Dicen tantas cosas las ilustraciones de Gutiérrez Serna y, al tiempo, tanto color albergan las palabras de Marchamalo, que si faltasen unas o las otras, este libro cuidado en cada detalle de esta edición de Kalandraka perdería todo su sentido.

El escritor Luis Mateo Díez, que acompañó a los autores en la presentación de la obra en la La Central de Madrid, incidió en esa capacidad de fundir imagen y sonido, dibujo y palabra, para llegar a «la personalísima belleza de las páginas que tenemos ante los ojos; un resultado que nos ilumina».

Me gustan…

Partiendo de una declaración de principios: «Me gustan las palabras», el texto, más poema que prosa, sigue dándonos detalles: «Me gusta bajar por la mañana a comprarlas y elegirlas una a una, como si fueran albaricoques maduros… Me gusta atesorarlas. Pero también dejarlas escapar, a veces, como si no fueran mías».

Tras recordarnos que «hay decenas de miles de palabras. Puede que más», los autores apuntan que «hay palabras que hay que masticar como si tuvieran nervios: duplicar, irreversible… y otras que se deshacen en la boca, como los versos de un poeta romántico: titilar, libélula, vibrátil».

Las hay como un regalo. «Parecen compradas en una pastelería, un domingo de sol, por la mañana, y llevadas a casa, como pasteles recién horneados: mimoso, alféizar, calima».

Y las hay que suenan como la música: vitola, asombro, noctámbulo,»que flotan en el aire después de pronunciadas, tan ligeras, que el viento las arrastra allá o aquí, como la canción».

Con las palabras hacen los políticos promesas. Eslóganes los publicistas. Acusaciones los fiscales.

Con las palabras hacen versos los poetas. Dicen «lágrima oscura; baladas ilusorias; negros males…». Dicen «verdor, marchita, corazón… Y, por supuesto, mar».

Elegidas e inventadas

A su modo, en su brevedad y concisión, el texto también nos informa: «A Octavio Paz le gustaba la palabra nube; a Borges cristal y ámbar. Y a Valle-Inclán le divertía cursi, que suena delgada y blanda, como un globo de chicle… Juan Ramón Jiménez se preocupaba tanto por el nombre exacto de las cosas, -mesa, lápiz, florero, cuña, lágrima, sol-, que cuando no encontraba la palabra adecuada la inventaba. Así inventó agriverde, verdespuma, oriblanco, aurizulón, allí en el jardín del sanatorio del Rosario, en Madrid, dónde ingresaba con frecuencia él mismo, llevando como único equipaje un libro de Verlaine debajo del brazo».

Jesús Marchamalo y Mo Gutiérrez Serna o a la inversa, que tanto monta, nos instalan en su mundo de palabras. Palabras de y para la vida que habitan sabiamente dispuestas, bellamente elegidas, «como albaricoques maduros», en este libro para que nuestros ojos al posarse en ellas, al pasearse por esas ilustraciones que las explican y complementan alcancen el sosiego de la comprensión y descansen.

Palabras

Jesús Marchamalo (texto)
MO Gutiérrez Serna (ilustración)
Kalandraka
36 Pág. 27,5 x 22 cm
15 euros