.

Ella se puso de pie y se acercó para rodearle el cuello con los brazos. Luego se fue esfumando, poco a poco. Él olió su aliento a café, su eterno perfume de violetas y se dejó abrazar, absorber, hasta que ambos fueron destejiéndose en letras.

Sobre la mesa del Café de Levante, un sombrero y justo a su lado, un pocillo con restos de carmín y una taza de té intacta, tan cerca uno de la otra que parecían a punto de hacer el amor.

Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz congregó a alrededor de 250 personas. Foto: Rodrigo Valero.
Acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’. Foto: Rodrigo Valero.

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

¿Quiere saber más sobre el Premio [1]?

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022

Cierre: 24 de junio de 2022

Fallo: 10 de octubre de 2022

Acto de entrega: Último trimestre de 2022