También el viaje europeo influyó en uno de los padres de la novela en lengua inglesa, Henry Fielding, cuyas obras de corte picaresco Joseph Andrews y Tom Jones transcurren en buena parte por caminos y posadas, mientras que su Diario de un viaje a Lisboa es un delicioso relato que recoge su travesía hasta la capital lisboeta cuando su salud estaba ya ciertamente quebrada, y Viaje al otro mundo es una descripción satírica del viaje emprendido por su propio espíritu a los Campos Elíseos en una diligencia.

De la influencia del Grand Tour en otros artistas o intelectuales habla asimismo la experiencia de Charles Louis de Sécondat, barón de Montesquieu, representante del espíritu crítico de la Ilustración francesa y cuyos viajes por Europa tuvieron una influencia considerable a la hora de redactar El espíritu de las leyes (1748), la obra que plantea la separación y el equilibrio de los poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial, de la que se han alimentado las principales constituciones modernas, si bien el itinerario viático de Montesquieu se había iniciado más de un cuarto de siglo atrás con sus Cartas persas (viaje ficticio, que narra las andanzas de tres personajes orientales hasta llegar a Francia y sus reflexiones acerca de las costumbres y prejuicios de la sociedad francesa de comienzos del siglo XVIII) y finalizaría con sus Viajes por Europa, donde se recogen sus nuevas andanzas por el continente europeo en la etapa final de su vida.

Y otro tanto puede decirse del historiador de arte alemán Johann Joachim Winckelmann, quien entendía la belleza como “uno de los grandes secretos de la naturaleza cuyo efecto vemos y sentimos todos, pero cuya esencia, como concepto de comprensión general, pertenece al terreno de las verdades insondables”.

El caso español

En nuestro país, seguramente el ejemplo más claro es el del escritor y militar José Cadalso, que estudió en París y Londres y viajó durante su juventud por Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, Flandes, Holanda y Dinamarca. En España también tendría varias residencias antes de su prematura muerte en combate durante el asedio de Gibraltar: Madrid, Zaragoza y Salamanca. Su obra más conocida son Cartas marruecas, una novela epistolar, que es en realidad una colección de ensayos que sigue el modelo de las Cartas persas del barón de Montesquieu, a pesar de que anteriormente arremetiera contra el pensador francés en su Defensa de la nación española contra la carta persiana LXXVIII de Montesquieu.

En sus Cartas, publicadas póstumamente por entregas en El Correo de Madrid, Cadalso se vale de un viaje ficticio del árabe Gazel a España para mostrar las contradicciones del pueblo español y hacer una severa crítica de las costumbres y defectos nacionales, al tiempo que defiende el sentido reformador de la Ilustración. Cadalso fue un precursor del romanticismo que “nos enseñó a buscar al hombre en el hombre mismo”, según la opinión de alguno de sus contemporáneos.

El viaje de formación impulsó la creación de nuevos moldes en la forma de relatar: los apuntes, diarios, memorias y cartas, en tanto que los relatos descriptivos próximos a las guías van arrinconando a las crónicas, relaciones y embajadas de etapas anteriores hasta dejarlas en el desván, si bien se conserva el profundo sentido testimonial, el “yo narrativo”. Por otra parte, el viaje ilustrado se hace necesario como medio de instrucción y su relato se aprovecha como método docente: Si para Michel de Montaigne, no había mejor escuela que viajar, para Mary Shelley el motivo del viaje será el conocimiento “para educar y liberar la mente, para amortiguar los prejuicios”.

A través de estos relatos, autores ilustrados como Leandro Fernández de Moratín (Obras póstumas) o el abate Juan Andrés (Cartas familiares) trataron de inculcar en los lectores la idea de que no había que contemplar las ciudades y lugares visitados únicamente con los ojos, sino que había que convertir el viaje en experiencia intelectual y, con ella, en un placer mucho más duradero.

Quizás una de las personas que alcanzaron este propósito de forma más clara fue Mary Montagu, activa luchadora por los derechos de la mujer, infatigable viajera y escritora a tener en cuenta, sobre todo en lo que se refiere a la literatura de viajes epistolar (Cartas desde Estambul). Además, su mentalidad abierta a otros pueblos y culturas permitió salvar infinidad de vidas humanas al introducir en Occidente la variolización, técnica que ella había observado practicar a los árabes como profilaxis de la viruela durante su estancia en Turquía. Mucho más descriptivo acerca del Imperio Otomano resulta el Imperio de Osmán, comúnmente llamado Otomano o La Turquía europea del alemán Anton Friedrich Busching.

Misiones diplomáticas

Tampoco faltaron los relatos de viajeros en misiones diplomáticas, como el original Viaje al interior de la China y Tartaria realizado por el embajador del rey de Inglaterra. En nuestro país, Melchor Gaspar de Jovellanos en sus Diarios y Cartas trata de convencer a sus lectores que el viaje, más que un fin, era un medio de observación al servicio de los ideales de la razón, destacando el detallismo y precisión de sus descripciones. Mientras tanto, José Moreno, en su Viaje a Constantinopla, da cuenta de la misión naval a Oriente encargada por el rey Carlos III para «abrir los mares de Levante a los españoles», al tiempo que aprovecha para describir la ciudad, la sociedad y la corte del sultán poco antes de que comenzaran los cambios políticos que acabarían con el Imperio Otomano. Asimismo se realizaron viajes en misiones más culturales, como los que el abate Antonio Ponz llevó a cabo dentro y fuera de España y que dieron lugar a libros más tarde seguidos por otros autores.

Y, junto a los viajes realizados al extranjero por escritores viajeros españoles, también conviene señalar el Viaje a España, curioso, histórico y político, de Antoine Brunel, publicado en 1665, uno de los libros de viaje acerca de nuestro país más interesantes de su tiempo y, seguramente, el que mejor expuso las causas y motivos de la decadencia de España durante el reinado de Felipe IV y de su ministro el conde-duque de Olivares.

Brunel hace una descripción detallada de todas las ciudades por las que discurre el viaje desde San Sebastián hasta Barcelona, pasando por Madrid. A principios del siglo XIX, el francés Alexandre de Laborde publicó dos libros dedicados a sus viajes por la Península Ibérica, basados en el Viaje de Antonio Ponz: Viaje pintoresco e histórico a España, una obra erudita y bien cuidada que contiene cientos de grabados y fija la imagen prerromántica de la realidad española, e Itinerario descriptivo de España, con una amplia descripción de todas las regiones.

Aunque no fue, como él pretendía, el primer europeo en dar con los nacientes del Nilo Azul, con la llegada del naturalista escocés James Bruce a Abisinia en 1770, fue cuando dio comenzó realmente la verdadera exploración del corazón africano. Viajero incansable, Bruce visitó durante cinco años toda la Alta Etiopía, Nubia y Egipto, dejando escrita una obra en la que se pueden apreciar sus notables conocimientos científicos y sus interesantes cualidades literarias: Viajes para descubrir la fuente del Nilo Azul, por lo que no resulta extraño el éxito que tuvo entre sus contemporáneos.

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