Las manos de quienes ejecutaron el desaguisado corresponden a dos mujeres jóvenes, 21 y 22 años, que se declaran activistas de una organización que se autocalifica de ecologista (qué culpa tendrá una actividad tan digna y necesaria como el ecologismo) y que, así está el mundo, lo primero que hicieron fue jactarse de su “heroicidad” a través de las redes sociales. Con voz horonda y gesto desafiante expusieron su falta de arrepentimiento por el acto, declarándose contrarias a que el Gobierno británico conceda nuevas licencias de extracción de gas y petróleo, que esa parece ser la razón que les condujo a atentar contra los quince amarillos e inocentes girasoles de un cuadro, que, por cierto, no parece haber sufrido daños severos pues está protegido con cristal.

Cuando fueron detenidas, tras arrodillarse y fijar sus manos con pegamento junto a la obra objeto de sus iras, no dudaron en afirmar que Van Gogh, del que no se muestran muy fans, no es nadie y su obra no tiene ninguna importancia ante un mundo que se calienta: “¿Qué vale más el arte o la vida? ¿Vale más que la justicia? ¿Qué nos preocupa más, la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta  y de la gente?”, vociferan en un vídeo que corrió por los noticiarios del planeta.

Churras y merinas mezcladas al ignorante boleo, lo visto y oído no deja de llevar al asombro y, como mínimo, a otro par de preguntas: ¿Qué culpa tiene el pintor holandés en particular, y el arte en general, pues esta organización ya ha sido relacionada con atentados contra pinturas y esculturas de otros museos, para que alguien en nombre del ecologismo intente destruir lo que forma parte de la historia para el bien y el disfrute de la humanidad actual y de la que está por venir? Y, por supuesto y como queda apuntado más arriba, ¿qué culpa tiene el ecologismo para que se asocie su buen nombre a acciones que lo que manchan en primera instancia es la reputación de una ciencia y una actividad tan absolutamente necesarias en el complejo mundo en el que vivimos?

El portavoz del grupo en cuestión también ha salido a la palestra para decir que Los girasoles (a fin de cuentas un ramillete de flores) no está relacionado con el cambio climático, ni esconde mensaje medioambiental alguno (algo más cuestionable, pues la pintura expresa la belleza que puede albergar la naturaleza), sino que simplemente fue elegida “por ser una obra icónica de un pintor icónico”.

Nos ahorraremos el nombre de la organización que apoya a las lanzadoras de sopa de tomate para no contribuir a que sigan rulando sus siglas por el mundo pero, lejos de afirmaciones categóricas y demagogias fuera de lugar, no está de más manifestar la sorpresa al constatar que quienes mantienen económicamente una parte importante de sus actividades son fortunas, fundamentalmente estadounidenses, que surgieron del comercio a gran escala de combustibles fósiles que, además de alimentar sus multimillonarias cuentas, ilumina y calienta sus deslumbrantes mansiones. En fin…