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Todos los días y las noches que de usted me ausente

El espejo grande lo trajo Diego, de Puebla. Hay otro a mi derecha, colgado en la pared de la ventana que da al patio azul, que me lo regaló Isamu; el del marco verde lo compramos en Oaxaca; y el pequeñito, el que cabe en una mano y el que más aprecio, lo dejó usted después de aquellos cinco días locos. Lo olvidó o lo dejó para mí cuando cerró la puerta y detrás se fueron con usted la música y la insensatez, las canciones y las ganas rebeldes de bebernos la vida y seguir viviendo. “¡Yo soy como el chile verde, llorona……!!”, me cantó entonces. Cómo lo añoro. Sus ganas locas corriendo por los cuartos a deshora, los pies descalzos como de un cristo pobre, el poncho verde y rojo que no se quitaba nunca, y la ausencia de un guitarrón que se quedó perdido en alguna estación de paso y al que hubo que buscar un sustituto en el boliche de enfrente, porque lo echaba tanto de menos como echaría yo mi pintura si me quedara sin vista o me cortaran las manos.

Vino para una visita breve y se quedó cinco días. Cinco días en los que hubo noches de tequila y conversación hasta la madrugada, hubo jolgorio y canciones en el jardín, y juegos del escondite entre los cactus y las palmas y las esculturas zapotecas; y risas y llantos locos, y la mañana aquella en la que, recién levantada, se asomó a mi pieza y, antes del café y los dulces que Diego había puesto calientes y ordenaditos en la mesa, se llegó hasta la cama y vino a susurrarme bien melosa: “¡Ay, llorona, lloronaaaa….!”

Lupe me llevó hasta el comedor y desayunamos juntos. “Yo te nací -te dije-, yo te tuve”. Rivera estaba delante y nos miró con sus ojazos inmensos sin entender nada, o entendiéndolo todo. El café y los dulces me supieron a gloria, mejor que nunca. “Sí, me naciste, yo siento tu sangre”. Entre jolgorio y canciones me alborotaste a los monos y a los papagayos en el patio, y hasta a mis perros, que son como mis hijos, les revolucionaste y les chiflaste un poco. Porque era llegar usted y la desesperación y el dolor se achicaban; entraba en casa el eco de su vozarrón y sus pasos de agua y se amilanaba la tristeza, se alargaba el día y la noche se acortaba. Y no sé si alguien lo va a entender, pero éramos místicas.

Tengo un ángel sosteniendo la lámpara en el lado derecho de mi cama, y en el baldaquín el caballete articulado que me instaló Diego casi a machetazos cuando ya no me pude levantar y que me ayuda a pintar incluso en las posturas más difíciles; tengo fetiches de ustedes, y retratitos de mis amigos y amantes y amores, y esa foto lindísima en la que estamos tiradas en el suelo y nos reímos juntas; y tengo a San Judas y las calaveritas de azúcar que me endulzan el transito a los sueños cada noche, porque son lo último que veo antes de cerrar los ojos y quedarme sola.

Hay noches que Lupe viene a quitarme los anillos y pendientes y las cintas del pelo; y otras que no, porque me duermo y me despierto con los mismos fetiches y los mismos dolores. No volverán los viajes al extranjero, lo sé, ni las exposiciones en Nueva York, ni las galerías de París, donde han estado expuestos mis cuadros y donde conocí a media Europa; no volverá Ciudad de México, ni San Francisco, ni Detroit, donde acompañé a Diego mientras él pintaba murales y me pintaba en ellos a mí como si fuera parte de la historia.

Lupe me conoce más y mejor que nadie. Es ella la que cambia la ropa de mi cama y las flores de los jarrones; ella la que hace la compra en el mercado, la que amasa el pan y lo cuece en el horno, la que me lava, y me peina y me cuida como a una muñeca rota. Ella les consiente a mis perros, que se suben a la cama y ensucian el ganchillo de la colcha blanca y me lamen las manos y los pies porque debo de saberles goloso.

Hoy ronda en el cuarto un olor a sandías y papayas dulces, casi podrido, empalagoso, un olor meloso de frutas abiertas y en descomposición cortadas en el huerto para pintar bodegones. Otros días son flores compradas en el mercado; otros, raíces y plantas exóticas; otros, nada. Porque no hay nada comparable al propio cuerpo para hacer un estudio. Observo en los espejos mis manos y mis piernas, veo los líquenes en mi piel y me pinto a mí, porque paso muchas horas sola y soy lo que más y mejor conozco.

Por esta casa ha pasado todo el mundo, usted lo sabe. Y todo el mundo la ha tenido a su disposición y con todos hemos comido y tomado y festejado como si fuera a derrumbarse la bóveda celeste en unas horas. Estuvo Isamu Noguchi, con quien van contando que tuve una aventura; vino León Trotski y Natalia Sedova para encontrarse con André Breton y Jacqueline Lamba; estuvo Helena Rubinstein, que quería comprarnos trabajos, y Emmy Lou Packard, que vivió con nosotros una temporada y fue asistente de Rivera; y mi amiga, Dolores del Río, de la que Diego estuvo bien celoso, porque le pinté un cuadrito sobre metal en el que estamos sentadas las dos sobre un suelo de raíces, desnudas, y en medio de un follaje tortuoso un monito nos mira; y Nickolas Muray, fotógrafo igual que mi padre, al que conocí en Nueva York y del que guardo cientos de instantáneas hermosas. Ese tiempo pasó, no más, pero con todos hemos sido bien felices y bien locos.

Es agosto, pero veo la foto con Diego tras la pancarta del 1 de mayo en México, veo mi corsé de escayola profusamente dibujado encima de la cómoda, veo la silla de ruedas que me tortura menos, los pinceles apelotonados en los potes, las botellas de tequila rellenas de aguarrás y el retrato del Dr. Farill todavía en el caballete. El Dr. Farill, también mi ángel de exvotos; él bien sabe lo que sufro, porque también él camina con muletas y me ha salvado la vida varías veces en operaciones pavorosas. ¿Sabe lo que me dijo el Dr. Farill en la última visita? Me aseguró que si me cortan la pierna será la última operación. “La última, Fridita, te prometo”. Pero sé que no será. No será la última, porque jamás desde el accidente a mí el dolor me ha dado una tregua, ni larga ni corta.

Por eso hoy tengo ganas de llorar, llorona.

Me veo en el cielo del espejo del baldaquín y regresa el aire de revolución ¡Viva México! Llevaba aquel día una falda lisa y una camisa ñoña, y corbata, como los hombres junto a los que avanza bien resuelta. Hacía un calor que reventaba el aire y Diego me llevaba de la mano, y yo cantaba. “¡Viva México!”. La polvareda que nuestros pies levantaban al caminar decía que éramos muchos, multitud. Era 1929, han pasado veinticinco años y muchas, muchas cosas. Y seguro que yo tenía ese candor de india que a usted tanto le gusta y por el que me dice llorona.  Pero ya todo pasó. Hoy la vida está del otro lado, más allá de esta casa de Coyoacán, de la ventana y del patio azul en el que juegan mis perros y se pelean los papagayos y cotorrean los loros. Y sé que va tocando despedirse. Ésta es la última.

No miente el Dr. Farill, solo que no lo dice todo.

A Diego ya se lo dejo escrito en una notita que le voy a dibujar con motivo de nuestras bodas de plata, que serán prontito: siento que ya pronto te voy a abandonar.

Usted y Diego son mis amores. Y a mis amores siempre les pinto y les regalo un cuadro. Por eso voy a pintarle mi retrato, otro retrato. Y se lo dedicaré: Para Chavela, para que no me olvide, para que, de ahora en adelante, me tenga presente todos los días y las noches que de usted me ausente.

Porque ya solo espero alegre la salida, y espero no volver jamás.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Todos los días y las noches que de usted me ausente, vigésimo sexto cuento seleccionado.

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