Un Wagner de risa

¿Qué tienen en común comedias tan distintas como El padre de la novia, In & Out, Mi gran boda griega, Novia a la fuga o El diario de Bridget Jones? Pues aparte de una ceremonia que da inicio a un matrimonio, los acordes de La marcha nupcial que Wagner compuso para su ópera Lohengrin. Una pieza que en modo alguno sirve para recordar la grandeza de su talento compositivo pero que le garantiza la inmortalidad mientras haya parejas occidentales dispuestas a formalizar su relación ante un tercero.

Otro Wagner de risa

Aunque en Misterioso asesinato en Manhattan (1993) de Woody Allen suenan algunos extractos de la ópera El holandés errante, seguro que el momento que recuerdan todos –incluidos los mayores admiradores del compositor germano– es el chiste del protagonista afirmando, mientras huye del teatro, que no puede escuchar tanto tiempo a Wagner “porque me entran ganas de invadir Polonia”.

La apropiación nazi

Para entender el chiste anterior bastaría con saber que Wagner era la debilidad musical de Adolf Hitler. Con su antisemitismo manifiesto, el compositor tenía todas las papeletas para que los nazis se apropiaran de su figura, con el consiguiente estigma ideológico que ya nunca le abandonará. Es muy probable que a la ecuación Wagner-nazismo haya contribuido también Hollywood, pero antes que nadie lo hizo Leni Riefenstahl cuando decidió rodar el congreso del partido nazi en Núremberg para el tremendo documental de propaganda, El triunfo de la voluntad (1935), e ilustrarlo musicalmente con la wagneriana marcha de Los Nibelungos.

https://www.youtube.com/watch?v=dpSBXBFqz38

De artista total a artista total

Si Charles Chaplin –otro artista total– no hubiera asistido a un pase de El triunfo de la voluntad, seguramente no habría filmado ese alegato contra el fascismo en forma de parodia que es El gran dictador (1940). En él suena el hermoso preludio de Lohengrin en la mítica escena en que el ridículo tirano juega con un globo terráqueo como si fuera una pelota de playa. No era la primera vez que Chaplin incluía música de Wagner; ya lo hizo en La quimera del oro, probablemente la primera de las muchas obras maestras que han utilizado piezas del alemán, como Ciudadano Kane, Ocho y medio o Carta de una desconocida.

https://www.youtube.com/watch?v=IJOuoyoMhj8

Bombardeo wagneriano

El tópico inevitable. Una de las secuencias cumbre del cine bélico no sería la misma sin el concurso de Wagner. En Apocalipsis now (1979) Francis Ford Coppola empleó la Cabalgata de las valquirias, extraída del ciclo de óperas El anillo del nibelungo como fondo sonoro a una operación de helicópteros estadounidenses que bombardean un poblado vietnamita. Fuera de la ficción, sabemos por un teletipo de la agencia de noticias Reuters que los soldados que protagonizaron un ataque aéreo en junio de 2003 sobre objetivos iraquíes habían buscado motivarse anímicamente escuchando este mismo pasaje. Ya en los noticiarios nazis de la época, los editores tendían a utilizar esta pieza para informar de la actividad de los aviones alemanes.

Richard es Richard

A Wagner le han puesto cara varios actores, entre ellos Richard Burton, quien no guarda un especial parecido físico con el compositor. De hecho, un día decidió preguntar directamente a Tony Palmer, realizador de la miniserie Wagner (1983), por qué fue él el elegido. “Es sencillo. Los dos andáis sobrados de labia, bebéis más de la cuenta, habéis tenido más mujeres que cenas calientes, decís tonterías casi todo el tiempo, sois a menudo profundamente desagradables, incluso ofensivos; pero cuando estáis de buen humor podéis ser genuinamente encantadores y atractivos. Ah, y también se da la circunstancia de que cada uno, a vuestra manera, habéis sido bendecidos por el genio”.

Richard by Luchino

Era muy razonable que un amante y profesional de la ópera como el director Luchino Visconti acabara cinematográficamente interesado en Wagner. Lo hizo cuando rodó la historia de Luis II de Baviera (1972), el rey loco, como cariñoso y generoso mecenas del músico, encarnado en esta ocasión por el gran Trevor Howard. Y hablando de actores asociados a Wagner, merece la pena mencionar una curiosidad: en las únicas tres películas que le dio tiempo a rodar a James Dean –Al éste del edén, Rebelde sin causa y Gigante– suenan extractos de óperas del genio de Leipzig.

Un Wagner de vértigo

Entre todos los tributos musicales a Wagner vistos en un cine, ninguno tan sublime como el de Bernard Herrmann en la banda sonora del Vértigo (1958) hitchcockiano. Herrmann se inspira a manos llenas en el lirismo infinito de la escena final de Tristán e Isolda para ilustrar una obsesión, la que despierta Kim Novak en James Stewart a lo largo de todo el metraje.

Un Wagner de péplum

Entre los millones de espectadores que llenaron las salas de cine en el año 2000 para ver Gladiator seguro que hubo unos cuantos amantes de la música de Wagner que no pasaron por alto el parecido que algunos momentos de la banda sonora de Hans Zimmer guardan con la tetralogía de El anillo del nibelungo, en realidad un referente para cualquier música épica posterior. Uno de los mejores capítulos del libro editado por Fórcola es precisamente el que disecciona las conexiones de Wagner con la cinta de Ridley Scott explicando por qué éstas van más allá de la grandiosidad de ambas partituras.

Si Wagner viviera en Beverly Hills

Salvando las distancias, si Wagner hubiera sido contratado por Hollywood podría haber sido alguien muy parecido a lo que fue Max Steiner, responsable de las músicas de Lo que el viento se llevó o Casablanca. Nacido en Viena, Steiner llegó a respirar el mundo postwagneriano. Gustav Mahler era amigo de la familia y Richard Strauss fue su padrino. En la época dorada de Hollywood, Steiner demostró ser el más hábil en el uso cinematográfico de la técnica del leitmotiv que Wagner utilizó para dar cohesión y construir un flujo musical sin lugar para los recitativos. En Lo que el viento se llevó cada uno de sus muchos personajes tenía su propio leitmotiv.


Wagner y el cine
Jeongwon Joe y Sander L. Gilmam (eds.)
Traductores: Juan Lucas y David Rodríguez Cerdán
Editorial Fórcola
648 p
39,50 euros