Si nos atenemos al estricto significado del término distopía —aquella representación ficticia de una sociedad futura de características negativas que provoca la alienación humana—, La larga marcha es distópica hasta las trancas. Pero ¡cuidado!, y de ahí el entrecomillado de “ficticia”, porque lo más perturbador es que lo que vemos bien pudiera acercarse a la realidad.

Y lo que vemos nos presenta a un grupo de cien jóvenes que, en un futuro cercano y arriesgando su vida por dinero, participan en una brutal caminata en la que no hay línea de meta y en la que solo hay un ganador: el último en venirse abajo. El único que sobrevivirá.

Las reglas, que sigue a rajatabla un inflexible personaje al que todos conocen como el Comandante, son muy simples: si bajas la velocidad de marcha a cinco kilómetros por hora o menos, te darán un aviso. Si te paras, te darán otro aviso. Si das la vuelta, otro. Tras este tercer y definitivo aviso recibes el terrible pasaporte del que no se regresa.

Así de drástica. Así de brutal La larga marcha, primera novela que escribió en 1967 Stephen King como alegoría de la guerra de Vietnam y que publicaría en 1979 bajo el seudónimo de Richard Bachman. La versión cinematográfica de Francis Lawrence se nutre de una descarnada puesta en escena. No hay lugar para artificios.


“Cuando la leí por primera vez hace más de veinte años —puntualiza el realizador—, hubo algo en su sencillez, un grupo de jóvenes caminando, que me impactó a la vez que me hizo pensar por lo espeluznante y profundamente humano del relato. Con el paso de los años seguí pensando en ello, imaginando lo que significaría llevar esta historia a la pantalla. Y un día, cosas del destino, pasé junto al libro, que estaba en una estantería de mi casa, y me pregunté qué pasaba con la adaptación. Horas después, Roy Lee me llamó y me preguntó si estaría interesado en dirigirla”.

Sobre el dramatismo inherente a lo que se narra, La larga marcha también ahonda en lo mejor de uno mismo cuando ya no queda nada más que dar. A medida que los participantes se adentran en el peligro incesante de la marcha, entablan una amistad profundamente conmovedora. Con cada angustioso paso, los concursantes se enfrentan a preguntas sobre qué hace que la vida merezca la pena, qué convierte a un extraño en un hermano y de dónde sacan la fuerza, mientras forjan vínculos que serán difíciles de olvidar. Divididos entre su feroz deseo de ganar y el de mantener a salvo a sus amigos, se darán cuenta de que su mayor desafío puede ser preocuparse los unos por los otros.

Entre desconcertados y afligidos, caminamos al lado de estos sentenciados a los que dan vida jóvenes actores entre los que destaca Cooper Hoffman, hijo del malogrado Philip Seymour Hoffman, que recuerda que durante el rodaje “caminábamos un buen puñado de kilómetros cada día, con un calzado nada cómodo y demasiada ropa para el calor que teníamos que soportar. Espero que ese sufrimiento se haya trasladado a la pantalla”. Le acompañan, en los papeles principales, David Jonsson, Charlie Plummer y Mark Hamill.

Fondo y forma logran que ese extenuante recorrido penetre en el espectador, que en buena medida hace suyo aquello de “camina o revienta”.

La larga marcha

Dirección: Francis Lawrence

Guion: J.T. Moliner, sobre la novela homónima de Stephen King

Intérpretes: Cooper Hoffman, David Jonsson, Charlie Plummer, Mark Hamill

Fotografía: J. Willems

Música: Jeremiah Fraites

Estados Unidos, Canada / 2025

108 minutos

Diamond Films