Como quiera que para eso es preciso que los personajes estén o se sientan retenidos en algún espacio concreto, ya pueden imaginar que vamos a hablar de historias que ocurren en una celda, un barracón, una cueva, una habitación cerrada por fuera, un hogar ocupado a la fuerza por extraños, un ataúd… En realidad, cada uno de esos lugares dar para un subgénero cinematográfico específico: de cárceles, de manicomios, de reformatorios, de secuestros y otros escenarios de diversión parecida.

No hay oficialmente un género que englobe a todas esas cintas cuya visión nos transmite sensación de angustioso encerramiento pero sí hay un libro que se ha adentrado en sus mejores ejemplos: ¡Dejadme salir de aquí! Atrapados en la pantalla. Apenas un año después de saltar a los grandes cuadriláteros del cine en su anterior libro, Alfonso Bueno López, ilustre colaborador de este diario, nos pasea ahora por una temática mucho más amplia, la que “simboliza la lucha del ser humano contra su entorno”. Una guía excelente para comprobar la cantidad de buenas películas que han dado cuenta de nuestro pánico a quedar aprisionados y no poder escapar. Aquí van diez obras extraordinarias que ahogan lo suyo.

Un profeta

Desde los inicios del cine no hay década que no haya dejado alguna obra inolvidable con argumento carcelario. Las preferidas del público suelen ser las que llevan dentro un propósito de escape: desde esa gran joya del cine galo que es La evasión a La fuga de Alcatraz pasando por Papillon o Cadena perpetua.

No hace falta que el preso sea inocente para que los espectadores sintamos empatía casi por cualquiera que tenga un plan con ese objetivo. Se pasa mal si las cosas se tuercen, la violencia es creciente (El expreso de medianoche), los celadores son verdaderos sádicos (Fuerza bruta) o descubriendo las consecuencias de un violento motín como el de Celda 211. En realidad, ninguna renuncia a los tópicos. Ahora bien, el verdadero agobio entre rejas lo percibe uno cuando el director opta por el naturalismo a la hora de contar su historia. En ese sentido, pocas películas como Un profeta, de Jacques Audiard; para Bueno “es la obra maestra carcelaria del siglo XXI”. En ella asistimos al tremendo aprendizaje que se ve obligado a hacer un joven de origen árabe, analfabeto y sin contactos, para sobrevivir en una prisión francesa.

Pena de muerte

Vivir entre barrotes puede ser aún más duro si se habita en las celdas del corredor de la muerte, allí donde moran los que tienen los días contados con fecha anotada en el calendario. Cualquier película que describa ese horror con un mínimo de talento se convierte en un necesario alegato contra la pena capital.

En este asunto es imposible pasar por alto la historia real que llevó Robert Wise a la pantalla con el título de ¡Quiero vivir!, con Susan Hayward interpretando a una mujer condenada a la cámara de gas. El verdadero ajusticiamiento del caso se produjo tres años antes en San Quintín (California), que junto con Sing Sing (Nueva York) y Alcatraz (frente a la costa de San Francisco), conforman el trío de centros penitenciarios con más filmografía destacada a sus espaldas.

Cuatro décadas después llegaría otra película, también basada en un caso real, aún más conmovedora. Con Pena de muerte, Tim Robbins firmó no solo su mejor película sino una de las mejores de los años noventa con sendos trabajos interpretativos, que están más allá del elogio, de Sean Penn como el preso condenado por asesinar a dos adolescentes y Susan Sarandon como la monja que le acompañó en sus últimos días en calidad de consejera espiritual.

El verdugo

Una película divertida, sí, pero profundamente asfixiante a medida que avanza la trama. Una de las cimas absolutas del cine español con un guión de Rafael Azcona que –escribe Bueno– “es un prodigio de humor negro con afán terrorista que, disfrazado de comedia, arremete contra todas las instituciones del franquismo: familia, trabajo, iglesia, instituciones penitenciarias…”. El verdugo de Luis García Berlanga parte de una historia que le contaron a Berlanga: la del funcionario que debía ajusticiar a una mujer y que tuvo que ser emborrachado y arrastrado por otros funcionarios hasta el patíbulo para que pudiera cumplir su tarea. ¡Cómo es ese momento, en visita turística por las Cuevas del Drach, en que Nino Manfredi, que hereda el oficio de ejecutor de su suegro para ganarse así el derecho a una vivienda, escucha su nombre por un megáfono y el ruego de que se identifique porque ha llegado el momento!

El ángel exterminador

Tan sencillo como inexplicable: un grupo de gente incapaz de abandonar una casa sin que aparentemente nada se lo impida. El ángel exterminador es sin duda la película de atmósfera más opresiva de toda la filmografía de Luis Buñuel. No sabemos si el director aragonés quiso recuperar, tantos años después de El perro andaluz, su vena más surrealista, con la que dar rienda suelta al gamberro que siempre llevó dentro, si pretendió demostrar que hay que arañar poco para mostrar nuestra esencia más primitiva o si había en este caso un verdadero mensaje al mostrar cómo naufraga y se descompone una clase social, la burguesía, tan encerrada en sí misma que ni siquiera sabe salir de una mansión.

Fuera lo que fuera, es una de las muchas gemas de su etapa mexicana y seguramente la más original. ¿Querer salir de un sitio y no saber salir pero llevado al extremo? Aquí lo peor no es la frustración de no conseguirlo, sino el agobio de no entender por qué resulta imposible escapar. 

Johnny cogió su fusil

Habrá quién piense que nada peor que quedar atrapado en un ascensor fuera de servicio entre dos plantas o en una cueva llena de estrecheces o en una cabina cuya puerta no cede o, incluso, en un ataúd con un móvil que pierde batería como le pasa al protagonista de Buried de Rodrigo Cortés. Pero ¿acaso no es peor que todo eso que la cárcel sea tu propio cuerpo, incapaz de responder a tus órdenes? Con esa sensación de ahogo insoportable se recorre la hora y media larga que dura Johnny cogió su fusil, adaptación que hizo el gran guionista Dalton Trumbo de su propia novela. El monólogo de un joven soldado estadounidense en la Primera Guerra Mundial que a raíz de una explosión pierde sus extremidades y queda completamente sordo, mudo y ciego pero con el cerebro intacto. 

Alguien voló sobre el nido del cuco

Bajo el título Camisa de fuerza, Alfonso Bueno repasa películas que, sobre todo a partir de los años cuarenta, retrataron la dureza de las instituciones psiquiátricas, incidiendo en aquellas que introducen un personaje sin problemas de salud mental. Es el caso de Corredor sin retorno o Tratamiento de shock. Pero si hay una película donde el espectador sufre viendo que al listillo se le va de las manos el plan, esa es Alguien voló sobre el nido del cuco, el primer triunfo estadounidense del checo Milos Forman y el primer Óscar de Jack Nicholson, dando vida al convicto violento que se hace pasar por un demente para no trabajar en una prisión. Casi medio siglo después de su estreno sigue siendo un hito en el retrato de un sistema sanitario que anulaba la humanidad de sus molestos pacientes.

Misery

El gran cine negro no solo tiene fuertes vínculos con la cárcel (Al rojo vivo), también los tiene con el secuestro (El bosque petrificado, Cayo largo). Hablamos de un recurso argumental que está presente en dos de los mejores westerns de la historia: los Centauros del desierto de John Ford y Los profesionales de Richard Brooks. En España el rapto funciona especialmente con tintes tragicómicos (La estanquera de Vallecas, ¡Átame!). El agobio crece acorde con el grado de retorcimiento del secuestrador y ahí pocos a la altura de la Annie Wilkes, que se inventó la mente impagable de Stephen King y que encarnó de forma antológica Kathy Bates. Esa Wilkes que secuestra a su autor favorito para que escriba, contra su voluntad, la continuación de sus novelas románticas, seguirá provocando agobio del bueno a los espectadores que se acerquen a ella hasta el final de los tiempos.

La niebla

En Misery, el bueno quedaba atrapado en casa ajena, la del malo, pero seguramente resulta aún más inquietante cuando invaden tu propio hogar. Todo un subgénero que suele provocar estallidos de violencia (Una mujer atrapada, Perros de paja, La naranja mecánica, las dos versiones insoportables de Funny games). Puede que angustie menos pero también tiene su (maldita) gracia cuando ya no cabe salir al exterior porque el refugio está rodeado (Asalto a la comisaría del distrito 13 y tantas películas de zombis). Por ejemplo, un supermercado como el de La niebla –¡de nuevo, Stephen King!– que esconde a un puñado de gentes asustadas ante un enemigo letal que les espera fuera. ¿Cabe un final más desolador para una película de género que el de esta cinta?

El show de Truman

Probablemente estemos ya todos atrapados en la caja tonta, ya tenga forma de televisor o ahora de móvil. Dos años antes de que España alucinara con el experimento social que fue la primera edición del concurso Gran Hermano, el director australiano Peter Weir dirigió en 1998 El show de Truman. La película cuenta la historia de un vendedor de seguros que ignora, a diferencia de cuantos le rodean, que es, desde que nació, el protagonista de un reality show televisivo. La gestualidad de Jim Carrey no impide esta vez que nos angustiemos con él y deseemos que pueda escapar de esa horrible realidad fingida donde todo es publicidad.

El submarino

A veces no hace falta un secuestro ni una catástrofe para empezar a ahogarse. Basta un vagón de metro en hora punta para sentirse atrapado y que te empiece a faltar el aire. O emprender un vuelo transoceánico en asiento de clase turista rodeado de niños. En estos casos deberíamos pensar que peor sería habitar un tiempo prolongado en un submarino, esos “féretros acuáticos de acero y óxido”, como los califica Alfonso Bueno en el prólogo de su libro. Hablo de oídas, claro, pero me basta haber visto una sola vez la producción alemana El submarino de Wolfgang Petersen para imaginar la sensación de claustrofobia ambiental que debe ser pasar más de un día ahí metido. Añadan a eso hacerlo en plena Segunda Guerra Mundial. Tan horrible como memorable si la experiencia se vive desde la butaca de un cine.