‘Nuestra hermana pequeña’, la última entrega del japonés Kore-eda Hirokazu, que ya dejó muestras de mano maestra en 'Nadie sabe' y en 'Still Walking', transpira un a modo de apología de lo oriental: la transparencia de los rostros, la sutilidad de las palabras y sus ecos, el silente palpitar de los sentimientos y el blanco inmaculado de la flor de los cerezos estallando en las ramas. Todo lo maneja Kore-eda para dejarnos ante un cautivador melodrama que mereció, con justicia absoluta, el Premio del Público en el último Festival de San Sebastián.
Tres hermanas, Sachi, Yoshino y Chika, las tres en la veintena, viven juntas en la ciudad de Kamakura, en Japón. Las tres tienen trabajo y amores, y aunque cada una vive su independencia e interpreta la vida a su modo, comparten casa y se siente muy unidas.
La película comienza en el momento en que acuden a una zona rural para asistir al sepelio de su padre, un hombre que las abandonó cuando eran niñas y al que no han visto en los últimos quince años.
Allí, en el funeral, conocerán a Suzu, una tímida adolescente de 14 años, hija de una relación posterior de su padre. En unas pocas horas las tres se encariñarán de la hermanastra y la invitarán a vivir con ellas en la ciudad. Una propuesta que la pequeña acepta.
La nueva vida de las cuatro compartiendo vida en Kamakura constituye el núcleo de Nuestra hermana pequeña, adaptación a la pantalla de la novela gráfica de Akimi Yoshida, Umimachi Diary, reconocida con el Premio a la Excelencia en el 11 Festival de Artes Mediáticas y con el Gran Premio del Cómic 2013 en Japón.
En el proceso de ir creciendo juntas, con las consiguientes alegrías, descubrimientos y frustraciones, crece también una película impregnada de la especial sensibilidad de Kore-eda y magníficamente interpretada por las cuatro protagonistas.
La luminosidad que transmiten las cuatro jóvenes, sus sonrisas y sus incertidumbres, el disfrute que experimentan ante la comida en sus múltiples variantes orientales, y el blanco intachable de los almendros florecidos contribuyen a dejarnos ante los ojos un filme traslúcido, lleno de sutilezas y contrastes.
Kore-eda parece querer que comprendamos que si lenta crece la flor en el interior de la madera, cuando la rama estalla, la vida se ilumina y en ese blanco todos quedamos prendidos; cautivados.