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Defoe versus Swift (XXIII)

Robinson Crusoe es una novela de aventuras, pero también un relato moral. El tema central de la novela es la capacidad del ser humano para dominar la naturaleza y transformarla desde su desnudez, cumpliendo la máxima que dice que “la inteligencia humana es la capacidad del hombre para adaptarse a las situaciones nuevas”. Robinson consigue su objetivo valiéndose de dos herramientas típicas de la burguesía ilustrada: la capacidad de trabajo, considerada como una virtud y no como un castigo divino, y la razón, para desarrollar la técnica y la cultura propias de una sociedad civilizada. De acuerdo con James Joyce, Robinson Crusoe es el prototipo del colonialista británico. Y es que Robinson es un viajero que no cambia a través del viaje, sino que es él quien transforma no solo el lugar que encuentra, sino también al Otro, a quien le sale al encuentro.

Poco después, Daniel Defoe publicó una enciclopédica obra sobre la piratería y la figura del pirata, ese personaje histórico que es en cierto modo un viajero, un Odiseo individualista, ambicioso y sin escrúpulos, que se había situado al margen del sistema, pero del que muchas veces se valieron los Estados en sus luchas por el control de los mares y el comercio. También es autor de los libros Nuevo viaje alrededor del mundo y Viaje por la Gran Bretaña.

En las antípodas ideológicas

En las antípodas ideológicas de Defoe se encuentra el pensamiento de Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, considerada como una de las más grandes novelas en lengua inglesa. Narrada en primera persona, la novela se organiza en torno a los cuatro viajes que realiza el cirujano naval Lemuel Gulliver, viajero y experimentado navegante a las Indias Orientales y Occidentales y a los mares del Sur antes de emprender los viajes fantásticos que narra en su relato, y a quien la naturaleza y la fortuna parecen haberlo condenado a “una vida inquieta y sin reposo”.

Los viajes de Gulliver es una obra de gran multiplicidad de registros, entre los que pueden encontrarse el carácter quimérico de la literatura de viajes y la condena de la empresa colonial, aparte de poner de manifiesto el sinsentido de los fanatismos, la relatividad de las cosas y el valor de la tolerancia. Puede decirse, con Jorge Edwards, que “Los viajes de Gulliver proponen una lectura que saca de la rutina, de toda forma de complacencia o de pereza. Llevan a mirar el paisaje con otros ojos”.

En relación al carácter irreal de los libros de viaje de la época, dedica este párrafo contenido en el libro segundo: “El capitán quedó muy complacido con este somero relato que le hice, y me dijo que esperaba que cuando estuviéramos de regreso en Inglaterra haría al mundo la merced de ponerlo por escrito y publicarlo. Mi respuesta fue que yo creía que ya estábamos más que saturados de libros de viaje, y que nada podía pasar en esa época que ni fuera extraordinario, de donde sospechaba yo que algunos autores atendían menos a la verdad que a su propia vanidad e interés, o a divertir a lectores ignorantes y que mi relato no podía contener poco más que acontecimientos vulgares, sin aquellas descripciones tan adornadas de plantas, árboles, pájaros y otros extraños animales, o de las costumbres bárbaras y la idolatría de pueblos salvajes, en que abundan la mayor parte de los escritores. No obstante, le agradecí su buena opinión y le hice la promesa de pensar en el asunto”.

Y, más adelante, en libro cuarto, apostilla: “He leído con gran deleite durante mi juventud algunos libros de viajes, pero, tras haber recorrido desde entonces la mayoría de las regiones del Globo, he podido desmentir muchas historias fabulosas, gracias a la observación directa de los hechos, lo que ha provocado en mí una gran aversión hacia esa clase de lecturas y cierta indignación al ver de qué modo tan descarado se abusa de la credulidad de los hombres”. Y concluye que “el principal objetivo del viajero debería ser hacer a los hombres más sabios y mejores”.

Colonialismo

En cuanto a su oposición al colonialismo, baste esta terminante conclusión expuesta al final del libro: «Un barco pirata es arrastrado por una tempestad con rumbo desconocido hasta que un grumete, desde lo alto del mástil, descubre tierra a lo lejos. Desembarcan para robar y expoliar; encuentran a gente inofensiva, que les acoge con amabilidad, dan al país un nombre nuevo, toman, en nombre de su monarca, posesión formal del mismo y erigen, en recuerdo, un madero podrido o una piedra; asesinan a dos o tres docenas de nativos, cogen de muestra a un par más por la fuerza, regresan a la patria y alcanzan el perdón. Así comienza una nueva posesión, adquirida como título de Derecho divino (…), tan piadosa expedición se llama colonia moderna enviada para convertir y civilizar a un pueblo bárbaro e idólatra».

El autor confiesa que al presentar este y otros viajes por el mundo no ha tenido otro propósito que preocuparse de la verdad y de no afectarlos de “adornos de erudición o efectos de estilo” por miedo a ser acusado de fastidioso y trivial, “que es de lo que son a menudo, quizás no sin justicia, acusados los viajeros”. Sin embargo, los miles de lectores contemporáneos de Jonathan Swift reconocieron de inmediato que Los viajes de Gulliver no trataban tanto de describir lejanos territorios como de retratar metafóricamente su propia e inmediata realidad, colocándolos en la frontera entre la Ilustración y el oscurantismo.

Pero el siglo de la Ilustración no terminaría sin una gran sorpresa literaria: la publicación en clave de parodia de los libros viáticos de Viaje alrededor de mi habitación, obra escrita por el francés Xavier de Maistre durante un arresto domiciliario de 42 días –los mismos que los breves capítulos del libro– por participar en un duelo. Se trata de una auténtica odisea mental «desde la última estrella situada más allá de la Vía Láctea, hasta los confines del Universo, hasta las puertas del caos” mediante la narración de las vueltas que da en su cuarto, las conversaciones que tiene con su criado, sus reflexiones sobre la vida, la naturaleza, el arte, el amor, la literatura, etc. y la lucha entre la bestia que todos llevamos dentro y el alma, un viaje interior en la estela de los recorridos por Lao Tsé: “Sin salir de la puerta se conoce el mundo. / Sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo”.

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