Que la cultura en España pasa por tiempos económicamente difíciles es una realidad cada vez más presente. En un contexto tan complicado como el actual, sorprende y se agradecen iniciativas que crecen al margen y ofrecen una alternativa a los circuitos habituales.

El colectivo artístico Picuet nació de una necesidad: la que tenían sus responsables, Adolfo Carrasco, R.A. Simione y Omiste, de demostrar que podían embarcarse en un proyecto sin más apoyos que ellos mismos. Formados en la universidad, todos estudiantes de Bellas Artes, han creado un espacio, la galería Picuet, para dar salida tanto a su creación como a la de artistas afines, donde prima la libertad y la búsqueda de la interacción entre público y exposición.

Implicar al visitante

Pintura, ilustración, vídeoarte, apariciones de clowns, instalaciones artísticas, jam sessions donde el público es animado a participar en las actuaciones… la galería se distancia de las formalidades y a las exposiciones más convencionales suma eventos diferentes, con el afán de implicar al público en ellos.

El caso más claro de cómo han conseguido que los visitantes interactúen con la galería y las actividades que allí se desarrollan es el de los conciertos que celebran. En Picuet son aficionados a las jam sessions. No hay director de orquesta ni cabeza de cartel; cualquier visitante puede sacar su instrumento musical y participar en una actuación improvisada. Ya se han visto y escuchado desde tubas hasta flautas traveseras, pasando por teclados y guitarras españolas. “Ofrecemos un plan diferente que no es lo de siempre”, señalan.

Otro ejemplo es el de la instalación artística Fuera de juego, de Adolfo Carrasco, un córner hecho con césped real que reposaba sobre un montón de recortes de periódico, noticias que habían tenido lugar durante la celebración de la última Eurocopa de fútbol y simbolizaba cómo habían sido sepultadas bajo el peso que el deporte rey tenía en los medios. El público que llegaba a la galería interactuaba esa porción de terreno de juego, pisándolo o acercándose a leer los artículos.

La reacción, sea cual sea, de los visitantes ante la obra de arte es lo que busca el colectivo.

Colectivos sin recursos

“Las limitaciones nos potencian, nos permiten tener libertad”, convienen los tres responsables de Picuet cuando se saca a colación el tema económico. “Además, puedes ser todo lo punki que quieras y usarlo a tu favor”, apuntan divertidos.

La galería se mantiene con la única financiación que suponen los ahorros de sus responsables. No cuentan con subvenciones, ayudas o financiación de empresa alguna. No hay colchón. No es que esto sea un inconveniente, es que si hubiesen tenido dinero, esta iniciativa no habría llegado a existir. Al menos, no con la misma naturaleza. “Ojalá hubiese dinero, pero la realidad por la que ha surgido Picuet es justo la contraria”.

Este punto de partida, que da sentido a la propuesta, no está reñido con una hipotética entrada de capital desde algún frente aunque, a día de hoy, ni está ni se espera. “Si tuviésemos más dinero todo saldría mejor”, afirman.

Un futuro expansivo

Acaban de cumplir un año, onomástica que celebraron con una gran fiesta en su sede de Tetuán a principios de octubre, y su andadura no han hecho más que empezar. Estos primeros 365 días han sido la prueba de fuego, un escollo a superar para certificar su presencia. Al preguntarles por el camino que va a tomar Picuet, se muestran indecisos. “No queremos que sea tan solo un lugar, sino algo más parecido a una serie de acontecimientos”.

La naturaleza de Picuet, su afán por interpelar a la audiencia y hacerla partícipe hasta las últimas consecuencias de todo lo que ocurre, empuja al proyecto a salir de las cuatro paredes de las que disponen hasta ahora e ir más allá. “Esto va creciendo y no sabemos dónde parará”.