«Se dijo que yo hacía estética de la miseria. ¡Y una mierda! Fotografío mi mundo. El que está delante de mí. El que veo». Así de claro lo dejó cuando se le acusó de escarbar con su cámara —¿acusar? ¿por qué? ¿a quién le interesaba no ver?— la cruda realidad en blanco y negro de los menos favorecidos. Incontestables verdades fotográficas de seres marginados, ya fueran mineros furtivos, indígenas expulsados de sus propios territorios, exiliados huidos de guerras fratricidas, habitantes de campos de refugiados o simples viajeros en busca de agua y vida.

Cuando, especialmente conmovido, presentó Éxodos —libro para el que visitó cuarenta países a lo largo de seis años—, el fotoperiodista —prefería para sí mismo esta denominación a la de artista— apuntó: «Intento contar la historia de la humanidad en tránsito. Es una historia inquietante, porque muy poca gente abandona sus raíces por gusto. La mayoría se ve obligada a convertirse en emigrantes, refugiados o exiliados por fuerzas que no pueden controlar: la pobreza, la represión o las guerras. Huyen con las escasas pertenencias que son capaces de acarrear y se ponen en marcha como pueden: a bordo de barcos desvencijados, en trenes abarrotados, apretujados en camiones o a pie… Algunos saben adónde van y confían en que les espera una vida mejor. Otros se limitan a huir, satisfechos con estar vivos. Muchos de ellos no llegarán con vida a su destino».

Y la salud del planeta, su esplendor y sus riesgos también fueron ejes esenciales de su mirada: «La ruptura de nuestros vínculos con la naturaleza supone una seria amenaza para la humanidad. Con la veloz urbanización de los últimos cien años, hemos perdido el contacto con lo indómito, la fauna y la flora que representan la esencia misma de la vida en la tierra. Quizá sepamos cómo someter a la naturaleza, pero olvidamos con facilidad que dependemos de ella para nuestra supervivencia».

A través de miles de imágenes tomadas en los cinco continentes, Salgado evidenció cómo «la contaminación del aire, el agua y la tierra se ha convertido en el precio del desarrollo; cómo el recalentamiento global está provocando el cambio climático con alarmantes consecuencias; y cómo la agricultura industrial, la ganadería y la tala a gran escala están diezmando los bosques pluviales. Génesis —comentó al presentar esta, otra de sus obras de referencia— es una oda visual a la majestuosidad y fragilidad de la tierra. Mi homenaje al esplendor de la naturaleza. Aunque es también una advertencia de todo lo que corremos el riesgo de perder… Alrededor del cuarenta y seis por ciento de la tierra permanece en el estado en que se hallaba en la época del Génesis. Debemos, y tenemos la obligación, de conservar lo existente».

Aunando belleza y compromiso a lo largo de más de cincuenta años, Sebastião Salgado captó lo mejor y lo peor del planeta que habitamos. Había nacido y crecido en una hacienda ubicada en Aimorés, un pequeño pueblo del estado brasileño de Minas Gerais. Inicialmente se formó como economista en las universidades de São Paulo y Vanderbilt y, entre 1969 y 1971, se doctoró en administración económica en París. Ese mismo año se trasladó a Londres para trabajar como secretario de la Organización Intergubernamental del Café (OIC), un cambio que le acercó a situaciones y realidades que desconocía. Su trabajo le llevó a África. Fue entonces cuando comenzó a interesarse por la imagen y, en 1973, tras hacerse con una Leica, decidió dedicarse al fotoperiodismo de manera profesional.

Ocho años más tarde, contratado para cubrir los cien primeros días de la presidencia de Ronald Reagan, fotografió el atentado que sufrió el presidente estadounidense en Washington. Aquellas impactantes imágenes le dieron nombre y proyección internacional.

Su carrera como fotógrafo se había iniciado en la agencia Gamma para, en 1979, unirse a Magnum, donde trabajó hasta 1994, cuando creó en París Amazonas Images, la agencia que ha aglutinado desde entonces toda su obra.

Ganador en 1998 del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Salgado visitaba España con frecuencia. En 2007 protagonizó una gran antológica en PHotoEspaña, Madrid, donde se alzó con el Premio del Público, y hace solo un par de años Amazonía —exposición comisariada por su mujer, Lélia Wanick—, su último gran proyecto desarrollado entre 2013 y 2019, también supuso su muestra de despedida en nuestro país.

Haciendo recuento de su trayectoria, dejó escrito: «La experiencia me ha cambiado profundamente… Creía sinceramente que la humanidad estaba evolucionando positivamente. Lo que aprendí de la naturaleza humana y el mundo en el que vivimos me hizo dudar profundamente sobre el futuro de la humanidad. Pero también hubo momentos para la esperanza. Descubrí dignidad, compasión e incluso ilusión en situaciones en las que solo debía haber ira y amargura».

A consecuencia de una leucemia derivada de la malaria que contrajo en 2010, cuando realizaba su proyecto Génesis, Sebastião Salgado nos dejó. Había cumplido los 81 años. Deja un legado honesto y clarividente, siempre necesario, más hoy ante el panorama actual en el que un puñado de líderes —que ponen los pelos de punta— obscenamente manipulan a su antojo.

«Poseemos la llave de nuestro futuro, pero para acceder a él debemos primero comprender el presente. Mis fotografías —afirmaba— muestran una parte de este presente. No podemos permitirnos pasar de largo».

Sebastião Salgado: mirada que escudriña, muestra y palpa, abriéndonos rendijas de realidad desde las que atisbar y reaccionar en la búsqueda de un universo más humano, menos dislocado, mejor. Inaceptable pasar de largo.