Un nuevo recorrido en el que se muestran 56 obras –con el retrato como uno de sus principales hilos conductores– que van del Antiguo Egipto, pasando por el mundo romano y el Renacimiento, para concluir a finales del Barroco. Una nueva propuesta que ofrece al visitante un acercamiento más panorámico, completo y sugestivo a la creación en estas disciplinas artísticas.

Arte imperecedero

El busto broncíneo y dorado de Hermes-Antinoo dialoga con las esculturas romanas de personajes egipcios procedentes de la villa Adriana de Tívoli, ejemplo del gusto por las modas orientales que llegará hasta el Barroco. A su lado, retratos de figuras universales de la cultura grecolatina, de Homero a Cicerón, algunos procedentes de la colección del diplomático José Nicolás de Azara, personaje esencial de nuestro Siglo de las Luces. Todo ello esculpido en materiales imperecederos o preciosos, incluidas las taraceas de piedras duras con paisajes evocadores, como la gruta de Posillipo, que enriquecían los equipajes de quienes entraban en un contacto casi iniciático con el mundo clásico a través del Grand Tour. Ese contexto suntuoso se advierte en obras tan exquisitas como los jarrones de pórfido, del tipo de los que adornaban las galerías del antiguo Alcázar de los Austrias, fabricados en ese material profundamente ligado a la idea de imperio.

La presencia y la importancia de la escultura en el Prado se remonta a sus orígenes. Una vez fundado el Real Museo de Pinturas en 1819, ya en 1826 se encargó al primer escultor de Cámara, José Álvarez Cubero, visitar los palacios reales para seleccionar obras que deberían incorporarse al Museo. Esta tarea la continuó el escultor Valeriano Salvatierra trayendo esculturas en diferentes remesas y exponiendo algunas de ellas. En 1838 la institución pasó a denominarse Real Museo de Pintura y Escultura y al año siguiente se abrieron, de manera oficial, las salas destinadas a esta materia.

En la segunda mitad del siglo XIX, la colección escultórica continuó ampliándose y, sobre todo, incorporó obras premiadas en las exposiciones nacionales de bellas artes. Además de las salas destinadas a la exposición de escultura en la planta baja del edificio Villanueva, el arquitecto Alejandro Sureda acondicionó, entre 1878 y 1881, las dos galerías de fachada de la primera planta, abiertas al Paseo del Prado y articuladas al exterior con grandes columnas de orden jónico. Las esculturas encontraban su acomodo sobre pedestales y ménsulas de escayola, material que también se utilizó para diseñar grandes cartelas con nombres de escultores nacionales e internacionales que todavía permanecen in situ. Estos espacios se destinaron a galerías de escultura hasta 1919.

El actual proyecto recupera uno de ellos, el situado en el lado norte, evocando de manera permanente el valor de esa antigua fórmula expositiva que es la “galería”. Las esculturas se muestran en un sugestivo espacio dotado de luz natural donde poder disfrutar y detenerse en su contemplación, en su realización plástica y en su particular cromatismo.

– Esta rehabilitación ha contado con el apoyo de American Friends of the Prado Museum gracias al patrocinio de The Engh Foundation.