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De Chateaubriand a Balzac (XXVIII)

Comenzaremos este breve repaso por François-René de Chateaubriand, quien utiliza el viaje como meditación acerca del paso del tiempo, como mecanismo para desenterrar la memoria, en libros como De París a Jerusalén o Viaje a Italia: “Cada hombre lleva en sí un mundo compuesto por todo aquello que ha visto y amado, adonde continuamente regresa, aun cuando recorra y parezca habitar un mundo extraño”.

Chateaubriand confiesa la utilización del viaje como medio de escritura: “Muchas hojas de mis libros las he escrito en los desiertos, en las tiendas de campaña, en medio de las olas, sin saber a veces cómo sostener la vida: motivos son estos que se me trate con benignidad; pero no con títulos de literaria gloria”. Si en Viaje a Italia el “yo viajero” se irá imponiendo a la misión diplomática conforme transcurre el texto, en De París a Jerusalén el “yo viajero” va acercando al lector desde el peregrino, el curioso que todo lo mira, al viaje interior del escritor.

Junto a Chateaubriand hay otros muchos representantes. La primera de ellas es Anne-Louise Germaine Necker, conocida literariamente como Madame de Staël, escritora de vocación europeísta que abrió el camino al romanticismo francés a partir de su labor de divulgación de los primeros románticos alemanes. Una de sus obras más famosas, Corinne o Italia, está inspirada en un viaje realizado al país transalpino a principios de siglo, que ella convierte en una aventura trascendental de realización personal tanto para la extrovertida Corinne como para el melancólico Oswald, la pareja de enamorados cuya tumultuosa relación les proporciona a partes iguales placer y sufrimiento. Aparte el papel jugado por el destino en cualquier situación humana, la novela, mezcla de libro de viajes y folletín, saca a relucir la fascinación por la cultura ajena (Corinne), pero también la incapacidad de asumir al otro, que se produce en muchos viajeros de mirada prepotente (Oswald).

Stendhal

Henri Beyle, o mejor, Stendhal, es el viajero que se fija en todo, que lo anota todo, el escritor de la naturalidad que atrapa como nadie las sensaciones, el cazador de felicidad, el autor que es capaz de acelerar su corazón hasta el vértigo, de sufrir temblores, confusión e incluso alucinaciones ante la acumulación de belleza y el desbordamiento del goce artístico, provocando un verdadero estado patológico (“síndrome de Stendhal” o “estrés del viajero”), descrito en estos términos por el autor tras su visita a Florencia en 1817: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

Stendhal es un romántico que se sumerge en las corrientes del realismo para dejar a la posteridad novelas memorables y varios libros de viajes, como Roma, Nápoles y Florencia, Paseos por Roma y Memorias de un turista, acaso para decirle al viajero lo mismo que al artista, al creador: el secreto de la originalidad está en ser uno mismo.

Honoré de Balzac fue otro de los escritores franceses de la primera mitad del diecinueve que trató de quitarse la venda del Romanticismo, pero, a diferencia de Stendhal, la producción viática del “Napoleón de las letras francesas” resulta muy escasa, teniendo sus viajes más un sentido económico y amoroso que literario (baste recordar sus viajes a Suiza, Viena, Ucrania y San Petersburgo en busca de Ewelina Hańska, la adinerada condesa con quien finalmente lograría casarse poco antes de su muerte). No obstante, resulta curiosa la comparación que hace el autor de La comedia humana del novelista con un viajero, afirmando que lo mismo que este no debería ponerse en camino si quiere contar siempre con un cielo despejado y evitar las fatigas y contratiempos, el escritor de novelas no puede echar a andar su relato si deja a un lado el azar, verdadero alimento literario, y si no está dispuesto a soportar la crítica. Un carácter singular tiene los cuatro cuentos, desbordantes de fantasía y comicidad, que componen el insólito Viaje de un león africano a París; sus protagonistas son animales que pueden llegar a ser feroces réplicas humanas: una gata que cuenta curiosas costumbres inglesas, un asno que pasa por cebra y que pretende que no se tome a sus congéneres por estúpidos, un león que ha estado en la Luna y vive divertidas aventuras en París y un macho cochinilla enamorado.

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