«Ser actor te permite leer, indagar, cotillear… abrirte a muchas áreas… Soy un exceso en mí mismo, y eso no me deja tiempo para postureos», dejó dicho quien había nacido en Madrid en 1945 y quien, como le pasó a Echegui, declaró desde muy niño llevar un actor dentro. Un niño distinto, inquieto y rebelde, que sería expulsado hasta de ocho colegios.

«A los tres años ya quería ser actor, aunque no sabía lo que era eso, y participé en funciones infantiles en el colegio. Nunca dudé de mi vocación. La única gente que me interesa son los artistas. Somos los únicos que damos algo de verdad. Podemos acertar más o menos, equivocarnos o no, pero vamos a corazón abierto».

Genio y figura desde muy, muy temprano en aquel chaval que ingresó en la Escuela de Arte Dramático con 19 años y que, muy poco tiempo después, reclamaría atención por su papel en la obra de Françoise Sagan El caballo desvanecido, bajo la dirección de José Luis Alonso. Un brillo que consolidaría en Mariana Pineda de Federico García Lorca, en Romeo y Julieta, en Águila de blasón de Valle-Inclán, en César y Cleopatra de Bernard Shaw, en Los locos de Valencia de Lope de Vega y, ya con los focos del público volcados sobre su figura, en Marat-Sade, formando parte de la compañía teatral dirigida por Adolfo Marsillach.

Vendrían después La gata sobre el tejado de zinc caliente de Tennessee Williams; Loco amor de Sam Shepard; Orquídeas a la luz de la luna de Carlos Fuentes; Morirás de otra cosa de Manuel Gutiérrez Aragón; Los bellos durmientes de Antonio Gala, o Macbeth, un papel del que se sentía especialmente orgulloso: «Lo tengo totalmente agarrado. Como estoy mal de la cabeza, comprendo muy bien la obra y el personaje que interpreto». La casa de Bernarda Alba, El sirviente y El beso de la mujer araña han sido sus tres últimos proyectos teatrales.

Otro de los grandes reconocimientos le llegó por su papel en la serie Los gozos y las sombras (1982), adaptación de la obra literaria de Gonzalo Torrente Ballester. Antes había participado en varios capítulos de Curro Jiménez y, posteriormente, lo haría como protagonista en series como Las aventuras de Pepe Carvalho, El pacto, Isabel, El ministerio del Tiempo, Viento del pueblo o Merlí: Sapere Aude.

En el cine, en el que se centró a lo largo de gran parte de su carrera tras su debut con Eloy de la Iglesia en La semana del asesino, dejó su peculiar modo de interpretar, resaltado por Pedro Almodóvar, Pilar Miró, Iván Zulueta, Carlos Saura, Imanol Uribe, Juan Carlos Fresnadillo, Gillo Pontecorvo o Adolfo Aristarain, que le dirigieron en Matador, La ley del deseo, Werther, Arrebato, El Dorado, El rey pasmado, Intacto, Operación Ogro o Martín (Hache).

Queda en todas ellas la profesionalidad de un actor de ideas y palabra directa: «Una de las pocas cosas que pretendo es trabajar en lo mejor y no manchar mi alma en mi oficio». El ser que nunca esquivó la realidad, su realidad, como cuando, al explicar los porqués de su marcha a mediados de los años noventa a Argentina, viaje en principio motivado por su participación en Martín (Hache), declaró: «Aquí estaba enganchado a las drogas y la situación era insostenible. Me dije: hasta aquí. En Ushuaia, donde fui primero, no era posible conseguir ninguna sustancia. Al principio, al verme allí, me sentí extraño, me dio un poco de pena de mí mismo, y me dije: “¿Pero, nene, qué haces aquí?”. Pero tenía que poner tierra de por medio, o mejor todo un océano, para protegerme. Nunca he ocultado que fui toxicómano y, por supuesto, no me enorgullezco de esa etapa. Por la droga cayó mucha gente, es un mundo sórdido y nada gratificante. Logré deshacerme de las drogas como en un matrimonio que se separa en buenos términos. Algunos piensan que todavía continúo en el asunto, pero no es así. No piensan que pudiese salir solo por mí mismo. Pero sí, fue de esa manera, y el que no se lo crea que se dé un baño caliente. Y si me refiero al asunto del enganche y a cómo conseguí dejarlo no es por exhibicionismo, sino por si le sirve a alguien en el camino. Se puede salir».

En aquella película, Martín (Hache) —con Arrebato, las dos cimas de su cinematografía—, su personaje Dante dejaba una frase para la historia: «A mí no me atrae un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda; bueno, no es que no me atraigan, claro que me atraen: me encantan, pero no me seducen. Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer, poseer, dominar, admirar… La mente, yo hago el amor con las mentes, ¡hay que follarse a las mentes!». Cita con la que el propio actor confesaba sentirse identificado.

La serie Matices, estrenada hace apenas dos meses, ha sido su último proyecto. «Lo primordial es que nunca me he tomado este oficio como una carrera. Yo no estaba haciendo una carrera, estaba haciendo una vida». Esa que, a consecuencia de un linfoma, ayer bajó el telón.