Para el jurado, la obra de Graciela Iturbide «combina lo documental con un sentido poético de la imagen. A través de su cámara capta la vida cotidiana de México con una mirada profunda, respetuosa y evocadora. Sus imágenes no solo muestran lo que ve, sino también lo que siente. Cada fotografía tiene una carga emocional y cultural que invita a mirar más allá de lo visible».
Graciela Iturbide comenzó en 1969 sus estudios en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la Universidad Autónoma de México (UNAM) con la intención de convertirse en directora de cine, pero a raíz de conocer el trabajo del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo y de asistir a sus clases se vio atraída por esta disciplina. Entre 1970 y 1971 trabajó como asistente de Bravo.
La lente de Iturbide ha retratado la realidad social no solo de México sino de muchos lugares a los que ha sido invitada para trabajar. Su obra presenta un aspecto documental que muestra, según los expertos, un mundo hipnótico que parece situarse en el umbral entre la realidad más cruda y la gracia de una magia espontánea.
En los años setenta viajó por Latinoamérica, principalmente por Cuba y Panamá, y en 1978 fue comisionada por el Archivo Etnográfico del Instituto Nacional Indigenista de México para documentar la población indígena con proyectos en los que fotografió, por ejemplo, a los pueblos seri y de Juchitán. Este último dio lugar al libro Juchitán de las mujeres (1989). Posteriormente prosiguió su labor en Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos.
Con el tiempo, su gusto por el retrato y la descripción de la naturaleza humana ha ido cambiando en busca de nuevos objetivos como paisajes u objetos encontrados, que su mirada dota de una visión trascendental a través del uso característico del blanco y negro. La fotografía es para ella «un ritual. Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir a la oscuridad, desarrollarse, seleccionar las imágenes más simbólicas».
Iturbide ha protagonizado exposiciones individuales en centros e instituciones artísticas de todo el mundo, como la Fundación MAPFRE, el Centro Pompidou, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum, el Fotomuseum Winterthur o la Barbican Art Gallery.
Su labor ha quedado reflejada además en libros como Avándaro (1971), con textos de Luis Carrión; Graciela Iturbide: La forma y la memoria (1996), con textos de Carlos Monsiváis; Pájaros (2002), con textos de José Luis Rivas y Bruce Wagner; Graciela Iturbide: Eyes to Fly with / Ojos para volar (2006), con textos de Fabienne Bradu y Alejandro Castellanos; El baño de Frida Kahlo (2009); Graciela Iturbide: México-Roma (2011) o Graciela Iturbide: No hay nadie / There is no one (2011), con textos de Óscar Pujol, entre otros.
Oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y doctora honoris causa por el Columbia College de Chicago y el San Francisco Art Institute, Iturbide ha recibido numerosos galardones a lo largo de su carrera, entre los que destacan el de la W. Eugene Smith Memorial Fund (EE.UU., 1987), el Grand Prize Mois de la Photo (Francia, 1988), la Guggenheim Fellowship (EE.UU., 1988), el Hugo Erfurth (Alemania, 1989), el International Grand Prize (Japón, 1990), el encontres Internationales de la Photographie (Francia, 1991), el Nacional de Ciencias y Artes (México, 2008), el Hasselblad (2008); el PHotoESPAÑA (2010), el Lucie Award (EE.UU., 2010), el Cornell Capa del Centro Internacional de Fotografía (EE.UU., 2015) y el William Klein de la Academia de Bellas Artes de Francia (2023).
Los Premios Princesa de Asturias están destinados, según señala su Reglamento, a reconocer «la labor científica, técnica, cultural, social y humanitaria realizada por personas, instituciones, grupos de personas o de instituciones en el ámbito internacional». Conforme a estos principios, el de las Artes se concede a «la labor de creación, cultivo y perfeccionamiento de la arquitectura, la cinematografía, la danza, la escultura, la fotografía, la música, la pintura, el teatro y otras manifestaciones artísticas».
Este ha sido el cuarto de los ocho Premios Princesa de Asturias que se conceden este año, en que cumplen su cuadragésima quinta edición. Anteriormente fueron otorgados el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades al filósofo y ensayista alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han, el Premio Princesa de Asturias de las Letras al escritor español Eduardo Mendoza y el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales al sociólogo y demógrafo estadounidense Douglas Massey. En las próximas semanas se fallarán los correspondientes a (por orden) Deportes, Concordia, Investigación Científica y Técnica y Cooperación Internacional.
El acto de entrega de los Premios se celebrará, como es tradicional, en el mes de octubre en Oviedo en una ceremonia presidida por los reyes, acompañados por la princesa de Asturias y la infanta doña Sofía. Cada Premio Princesa de Asturias está dotado con una escultura de Joan Miró, un diploma acreditativo, una insignia y cincuenta mil euros.
Conocer mundo
Un secreto muy conocido esconde la vida y obra de Iturbide. Es el deseo por conocer el mundo, el afán de disfrutar de la vida, la sorpresa de encontrarse con la adrenalina de disparar una foto y luego ver el resultado, en definitiva, la convicción de que la fotografía es un pretexto para descubrir y acercarse a distintas culturas y, en concreto, a su tierra: México. Allí nació, orgullosa de sus antepasados españoles, en el seno de una familia burguesa con trece hermanos que le proporcionó una educación conservadora, basada en cumplir su labor como esposa y madre y evitando todo contacto con la realidad social de la época.
El azar, característica que ha perseguido a esta fotógrafa a lo largo de toda su carrera, y la situación que le tocó vivir –casada con veinte años y madre de tres hijos en los años posteriores a su matrimonio–, hizo que Iturbide se matriculase en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la Universidad Autónoma de México por la tarde y no en los estudios de Literatura, su gran pasión, que únicamente se impartían por la mañana, cuando debía cuidar a sus hijos.
Desde entonces, ha construido una obra absolutamente única y personal, fundamental para conocer la evolución que ha tenido la fotografía en América Latina. De la mano de Manuel Álvarez Bravo, gran maestro de la fotografía mexicana, descubre en la cámara fotográfica su auténtico medio de expresión creativa. A caballo entre lo documental y lo poético, su singular forma de mirar integra lo vivido y lo soñado en una compleja trama de referencias históricas, sociales y culturales.
La fragilidad de las tradiciones ancestrales y su difícil subsistencia, la interacción entre naturaleza y cultura, la importancia del rito en la gestualidad cotidiana o la dimensión simbólica de paisajes y objetos encontrados al azar ocupan un lugar central en su fructífera trayectoria. Su obra se caracteriza por un continuo diálogo entre imágenes, tiempos y símbolos; en un despliegue poético donde el sueño, el ritual, la religión, el viaje y la comunidad se conjugan.
Célebre por sus retratos de los indios Seris, que habitan en la región del desierto de Sonora, por su visión de las mujeres de Juchitán (en el istmo de Tehuantepec, Oaxaca), o por su fascinante ensayo sobre los pájaros, a los que lleva años fotografiando, el itinerario visual de Graciela Iturbide ha recorrido, además de su México natal, países tan distintos como España, Estados Unidos, India, Italia o Madagascar. Su curiosidad por las distintas formas de diversidad cultural han convertido el viaje en una dinámica de trabajo a partir de la cual expresa su necesidad como artista: «Fotografiar como pretexto de conocer», según sus mismas palabras.
Al igual que fotógrafos como Brassaï o Christer Strömholm, con quien mantiene importantes lazos de afinidad, Iturbide posee una rara habilidad para evitar en sus encuadres lo que es obvio o anecdótico. A veces, este talento para enmarcar lo que llama su atención puede traer consigo una visión casi mística de lo cotidiano; en otras, lleva al espectador al centro mismo de cuestiones cruciales de nuestra sociedad.