«La labor de galerista solo cabe ejercerla desde la emoción»

Soledad Lorenzo

Nadie mejor que ella para dar nombre a los Premios para Galerías de Arte promovidos por el diario hoyesarte.com. Soledad Lorenzo (Torrelavega, Cantabria, 1937) no solo ha sido una de las grandes galeristas europeas de arte contemporáneo; es un icono de una profesión que, como ella misma no se cansa de repetir, ejerce de puente esencial entre artistas, coleccionistas y público.

Lorenzo cree que los premios están para los creadores, no para los galeristas, pero agradece lo que tiene de homenaje poder bautizar unos galardones dedicados a una profesión a la que dedicó media vida y que ahora imagina distinta de la que ella vivió desde los años ochenta hasta diciembre de 2012, cuando echó el cierre a su galería.

Honores

Desde entonces, vive un retiro solo agradablemente perturbado por honores y reconocimientos, y por su decisión hace unos años de donar el grueso de su colección personal al Museo Reina Sofía. “No he sido coleccionista pero no puedes evitar quedarte con algo. Y a veces lo que no gusta en su momento el tiempo demuestra que era lo mejor”. Lo afirma quien abrió las puertas de su espacio en la madrileña calle Orfila a artistas como Pablo Palazuelo, Luis Gordillo, Antoni Tàpies, Guillermo Pérez Villalta, Miquel Barceló, Txomin Badiola o José María Sicilia, entre muchísimos otros.

Charlamos con ella en su casa, a la vera de un cuadro espectacular de Philipp Fröhlich que le servirá de ejemplo cuando hable de la emoción que supone acompañar a un artista y descubrir en él la búsqueda de nuevos caminos. Constatamos asimismo que no ha perdido fuelle su legendario y fructífero don de gentes.

Es emocionante escucharle decir que ahora que recoge medallas y distinciones se acuerda sobre todo de su padre y piensa en la ilusión que le habría hecho ver a ese empresario y alcalde republicano condenado tras la guerra lo que ha conseguido su hija pequeña; por ejemplo, encarnar mejor que nadie la figura de la galerista moderna que crea expectación cada vez que inaugura una exposición, que sabe despertar el interés de los medios de comunicación por sus artistas, que consigue generar coleccionistas y que acerca la obra de creadores jóvenes a la sociedad. Supo ser mejor que nadie “ese puente necesario, fundamental, incluso imprescindible, pero puente al fin y al cabo. Ahora bien –insiste–, lo peor que le puede pasar a una galería es pensar que su importancia va más allá de esa condición de puente”.

Vender

Puestos a premiar, le preguntamos por los requisitos que debe reunir hoy una buena galería de arte y se disculpa de inmediato aduciendo que quizá no sea ella la mejor persona para contestar no habiendo vivido los cambios de los últimos años. Pero seguramente, hoy como ayer, siga habiendo artistas tímidos, encerrados tantas horas en la creación que necesitan personalidades como la de Lorenzo para darse a conocer, para ganarse la vida con su trabajo. “El arte es el arte y si vale dinero es porque, por los siglos de los siglos, el ser humano ha querido poseer obras. Eso sí, hay que hacerlo con seriedad”. Primera conclusión: el buen galerista es el que sabe vender y, además, tiene claro a quién le puede interesar comprar. Segunda: “el buen galerista disfruta de la relación que mantiene con el artista. A mí al menos me gustaba conocerles y hacerlo en profundidad, cómo piensan, qué les preocupa…”.

Vocación

En la mochila del que lleva una galería de arte debe haber también grandes dosis de vocación. “A la vocación le concedo toda la importancia. Si esta profesión no se ejerce desde la emoción no vale”, afirma tajante.

Soledad Lorenzo empezó tarde. Casi de un día para otro perdió a todos sus seres queridos. Sus padres, sus hermanos y su marido desaparecieron y ella debía reinventarse y ocupar su cabeza casi veinticuatro horas al día siete días a la semana. “El arte vino a salvarme la vida cuando más lo necesitaba”, confiesa. Descubrió de pronto la enorme vocación que llevaba dentro. La semilla estaba plantada desde su más tierna infancia cuando escuchaba a su padre hablar de arte con sus hermanos mayores. Una experiencia que ella resume así: “pertenezco a una familia normal que entendió la vida de manera gloriosa, y yo de eso me aproveché más tarde. Llevaba dentro de mí una educación de la mirada que no había aflorado por completo porque no había sido preciso”.

Le insistimos lanzando al aire unos cuantos adjetivos que sospechamos que deben acompañar al buen galerista –¿trabajador, apasionado, instintivo, carismático, discreto, vendedor, aventurero, leal, serio, creíble…?– y ella admite que su experiencia le dice que debe tener algo de todo eso. Pero añade otras cosas, el buen galerista debe tener siempre en mente, por ejemplo, a los museos. “Eso es esencial. Es la aspiración del artista. Las galerías están primero para que los artistas puedan vivir de su trabajo pero naturalmente yo intentaba por todos los medios que viniese el director de un gran museo a ver mis exposiciones”.

Honestidad

El buen galerista tiene que saber hacer bien unas cuantas cosas. Debe asesorar con honestidad (“incluso para hacer ver al comprador que a lo mejor no es el mejor momento para un gran desembolso”), debe desarrollar una personalidad propia, debe arriesgar… ¿Y mimar a sus artistas? “Por supuesto. La vida está llena de miedos y el artista necesita superar temores. Experimentan inseguridades respecto a lo que están haciendo; en el fondo no es verdad pero les preocupa y tienes que acudir en su ayuda a decirle con sinceridad que eso es una joya. Hay que ser un poco madre. Es una relación maternal con los artistas hombres o mujeres. Son, fueron, como los hijos que no he tenido”.

Una de las cuatro categorías de los Premios Soledad Lorenzo a las Galerías de Arte reconoce la labor de las galerías que empiezan y muestran mayor proyección y grandes ideas. “Si solo pudiera darle un consejo a aquel que se lanza a esta aventura, le recordaría que fuera consciente en todo momento de lo que vende: que no vende telas ni perfumes; vende obras que debe amar. Tiene que haber un disfrute en todo ello”.

Disfrute es la palabra que probablemente mejor se ajuste al modo en que Soledad describe sus años de galerista. Aquellos años de felicidad trabajando a destajo en su galería fueron, pese a las crisis inevitables, un premio.

Ahora, su nombre acompaña un premio para los que siguen al pie del cañón, el reconocimiento a una labor que merece ser más conocida. A buen seguro que los Premios Soledad Lorenzo para Galerías de Arte contribuirán a ello.

Humildad y agradecimiento
Luis Pardo

Siendo las galerías un elemento fundamental de la cultura de un país, a nadie le extraña que Soledad Lorenzo sea considerada una «gran dama de la cultura española», como la definieron los autores de su biografía Una vida con el arte, escrita por Antonio Lucas y Mariano Navarro.

Soledad tiene además carisma. Atesora un indudable don de gentes y enorme talento para llamar la atención de todo el mundo. Solo así puede explicarse la fama y celebridad de su galería, que fue bien conocida incluso por aquellos que no se interesan abiertamente por el arte contemporáneo.

Pocas como ella para representar un sector de la cultura que no tenía hasta la fecha unos premios específicos. Acercarnos a ella para que diera nombre a los galardones y recibir el no por respuesta fue todo uno. Sin falsa modestia, su verdadera humildad se concretó en sugerir en seguida otros nombres posibles, en recordar su condición de jubilada, en explicar que los premios son para los artistas, en esto y en aquello, pero no dejamos de insistir siempre que hubo ocasión.

Aprovechamos su sincera generosidad de estar abierta a cuantas consultas nos surgieran en la tarea de poner en marcha estos reconocimientos para comentarle de vez en cuando que su nombre nos seguía pareciendo la mejor opción de todas. Su entorno más cercano -desde su asistente Paloma Parladé hasta su amigo y director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel- contribuyó a desactivar sus recelos, conscientes de que nadie más que ella merecía bautizar estos premios. A todos ellos y a ella, gracias.